Uno sale
tranquilamente por la noche a dar un paseo por una tranquila localidad de
vacaciones de la costa del Egeo y, al volver a casa, se encuentra con que el
ejército ocupa la capital del país, Ankara,
y Estambul.
Tras la
incredulidad inicial, asumo que estoy viviendo mi primer golpe de estado en carne propia. Son momentos de confusión y tensa
calma, en los que la falta de información obliga a estar a la expectativa de
más acontecimientos.
¿Cómo hemos
llegado a esto? La deriva autoritaria del actual Presidente turco y anterior
Primer Ministro, Recep Tayip Erdogan, hace años que es un hecho notorio y de
conocimiento público, que ni siquiera se molesta en ocultar, haciendo un uso
intensivo de los tribunales (no en vano, como ironizaba John Oliver en Insulting Erdogan, parece ser el
presidente más insultado del mundo, a tenor de las más de 2000 demandas
entabladas por él en los tribunales turcos ante personas que se atrevieron a
criticarle o ironizar sobre él) y de otros medios de presión formales e
informales contra sus críticos y enemigos políticos.
El comunicado
golpista leido por una presentadora de la televisión pública turca, TRT,
ocupada en los albores del golpe de estado, incide precisamente en la defensa
de la democracia. Conociendo el prestigio
de la institución militar en Turquía y su tradicional rol como garante del
estado laico y democrático, no parece una declaración vacía de contenido.
Las horas avanzan
y Erdogan, vía videoconferencia por móvil, hace un llamamiento a la
movilización de sus seguidores, enmascarada en una defensa de la democracia;
esa cosa que tanto le cuesta aceptar y que parece considerar, a tenor de sus
actos, como una enfermedad o, en el mejor de los casos, una de esas cosas
desagradables que les pasan a otros.
Escuchar en boca
de Erdogan referencias a Atatürk y observar como pretende ponerse a su altura constituye
una total aberración. Mientras que uno quiso liberar a los turcos de la
servidumbre y el atraso en el que estaban inmersos y les dio apellidos,
educación, derechos civiles y políticos y un amplio reconocimiento de la
importancia del papel de la mujer para el avance de la sociedad, animándoles a
salir de sus casas, educarse, ocupar puestos de responsabilidad y recordarles
que son iguales al hombre (y al hombre que no es superior a la mujer); el otro
quiere volver a una suerte de sultanato y califato, encabezado por él mismo, en
que la población le rinda pleitesía y las mujeres, según palabras textuales de
Erdogan, permanezcan en sus hogares y se limiten a ser madres.
¿Golpe de Estado o actuación teatralizada para elevar su popularidad? Surgen dudas |
Tras una noche
que se hace tensa por momento, con algunos enfrentamientos dispersos, que
provocan decenas de muertos, principalmente entre militares y policías, se da
por virtualmente fracasado el golpe; golpe que llega en un momento extraño y
circunstancias poco claras, que conducen
a no descartar la posibilidad de un autogolpe
orquestado para dar un empujón final a sus pretensiones de perpetuarse indefinidamente
y con poderes absolutos como guía del estado turco.
Nadie duda que,
de este fallido golpe, Erdogan sacará la “legitimidad moral” (o todavía más
arrogancia de la habitual), que le faltaba para moldear leyes a su antojo y
desbrozar el paisaje político y social de voces críticas, además de realizar
una purga todavía más intensiva del ejército, que ya inició hace años y que se
había concentrado en los últimos dos años en elementos afines al movimiento
Gülen.
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