Hoy es un autobús y unos tuiteros, ayer fueron unos tirititeros o el boicot a un artista judio en un festival de reggae, y quizás mañana un drag queen por una posible ofensa a los sentimientos religiosos. Da igual el caso particular, todos coinciden en una cosa: el convencimiento por parte de sus críticos de saber lo que es la tolerancia y la libertad de expresión, sin ser conscientes que apenas rascan la superficie de unos conceptos que han banalizado e infantilizado.
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La capacidad del español de chotearse de todo es infinita |
La
preocupación por esta libertad es antigua y quizás nadie como John
Stuart Mill la ha defendido con más ardor y acierto. No en vano una
de sus mayores preocupaciones era la lucha contra la tiranía
de la mayoría
que ya esbozara Alexis de Tocqueville en su Democracia
en América y de la que Elisabeth Noelle-Neumann desarrollaría la
teoría de la espiral del silencio, según la cual nos sumaremos a la
mayoria (real o aparente, la influencia del clima de opinión
percibido en cada momento es muy grande) o guardaremos silencio para
evitar quedar socialmente excluidos o condenados al ostracismo.
George Orwell, en el prólogo a su Rebelión
en la granja
referido a la libertad de prensa, pero siempre extensible a cualquier
ámbito, señala con acierto dónde nace esta tiranía: “en un
momento dado se crea una ortodoxia, una serie de ideas que son
asumidas por las personas bienpensantes y aceptadas sin discusión
alguna […]
Y cualquiera que ose desafiar aquella ortodoxia se encontrará
silenciado con sorprendente eficacia”. Sin
embargo, como acaba señalando, “si la libertad significa algo, es
el derecho de decirles a los demás lo que no quieren oir”