miércoles, 7 de enero de 2015

Ceder, nunca; rendirse, jamás. ¡Larga vida a la libertad de expresión!

Leo con horror y espanto las informaciones que recorren la prensa mundial en relación con el atentado que hoy ha tenido lugar en París contra la sede del semanario satírico "Charlie Hebdo". Varios hombres armados, al grito de "Allah Akhbar" han entrado, matado a tiros a 12 personas y herido a varias mas. ¿La razón? Ninguna válida, se trata de asesinatos a sangre fría en toda regla. 

Estos libros reflejan la libertad de expresión y tolerancia en estado puro, es decir, todo aquello de lo que los islamistas carecen.
Este semanario tuvo el coraje en 2006 de publicar las caricaturas de Mahoma publicadas originalmente por el Jyllands-Posten danés. Caricaturas que, en mi opinión, lejos de suponer una provocación, eran una crítica razonable contra el uso que se hace de la religión para justificar actos de violencia. Los límites de la libertad de expresión tienen zonas difusas, eso es cierto, pero el humor es por naturaleza irreverente y así debe continuar. Además, la religión bien entendida es un acto de ejercicio personal. Cualquier sanción ante un "incumplimiento" debe ser una cuestión entre el dios en que se crea y uno mismo, no una imposición violenta de otros hombres que "ejecutan la voluntad de dios", y no hacen más que dar rienda suelta a sus instintos más bajos. Esto no tiene justificación se miré por donde se mire ni ha sido culpa nuestra, por no renunciar a nuestra libertad de expresión. 

¿Dónde están los límites de la libertad? No donde lo marcan los islamistas. El problema está en ellos y no en que nosotros ejercitemos nuestro derecho a opinar libremente. Quizás no sepan lo que es la libertad, lo cual no resultaría extraño si tenemos en cuenta que las democracias reales en países musulmanes se pueden contar con los dedos de la mano. El informe sobre la libertad religiosa en el mundo 2014 recoge entre sus conclusiones algo que no sorprenderá a nadie, que en la lista de Estados con las violaciones más graves de la libertad religiosa predominan los países musulmanes.

Siento curiosidad por conocer la reacción de la comunidad musulmana europea y del resto del mundo ante este hecho, pero no me muestro optimista. Las manifestaciones de rechazo, por experiencias previas, serán de gran tibieza donde las haya. Creo que el musulmán moderado medio no se da cuenta del peligro a que se enfrenta si no planta cara de forma decidida a estos violentos, que según ellos no representan al Islam. No quiero palabras, quiero actos que confirmen estas palabras.

Este atentado ocurre además cuando sale al mercado el nuevo libro de Michel Houellebecq, Sumisión, que presenta un futuro distópico en el que Francia es gobernada por musulmanes. Hay quien ha tachado el libro de xenofobo, islamófobo o cosas peores sin leerlo. Aquí me toca levantar una lanza en favor de su publicación, porque con independencia de que uno esté más o menos de acuerdo con su contenido, es un ejercicio de creación intelectual que está amparado en la libertad de expresión. Por otro lado, en este caso la distopía es con una mayoría musulmana, pero también se han escrito libros y relatos similares en que el enemigo era el fundamentalismo religioso de corte cristiano (cómo El cuento de la criada de Margaret Atwood y el Si esto continúa de Robert A. Heinlein. ¿Es eso una falta de respeto a la religión? No. La religión es tan criticable como lo puede ser una opción política. No debe conceder nunca patente de corso para actuar con impunidad o silenciar opiniones críticas. No puede considerarse un insulto u ofensa hacer política-ficción. Por esa regla de tres, textos como Sobre la libertad, de John Stuart Mill, el Ensayo y Carta sobre la tolerancia de John Locke o la Teoría de la Justicia, de John Rawls, nunca podrían haber sido escritos, porque todos ellos parten de la idea de la tolerancia, que se predica siempre respecto de adversarios, y el respeto mutuo; y poco puede haber de ambos cuando basas tu visión del mundo en la supremacía de un libro sagrado, que en la mayor parte de los casos no puedes comprender, que da poco margen al diálogo.

¿Debemos realizar concesiones? Jamás, la historia es prolija en ejemplos del uso de la técnica del apaciguamiento, que sólo sirve para que se sientan más fuertes y pidan cada vez concesiones mayores. Es el momento de plantarse. Hasta aquí hemos llegado.

¡Larga vida a la libertad de expresión!


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