Sólo parece existir una cosa que al ser humano le guste más que el sexo, y es prohibir o intentar reprimir cualquier manifestación de opiniones o ideas que consideren ofensivas o que atenten contra sus creencias más íntimas. La literatura no queda fuera de este ánimo censor, sino que existe una larga tradición desde la aparición de la palabra escrita de prohibir determinados títulos por ser considerados sacrílegos, heréticos, perniciosos para la moral o realizar crítica política.
Mucho antes de la aparición del ejemplo clásico de institución censora, la inquisición española, otros se dedicaron a la destrucción de bibliotecas enteras. Como recoge Alberto Mangel en "Una historia de la lectura": "Las obras de Protágoras se quemaron en atenas en el año 411 a.C. En el año 213 a.C., el emperador chino Shih Huang-ti trató de acabar con la lectura quemando todos los libros del reino. En el año 168 a.C., la Biblioteca Judía de Jerusalén fue deliberadamente destruida durante la revuelta de los macabeos. En el siglo primero de nuestra era, Augusto envió al exilio a los poetas Cornelio Galo y Ovidio y prohibió sus obras. El Emperador Calígula ordenó que todos los libros de Homero, Virgilio y Tito Livio fueran quemados (...). En el año 303, Diocleciano condenó al fuego todos los libros cristianos."
La célebre biblioteca de Alejandía, fundada en el siglo IV antes de Cristo por Alejandro Magno, se vio afectada por diversos altibajos a lo largo de su existencia. Pero fue desde la proclamación oficial del cristianismo como religión del Imperio, que diversos grupos comenzaron a mirar con malos ojos el saber pagano que se encontraba en sus estantes. El año 391 de nuestra era, sufriría un ataque instigado por el patriarca de la ciudad. La puntilla llegaría en el año 640, cuando el Imperio Bizantino pierde definitivamente el control de Egipto por el empuje musulmán. Ciertas fuentes posteriores a los hechos relatan que el Califa Omar, cuando se le preguntó sobre qué hacer con la biblioteca, dijo "Si esos libros están de acuerdo con el Corán, no tenemos necesidad de ellos, y si éstos se oponen al Corán, deben ser destruidos".
La célebre biblioteca de Alejandía, fundada en el siglo IV antes de Cristo por Alejandro Magno, se vio afectada por diversos altibajos a lo largo de su existencia. Pero fue desde la proclamación oficial del cristianismo como religión del Imperio, que diversos grupos comenzaron a mirar con malos ojos el saber pagano que se encontraba en sus estantes. El año 391 de nuestra era, sufriría un ataque instigado por el patriarca de la ciudad. La puntilla llegaría en el año 640, cuando el Imperio Bizantino pierde definitivamente el control de Egipto por el empuje musulmán. Ciertas fuentes posteriores a los hechos relatan que el Califa Omar, cuando se le preguntó sobre qué hacer con la biblioteca, dijo "Si esos libros están de acuerdo con el Corán, no tenemos necesidad de ellos, y si éstos se oponen al Corán, deben ser destruidos".
La religión ha sido tradicionalmente el gran caballo de batalla a vencer por aquellos que plasmaban en papel (pergamino, papiro o el material del que se dispusiera en la época) ideas consideradas heterodoxas o peligrosas. Como ejemplo concreto, la Inquisición, cuyo origen está en la región del Languedoc en el sur de Francia en 1258 y cuya acción no se limitó, ni mucho menos, al territorio español, constriñó el desarrollo intelectual europeo durante siglos. En su lucha contra diferentes interpretaciones de la biblia que consideraban heréticas o supuestos actos de brujerías se condenaba a espantosas torturas y a muerte a personas cuyo único delito era pensar diferente.
Con la aparición de la imprenta en Europa de la mano de Johannes Gutenberg a mediados del siglo XV, la palabra escrita se volvió más peligrosa aún, puedes ahora podía llegar con más facilidad a mucha más gente. De no haber sido por la imprenta, las 95 tesis de Lutero jamás habrían tenido la repercusión que acabó dando lugar al nacimientos del movimiento protestante. En plena Ilustración, Voltaire dedicó un fantástico poema satírico a "El horrible peligro de la lectura", donde alertaba que "esta facilidad de comunicar los pensamientos tiende evidentemente a disipar la ignorancia, la cual es guardiana y salvaguardia de los Estados bien organizados."
Con la aparición de la imprenta en Europa de la mano de Johannes Gutenberg a mediados del siglo XV, la palabra escrita se volvió más peligrosa aún, puedes ahora podía llegar con más facilidad a mucha más gente. De no haber sido por la imprenta, las 95 tesis de Lutero jamás habrían tenido la repercusión que acabó dando lugar al nacimientos del movimiento protestante. En plena Ilustración, Voltaire dedicó un fantástico poema satírico a "El horrible peligro de la lectura", donde alertaba que "esta facilidad de comunicar los pensamientos tiende evidentemente a disipar la ignorancia, la cual es guardiana y salvaguardia de los Estados bien organizados."
En tiempos más modernos, han sido cuestiones morales, políticas y raciales las que han conducido a prohibir y quemar libros.
Anthony Comstock (1844-1915), autoproclamado censor estadounidense, que veía inmoralidad en casi todo lo que ojeaba, llevó a cabo campañas tan exitosas en defensa de la moralidad y fue tal su poder, que en 1873 consiguió que el Congreso aprobara la "Ley para supresión del comercio y la distribución de literatura obscena y artículos de uso inmoral.", que se mantuvo en vigor hasta 1957. Una curiosa consecuencia fue que, aplicando estrictamente la ley, el Servicio Postal de los Estados Unidos se negaba incluso a enviar libros de anatomía a estudiantes de medicina.
Las campañas de quema de libros contrarios al espíritu alemán o escritos por autores judios (como el escritor austriaco Stefan Zweig) o "degenerados" (en esta última categoria entró, entre otros muchos, "Sin novedad en el frente" de Erich Maria Remarque, un clásico de la literatura pacifista, que muestra de modo desgarrador la realidad del estrés extremo al que estaban sometidos los soldados en la línea del frente durante la Guerra Mundial y la dificultad para volver a la normalidad después), comenzó en la Alemania nazi tan tempranamente como mayo de 1933. Irónicamente, durante el macarthismo, algunos de los libros que los nazis quemaron, volvieron también a ser pasto de las llamas.
Rusía, bajo el dominio de los zares, tenía su propia lista de libros prohibidos. El triunfo de la revolución bolchevique no la redujo, sino que la amplió hasta extremos ridículos. Con el fin de apartarse de lo que consideraban la "ciencia burguesa", libros como "El origen de las especies" de Charles Darwin fueron desechados, recuperando teorías ya superadas en el campo de la biología, como era el lamarckismo y haciendo que la ciencia rusa en ese campo tardara décadas en ponerse al día.
En las modernas democracias occidentales, la censura literaria parece cosa del pasado y generalmente sólo reaparece el debate con la publicación de títulos que traten cuestiones polémicas de actualidad o recuerden un pasado vergonzante. Dentro del primer grupo entra la publicación del libro "Sumisión" de Michel Houellebecq, que llegó a las librerías francesas el mismo día del atentado contra el Charlie Hebdo, y al que se acusa de ser un islamófobo y dar alas a la extrema derecha, sólo porque presenta una futuro distópico en que la Francia laica ha caido y está siendo reemplazada por un estado musulmán ajeno al ideal democrático. En el segundo caso, estaria la publicación de una edición crítica del Mein Kampf de Hitler en Alemania, por primera vez en 70 años, tras su paso a dominio público por la expiración de los derechos de autor que ostentaba el Land de Baviera (y que confío llegue a ver la luz en España, pues no hay mejor modo para vacunarse frente al nazismo que acudir a su fuente, correctamente contextualizada y comentada).
¿Solamente pasa entonces si afecta a cuestiones polémicas y de actualidad? Va a ser que no. La polémica en ocasiones sólo la ve aquel que quiere verla... Y hay un número sorprendente de mentecatos dispuestos a coartar la libertad de elegir lecturas por parte de los demás. En Estados Unidos y Europa, los grandes aspirantes a censores suelen ser los padres y líderes religiosos locales, que emprenden airadas campañas para que sus vástagos (y por extensión, cualquiera que no sean ellos mismos) no queden a merced de títulos que pueden llevarles por el mal camino... Como Harry Potter, acusado literalmente de promover la brujería. Otros libros de fantasía juvenil, como "La Brújula Dorada", de Philip Pullman, acusada de atacar el cristianismo y promover el ateismo, o Los juegos del hambre, de Suzanne Collins, por su lenguaje antiétnico, antifamilia, ocultismo, satanismo y algunas cosas más, han sufrido también numerosos intentos de prohibición.
La American Library Association (ALA) publica desde 1990 un listado anual de libros frecuentemente discutidos (Frequently challenged books) en Estados Unidos, es decir, aquellos que han recibido algún tipo de queja y petición de su retirada de las bibliotecas o colegios públicos. Así mismo, cada mes de septiembre organiza la Semana de los Libros Prohibidos (Banned Books Week), con la intención de apoyar la libertad de expresión y opinión, incluso de aquellas ideas menos populares o que puedan resultar ofensivas. Como muy bien expresara Roberta Stevens, antigua presidenta de la ALA, "la discusión sobre libros no son únicamente expresión de un punto de vista, son también un intento de eliminar materiales para su uso público, restringiendo así el acceso a otros. Incluso si la motivación para prohibir o discutir sobre un libro es bienintencionada, el resultado es perjudicial. La censura nuestro derecho como individuos a elegir y pensar por nosotros mismos. Para los niños, las decisiones sobre qué libros leer, deberían hacerlas aquellos que les conocen mejor; sus padres o tutores"
Si bien ya he adelantado algunos de los títulos que han sufrido más ataques, queda espacio para sorprenderse mas y echarse las manos a la cabeza, mientras uno reflexiona sobre lo mucho que deben aburrirse algunos para dedicar su tiempo a semejantes memeces. Libros como: "La cabaña del tio Tomo", de Harriet Beecher Stowe; "Las aventuras de Huckleberry Finn", de Mark Twain; "De Ratones y hombres", de John Steinbeck; y "Lo que el viento se llevó", de Margaret Mitchell, comparten el hecho de realizar una descripción tremendamente detallada y ajustada a la realidad del trato dado a los esclavos negros en Estados Unidos, con el consiguiente uso de palabras consideradas hoy altamente ofensivas como nigger o darkie (negro y moreno serían las traducciones aproximadas).
Títulos de educación sexual o de presentación de nuevos tipos de familia (dos mamás, dos papás y similares), sobre todo si van dirigidos a audiencias jóvenes, han sido tremendamente criticados. En Europa, sin ir más lejos, el alcalde de Venecia prohibió en los colegios públicos el libro "Tres con tango", de Peter Parnell y Justin Richardson, que cuenta la historia real de dos simpáticos pingüinos machos que eran pareja y a los que se les dio un huevo para criar. "Sexo, ¿qué es?", de Robie Harris, un libro de educación sexual para preadolescentes, fue acusado de ser... sexualmente explícito.
Ni el cómic escapa a esa furia censora de bienhechores públicos. En 2007 un abogado británico logró que se retirara de las librerias "Tintín en el Congo", por representar a los congoleños como vagos, aunque de buen corazón. Se ha ido más lejos incluso, ya que en 2012 se presentó una demanda, cuyas pretensiones fueron rechazadas por el tribunal, para prohibir la publicación del mismo en Bélgica, la propia cuna de Hergé. A nivel de curiosidad, este es el único álbum de Tintin que nunca ha sido publicado en Estados Unidos, seguramente por miedo a las posibles demandas por racismo.
Otro cómic cuya retirada se ha pedido ha sido el muy laureado Persepolis, de Marjane Satrapi, que narra la difícil infancia y adolescencia de una mujer iraní en los tiempos de la revolución islámica. Parece que el contenido de crítica política contra el fundamentalismo y el totalitarismo juega en su contra más que a su favor, y no ayuda que la autora sea de una honestidad brutal (la historia es en gran medida autobiográfica) a la hora de relatar sus momentos más bajos. No quiero imaginar que pasaría si estos amigos de la censura leyeran algo del naturalismo francés...
¿A qué conclusión se puede llegar? Unos no quieren cambiar con los tiempos, otros han cambiado tanto, que creen que el pasado debe cambiar igualmente (La tiranía de lo políticamente correcto cuenta con más tentáculos que un pulpo). Si para ello deben modificar y omitir elementos del pasado hasta hacerlo irreconocible, no hay problema. Los más ávidos censores son de dos tipos: los que son tan cortos de miras que no alcanzan a comprender que, en una una sociedad plural y democrática, existen más opiniones y formas de vida que las suyas y, por otro lado, aquellos que sí lo entienden, pero viven con una especie de personalidad bipolar. Estos últimos, son capaces de apelar a la libertad de expresión, al mismo tiempo que piden que no se apliquen nuestros valores occidentales cuando se trata de otras culturas, por mucho que puedan contener elementos criticables o francamente indefendibles.
No sé ustedes, pero a mi me sienta bastante mal que nadie venga a decirme qué puedo leer; y que se usen excusas tales como la religión para acallar críticas y reflexiones necesarias ¿Cuál es su opinión?
Ilustración de Puck Magazine que presenta a Anthony Comstock como San Antonio llevando a cabo su exacerbada campaña contra la indecencia. Fuente: The Library of Congress Prints and Photographs Online Catalog Collection |
Las campañas de quema de libros contrarios al espíritu alemán o escritos por autores judios (como el escritor austriaco Stefan Zweig) o "degenerados" (en esta última categoria entró, entre otros muchos, "Sin novedad en el frente" de Erich Maria Remarque, un clásico de la literatura pacifista, que muestra de modo desgarrador la realidad del estrés extremo al que estaban sometidos los soldados en la línea del frente durante la Guerra Mundial y la dificultad para volver a la normalidad después), comenzó en la Alemania nazi tan tempranamente como mayo de 1933. Irónicamente, durante el macarthismo, algunos de los libros que los nazis quemaron, volvieron también a ser pasto de las llamas.
Rusía, bajo el dominio de los zares, tenía su propia lista de libros prohibidos. El triunfo de la revolución bolchevique no la redujo, sino que la amplió hasta extremos ridículos. Con el fin de apartarse de lo que consideraban la "ciencia burguesa", libros como "El origen de las especies" de Charles Darwin fueron desechados, recuperando teorías ya superadas en el campo de la biología, como era el lamarckismo y haciendo que la ciencia rusa en ese campo tardara décadas en ponerse al día.
En las modernas democracias occidentales, la censura literaria parece cosa del pasado y generalmente sólo reaparece el debate con la publicación de títulos que traten cuestiones polémicas de actualidad o recuerden un pasado vergonzante. Dentro del primer grupo entra la publicación del libro "Sumisión" de Michel Houellebecq, que llegó a las librerías francesas el mismo día del atentado contra el Charlie Hebdo, y al que se acusa de ser un islamófobo y dar alas a la extrema derecha, sólo porque presenta una futuro distópico en que la Francia laica ha caido y está siendo reemplazada por un estado musulmán ajeno al ideal democrático. En el segundo caso, estaria la publicación de una edición crítica del Mein Kampf de Hitler en Alemania, por primera vez en 70 años, tras su paso a dominio público por la expiración de los derechos de autor que ostentaba el Land de Baviera (y que confío llegue a ver la luz en España, pues no hay mejor modo para vacunarse frente al nazismo que acudir a su fuente, correctamente contextualizada y comentada).
¿Solamente pasa entonces si afecta a cuestiones polémicas y de actualidad? Va a ser que no. La polémica en ocasiones sólo la ve aquel que quiere verla... Y hay un número sorprendente de mentecatos dispuestos a coartar la libertad de elegir lecturas por parte de los demás. En Estados Unidos y Europa, los grandes aspirantes a censores suelen ser los padres y líderes religiosos locales, que emprenden airadas campañas para que sus vástagos (y por extensión, cualquiera que no sean ellos mismos) no queden a merced de títulos que pueden llevarles por el mal camino... Como Harry Potter, acusado literalmente de promover la brujería. Otros libros de fantasía juvenil, como "La Brújula Dorada", de Philip Pullman, acusada de atacar el cristianismo y promover el ateismo, o Los juegos del hambre, de Suzanne Collins, por su lenguaje antiétnico, antifamilia, ocultismo, satanismo y algunas cosas más, han sufrido también numerosos intentos de prohibición.
La American Library Association (ALA) publica desde 1990 un listado anual de libros frecuentemente discutidos (Frequently challenged books) en Estados Unidos, es decir, aquellos que han recibido algún tipo de queja y petición de su retirada de las bibliotecas o colegios públicos. Así mismo, cada mes de septiembre organiza la Semana de los Libros Prohibidos (Banned Books Week), con la intención de apoyar la libertad de expresión y opinión, incluso de aquellas ideas menos populares o que puedan resultar ofensivas. Como muy bien expresara Roberta Stevens, antigua presidenta de la ALA, "la discusión sobre libros no son únicamente expresión de un punto de vista, son también un intento de eliminar materiales para su uso público, restringiendo así el acceso a otros. Incluso si la motivación para prohibir o discutir sobre un libro es bienintencionada, el resultado es perjudicial. La censura nuestro derecho como individuos a elegir y pensar por nosotros mismos. Para los niños, las decisiones sobre qué libros leer, deberían hacerlas aquellos que les conocen mejor; sus padres o tutores"
Si bien ya he adelantado algunos de los títulos que han sufrido más ataques, queda espacio para sorprenderse mas y echarse las manos a la cabeza, mientras uno reflexiona sobre lo mucho que deben aburrirse algunos para dedicar su tiempo a semejantes memeces. Libros como: "La cabaña del tio Tomo", de Harriet Beecher Stowe; "Las aventuras de Huckleberry Finn", de Mark Twain; "De Ratones y hombres", de John Steinbeck; y "Lo que el viento se llevó", de Margaret Mitchell, comparten el hecho de realizar una descripción tremendamente detallada y ajustada a la realidad del trato dado a los esclavos negros en Estados Unidos, con el consiguiente uso de palabras consideradas hoy altamente ofensivas como nigger o darkie (negro y moreno serían las traducciones aproximadas).
Títulos de educación sexual o de presentación de nuevos tipos de familia (dos mamás, dos papás y similares), sobre todo si van dirigidos a audiencias jóvenes, han sido tremendamente criticados. En Europa, sin ir más lejos, el alcalde de Venecia prohibió en los colegios públicos el libro "Tres con tango", de Peter Parnell y Justin Richardson, que cuenta la historia real de dos simpáticos pingüinos machos que eran pareja y a los que se les dio un huevo para criar. "Sexo, ¿qué es?", de Robie Harris, un libro de educación sexual para preadolescentes, fue acusado de ser... sexualmente explícito.
Ni el cómic escapa a esa furia censora de bienhechores públicos. En 2007 un abogado británico logró que se retirara de las librerias "Tintín en el Congo", por representar a los congoleños como vagos, aunque de buen corazón. Se ha ido más lejos incluso, ya que en 2012 se presentó una demanda, cuyas pretensiones fueron rechazadas por el tribunal, para prohibir la publicación del mismo en Bélgica, la propia cuna de Hergé. A nivel de curiosidad, este es el único álbum de Tintin que nunca ha sido publicado en Estados Unidos, seguramente por miedo a las posibles demandas por racismo.
Otro cómic cuya retirada se ha pedido ha sido el muy laureado Persepolis, de Marjane Satrapi, que narra la difícil infancia y adolescencia de una mujer iraní en los tiempos de la revolución islámica. Parece que el contenido de crítica política contra el fundamentalismo y el totalitarismo juega en su contra más que a su favor, y no ayuda que la autora sea de una honestidad brutal (la historia es en gran medida autobiográfica) a la hora de relatar sus momentos más bajos. No quiero imaginar que pasaría si estos amigos de la censura leyeran algo del naturalismo francés...
¿A qué conclusión se puede llegar? Unos no quieren cambiar con los tiempos, otros han cambiado tanto, que creen que el pasado debe cambiar igualmente (La tiranía de lo políticamente correcto cuenta con más tentáculos que un pulpo). Si para ello deben modificar y omitir elementos del pasado hasta hacerlo irreconocible, no hay problema. Los más ávidos censores son de dos tipos: los que son tan cortos de miras que no alcanzan a comprender que, en una una sociedad plural y democrática, existen más opiniones y formas de vida que las suyas y, por otro lado, aquellos que sí lo entienden, pero viven con una especie de personalidad bipolar. Estos últimos, son capaces de apelar a la libertad de expresión, al mismo tiempo que piden que no se apliquen nuestros valores occidentales cuando se trata de otras culturas, por mucho que puedan contener elementos criticables o francamente indefendibles.
No sé ustedes, pero a mi me sienta bastante mal que nadie venga a decirme qué puedo leer; y que se usen excusas tales como la religión para acallar críticas y reflexiones necesarias ¿Cuál es su opinión?
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