lunes, 6 de marzo de 2017

El autobús de la tolerancia

Hoy es un autobús y unos tuiteros, ayer fueron unos tirititeros o el boicot a un artista judio en un festival de reggae, y quizás mañana un drag queen por una posible ofensa a los sentimientos religiosos. Da igual el caso particular, todos coinciden en una cosa: el convencimiento por parte de sus críticos de saber lo que es la tolerancia y la libertad de expresión, sin ser conscientes que apenas rascan la superficie de unos conceptos que han banalizado e infantilizado.

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La preocupación por esta libertad es antigua y quizás nadie como John Stuart Mill la ha defendido con más ardor y acierto. No en vano una de sus mayores preocupaciones era la lucha contra la tiranía de la mayoría que ya esbozara Alexis de Tocqueville en su Democracia en América  y de la que Elisabeth Noelle-Neumann desarrollaría la teoría de la espiral del silencio, según la cual nos sumaremos a la mayoria (real o aparente, la influencia del clima de opinión percibido en cada momento es muy grande) o guardaremos silencio para evitar quedar socialmente excluidos o condenados al ostracismo. George Orwell, en el prólogo a su Rebelión en la granja referido a la libertad de prensa, pero siempre extensible a cualquier ámbito, señala con acierto dónde nace esta tiranía: “en un momento dado se crea una ortodoxia, una serie de ideas que son asumidas por las personas bienpensantes y aceptadas sin discusión alguna [] Y cualquiera que ose desafiar aquella ortodoxia se encontrará silenciado con sorprendente eficacia”. Sin embargo, como acaba señalando, “si la libertad significa algo, es el derecho de decirles a los demás lo que no quieren oir”

En palabras de Mill “cuando es la sociedad misma el tirano […] sus medios de tiranizar no están limitados a los actos que puede realizar por medio de sus funcionarios políticos […] La sociedad puede ejecutar, y ejecuta sus propios decretos; y si dicta malos decretos, en vez de buenos, o si los dicta a propósito de cosas en las que no debería mezclarse, ejerce una tiranía social más formidable que muchas de las opresiones políticas [] Se necesita también protección contra la tiranía de la opinión y sentimiento prevalecientes”

Como bien sintetiza Marta Bisbal Torres, Mill relaciona la libertad de expresión con la búsqueda de la verdad y desarrolla una teoría de la falibilidad, que recuerda mucho al falsacionismo popperiano1, apoyada en tres hipótesis:

1.- La opinión tradicionalmente admitida puede resultar falsa (y la nueva opinión puede ser igualmente falsa, pero descartarla de inicio sin discusión si es correcta puede suponer privar a la humanidad de la posibilidad de abandonar el error).

2.- La opinión admitida es verdadera, pero continúa siendo necesaria la discusión. ¿Cuántas veces nos hemos encontrado en la situación de sentirnos atacados en relación con algo que damos por sentado y tenemos la convicción de que es verdadero, pero somos incapaces de justificar por qué? Esto ocurre con la aceptación acrítica de opiniones ajenas, que además no son nunca o sólo raramente atacadas. Para Mill “el hábito constante de corregir y completar la opinión, comparándola con la de los demás, lejos de causar duda y vacilación al aplicarla en la práctica, es el único fundamento sólido de una justa confianza en ella”.

3.- Algunas opiniones antagónicas pueden compartir la verdad. Esta tercera hipótesis es probablemente la que más se de en la práctica. La opinión dominante en un momento dado raramente contendrá toda la verdad y será necesaria la existencia de otras opiniones contrarias que, pudiendo errar, contengan elementos de verdad de que la opinión dominante carezca. Como señala, “la opinión disidente necesita suplir el resto de verdad, de la que solo una parte está contenida en la doctrina aceptada”.

Comencemos, pues, por asumir dos ideas básicas: la tolerancia sólo se predica respecto de adversarios (en su sentido etimológico: el que está en frente, en contra u opuesto) y la libertad de expresión, atendiendo a lo establecido por la Sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de 7 de diciembre de 1976, caso Handyside,"constituye uno de los fundamentos esenciales de tal sociedad, una de las condiciones primordiales para su progreso y para el desarrollo de los hombres. Al amparo del artículo 10.2 es válido no sólo para las informaciones o ideas que son favorablemente recibidas o consideradas como inofensivas o indiferentes, sino también para aquellas que chocan, inquietan u ofenden al Estado o a una fracción cualquiera de la población. Tales son las demandas del pluralismo, la tolerancia y el espíritu de apertura, sin las cuales no existen una “sociedad democrática”. Esto significa especialmente que toda formalidad, condición, restricción o sanción impuesta en la materia debe ser proporcionada al objetivo legítimo que se persigue."

Esta búsqueda de la verdad a través de la competencia de ideas, es la que John Milton recogió en su alegato por la libertad de expresión, Areopagitica, en 1644. La idea del marketplace of ideas (mercado de ideas) sostiene que la verdad emergerá de dicha competencia de ideas en un debate público, libre y transparente. Así, las ideas serán seleccionadas de acuerdo con su superioridad o inferioridad   y su aceptación generalizada por la población. Sin pecar de ingenuidad, precisamente porque asumo que muchos pueden estar en el error y ni siquiera ser conscientes de ello, creo firmemente en el concepto del mercado de ideas. El debate público es absolutamente vital.

La protección excesiva de los jóvenes en relación a ideas, opiniones o actitudes con las que no estén de acuerdo o les haga sentir incómodos, les hace un flaco favor; por el contrario, les convierte en personas incapaces de aguantar la frustración producida por descubrir que, en el mundo real, el conflicto es lo natural. No tanto en el sentido hobbesiano de homo homini lupus, que implica desde mi punto de vista una concepción demasiado pesimista de la sociedad, a la que se concibe como algo que sólo puede funcionar porque un poder superior, el Leviatán, impone paz y orden; como en el sentido de que, a fin de resolver los conflictos, se debe partir de la aceptación de la existencia del otro, que éste puede tener ideas y opiniones diferentes y que, con todo, será posible llegar a acuerdos razonables y una convivencia normal a través de cesiones mutuas.

Considero que la actitud marcadamente infantil de mucho activista de sofá,que concibe el mundo de modo dicotómico y maniqueo, impropio de un adulto, le hace imposible concebir que alguien pueda manifestar sin consecuencias jurídicas algo que ellos consideren negativo. Así, se erigen como luchadores por la justicia social, convencidos de la bondad de su posición y de la necesidad de destrucción del derecho ajeno a opinar.

Nos aventuramos por un peligroso terreno al pedir la restricción legal de todo lo que podamos considerar expresiones de odio. Razones no faltan: 
1- La naturaleza ambigua, poco definida y con un gran componente de subjetividad de lo que constituye un delito de odio.
2- La inseguridad jurídica que el hecho anterior produce.
3- La (auto)censura de opiniones críticas pero razonables por miedo a enfrentarse a la ortodoxia o corriente de opinión dominante.

Precisamente este primer componente de ambigüedad y subjetividad es el más peligroso. Si bien la mayoría coincidiremos con un cierto número de valores básicos, con los que poca broma cabe, en relación a otros muchos seremos más flexibles. Pero esa flexibilidad nuestra, puede ser vista de modo ofensivo por otros, que pedirán a su vez respeto, incluso por vía penal, hacia sus ideas y opiniones. Así, acabaremos en una vertiginosa espiral cada vez más restrictiva de derechos. 

Personalmente, prefiero sentirme ofendido a que se deje de debatir públicamente con las cartas sobre la mesa. ¿Qué opinan ustedes?


1 Partiendo de que no existe nada incuestionable, Kart Popper mantenía que toda hipótesis debe ser falsable, es decir, susceptible de ser puesta a prueba y desmentida o confirmada. Si no se logra refutar, queda corroborada, pero siempre de modo provisional, pudiendo volver a ser sometida a prueba. Resulta curiosa, pues, la casi total coincidencia en este punto con Mill, quien textualmente lo enuncia así “las creencias en las que mayor confianza depositamos no tienen más salvaguardia para mantenerse que una permanente invitación a todo el mundo para que pruebe su carencia de fundamento."

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