jueves, 9 de marzo de 2017

La mujer y el determinismo biológico

"Las mujeres deben ganar menos que los hombres porque son más débiles, más pequeñas, menos inteligentes". Con estas amables palabras hacia el sexo femenino, intervenía el pasado 2 de marzo de en la Eurocámara el polémico diputado polaco Janusz Korwin-Mikke (En octubre de 2015 fue suspendido durante diez días y se le impuso una multa de 3000 euros por hacer apología del nazismo en la cámara). 
Janusz Korwin-Mikke. Fuente: Adrian Grycuk - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0 pl
Pero no nos quedemos en la anécdota. En el trasfondo subyace una corriente de pensamiento muy antigua que creíamos casi erradicada en las sociedades occidentales avanzadas. Por desgracia, no puedo ser tan optimista en lo referente a la mayoría de países en desarrollo y del tercer mundo, donde la igualdad y el respeto a la mujer suenan todavía a quimera. 

Gustave Le Bon en torno a 1900
Durante el siglo XIX estuvo muy de moda en Europa la craneometría. Se pensaba que el tamaño del cráneo determinaba la inteligencia y que midiéndolo era posible establecer científicamente la superioridad del hombre y la inferioridad natural de la mujer. El investigador más destacado de esta disciplina fue el doctor Paul Broca y su escuela de discípulos, entre los que sobresalió Gustave Le Bon. Si bien este último realizó importantes contribuciones a la psicología de masas, está claro que no estuvo demasiado fino a la hora de ponderar la verdadera inteligencia de la mujer, a la que se refería en estos términos en 1879:

“En las razas más inteligentes, como entre los parisienses, existe un gran número de mujeres cuyos cerebros son de un tamaño más próximo al de los gorilas que al de los cerebros más desarrollados de los varones. Esta interiori­dad es tan obvia que nadie puede discutirla siquiera por un momento; tan sólo su grado es digno de discusión. To­dos los psicólogos que han estudiado la inteligencia de las mujeres, al igual que los poetas y los novelistas, recono­cen que ellas representan las formas mas interiores de la evolución humana y que están mas próximas a los niños y a los salvajes que al hombre adulto civilizado. Son insupe­rables en su veleidad, su inconstancia  en su carencia de ideas y lógica y en su incapacidad para razonar. Sin duda, existen algunas mujeres distinguidas, muy superiores al hombre medio, pero resultan tan excepcionales como el nacimiento de cualquier monstruosidad, como por ejemplo el de un gorila con dos cabezas: por consiguiente, po­demos olvidarlas por completo.”

Dejando de lado el chovinismo de la primera frase, si lo anterior ya les parece grotesco y negativo, tampoco se manifestó como un partidario entusiasta de que se diera a la mujer la misma educación que al hombre:

“El deseo de darles la misma educación y. como conse­cuencia, de proponer para ellas los mismos objetivos es una peligrosa quimera... El día en que, sin comprender las ocupaciones inferiores que la naturaleza les ha asignado, las mujeres abandonen el hogar y tomen parte en nuestras batallas, ese día se pondrá en marcha una revolución so­cial y todo lo que sustenta los sagrados lazos de la familia desaparecerá.”*

Debemos reconocerle que la revolución social que tanto le inquietaba se ha producido, pero porque la naturaleza no asigna funciones inferiores a nadie, sino otras personas. La progresiva adquisición de derechos por parte de las mujeres, como la educación y el voto, y su plena incorporación al mundo laboral son los mayores logros sociales de la edad contemporánea que nos han enriquecido. De hecho, por comparación, es posible establecer una estrecha correlación entre el desarrollo de un país y el modo en que trata a sus mujeres.

Volviendo a los datos de Broca, si bien impecables formalmente (los medía con gran meticulosidad), se puede objetar que no tuvieron en cuenta variables tales como la altura, la edad y el estado general de salud. Es un hecho que existe una cierta correlación entre altura y tamaño craneal, pero no inflyen más factores. Con la edad, la masa cerebral disminuye de modo normal para todos, pero si a esto le añadimos la posibilidad de sufrir algún tipo de enfermedad degenerativa, como el alzheimer, esta pérdida puede ser más drástica. Muchos de los especímenes de mujeres utilizados eran de mujeres de avanzada edad, en los cuales era más posible que se dieran los factores antes expuestos. Como bien demostraron paleontólogos posteriores, atendiendo a estos elementos correctores, la diferencia de masa cerebral entre hombre y mujer quedaba en virtual empate, cuando no una ligera ganancia en favor de la mujer.

Por fortuna, ya en aquella época numerosos científicos y pensadores eran muy críticos con la craneometría que, como la frenología de Cesare Lombroso, ha acabado siendo completamente desacreditada. El tamaño no lo es todo (el del cerebro, no me piensen mal), sino saber emplearlo y, para ello, dar unas mismas oportunidades educacionales a todo el mundo es esencial. En el ser humano es más importante el componente cultural que el biológico.

A pesar de que para Le Bon, una mujer más inteligente que un hombre era una monstruosidad equiparable a un gorila de dos cabezas, debemos mucho a estas "monstruosidades" y conviene no olvidarlo. Ante todo, hay que dejar de lado cualquier prejuicio determinista y centrarse en conseguir la mayor igualdad real posible.
 



* Ambas citas de Le Bon han sido extraidas del libro El pulgar del panda del paleontólogo Stephen Jay Gould (pags. 170-171 en la edición de Crítica. 2006). Para una mayor profundización sobre el determinismo biológico, es decir, la creencia de que las diferencias sociales y económicas entre los grupos sociales humanos (como las razas, clases sociales y sexos) tienen un carácter hereditario y se trata de un hecho, pues, puramente biológico, recomiendo encarecidamente la lectura de La falsa medida del hombre, del mismo autor.

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