martes, 29 de noviembre de 2016

Fidel Castro en contexto

El último dictador de la guerra fría ha muerto. Aunque el mal puede durar mucho más de lo que sería deseable, todo acaba terminando. Casi como anécdota quedan los más de 600 planes para atentar con su vida, de los que se intentaron más de un centenar. Como ironiza un periódico muy serio, al final la CIA ha dado por finalizado su plan de matar a Fidel Castro de viejo. Y aunque no tengo demasiado claro que la historia le vaya a absolver, pero lo que sí parece claro es que no se dejará de hablar de él. Cuarenta y siete años en el poder, más otros 10 en la sombra, dan para mucho. 



Símbolo de una época como héroe para unos y dictador para otros, no era un hombre que dejara a nadie indiferente. Destilaba un carisma que era a la vez un dulce licor que embriagaba a sus seguidores y un veneno que intoxicaba a sus detractores. Para comprender mejor sus acciones los discutido de su figura, hay que poner las cosas en su contexto y examinar el conjunto sin quedarnos en el detalle.

Los años 50 del pasado siglo se enmarcan en el inicio de la guerra fría tras el fin de la II Guerra Mundial. Estados Unidos había adoptado la "política de contención" que George F. Kennan sugiriera en Las fuentes del comportamiento soviético, publicado en la revista Foreign Affairs en 1946, para frenar el expansionismo soviético. La URSS se veía a sí misma como paladín del comunismo en una lucha sin fin contra el capitalismo; todo aquel que no estuviera en su línea, era un enemigo. Al mismo tiempo, apoyaba a cualquier grupo marxista que se encontrara en un país occidental. 

Las dos grandes superpotencias, conscientes de que el uso de las armas nucleares desencadenaría su mutua destrucción, acabarían recurriendo de modo indirecto a los conflictos en la periferia como válvula de escape para disminuir la presión y medir sus fuerzas. El mundo se transformó en un inmenso tablero de ajedrez en el que unas veces ganaban los soviéticos y otras los estadounidenses. Sin embargo, eso implicaba dejar de lado el desarrollo democrático en muchos países, donde primaba la seguridad de tener a un sátrapa afín que a un gobierno democrático e independiente.

Todo el continente americano había salido bien parado de la contienda, en la medida que la mayoría de los países se mantuvieron neutrales o, siendo combatientes, no sufrieron graves ataques en su territorio. Cuba no fue una excepción. En los años 50, era una de las economías más boyantes de toda América Latina, merced a un intenso intercambio comercial con Estados Unidos (en 1958 suponía el 67% de las exportaciones y el 70% de las importaciones del país) con tasas de alfabetización por encima de la media (un 82% en 1958), tasas de mortalidad infantil inferiores a las estadounidenses o canadienses y unas prometedoras perspectivas de futuro.

Había también sombras, sin las cuales es imposible comprender el triunfo de la Revolución Cubana. La principal, de la que derivan las demás, es Fulgencio Batista. Irónicamente, éste fue presidente democrático durante cuatro años al frente de una candidatura populista en 1940, tras haber formado parte ya de la pentarquía formada después del derrocamiento en 1933 de Gerardo Machado; hombre honrado pero que se presentó a la reelección a pesar de prohibirlo la constitución de 1901. Batista volvería a concurrir a las elecciones de 1952 pero, ante la perspectiva de perder que le daban las encuestas, se aprovechó de su prestigio en el ejército para dar un golpe de estado con los argumentos más peregrinos y, en 1954, llevó a cabo una pantomima de elecciones para dotarse de una cierta legitimidad. Derogó también la constitución de 1940, la más progresista de la época y en cuya redacción habían colaborado todas las fuerzas políticas de la época, comunistas incluidos, creando una gran inestabilidad y persecución política.

A pesar de la relativa prosperidad económica de Cuba, la corrupción era rampante, la tasa de desempleo cercana al 20% y suministros básicos como el agua potable apenas llegaban a un tercio de la población. La influencia política y económica estadounidense era inmensa y hasta la isla llegaban incluso los tentáculos del crimen organizado de su vecino del norte. La ayuda que llegaba de los Estados Unidos era fundamentalmente de armamento, lo que fácilmente se puede explicar por el carácter comunista de la resistencia cubana y el empeño estadounidense en contener una amenaza tan cercana a su territorio en lo más crudo de la Guerra Fria.

Con estos mimbres, se allana el camino a que surja una figura como la de Fidel Castro cuando, en 1953, asalta el Cuartel Moncada junto con algo más de una centena de combatientes, de los que morirán casi la mitad. En el juicio posterior, en el que se le condenará a 15 años de cárcel, de los que cumplirá dos gracias a una amnistía de Batista, pronunciará la famosa frase de "la historia me absolverá". Exiliado en México, preparará su regreso a Cuba. A bordo del yate Granma, desembarcará y casi perderá la vida, refugiándose en Sierra Maestra con sus compañeros. Partiendo del reducido número de guerrilleros supervivientes, continuará con la lucha y conseguirá victorias sorprendentes sobre unos efectivos militares superiores en número y armamento, pero descontento con las purgas que se habían llevado a cabo en su seno y con la espiral de creciente violencia de la policía de Batista contra cualquier muestra de oposición.

Tras la huida de Batista, que buscó refugió con Trujillo en República Dominicana y acabaría falleciendo cerca de Marbella en 1973, se produjo la entrada triunfal de los barbudos de Fidel en la Habana. Poco podían imaginar los cubanos que, al igual que la iraní, que derrocó al Sha de Persia, la cubana sería una revolución robada a sus protagonistas y pervertida hasta convertirla en algo grotesco. Aquellos que salían a las calles pidiendo mejoras en sus condiciones de vida, mayor libertad y menos corrupción, se encontraron con un sensible empeoramiento de sus condiciones de vida (salvando la educación y el acceso a la salud, aunque toque matizar estos últimos aspectos), una represión mayor de la que habían sufrido hasta el momento y una institucionalización de la corrupción.

La promesa de elecciones libres en 18 meses, es casi lo primero que rompe, expresándolo así en su discurso del 1º de mayo de 1960: "como si el único procedimiento democrático de tomar el poder fuesen los procesos electorales, tantas veces prostituidos para falsear la voluntad y los intereses del pueblo y llevar al poder muchas veces a los más ineptos y a los más habilidosos, no a los más competentes y a los más honestos.  Como si después de tantas elecciones fraudulentas, como si después de tanta política falsa y traicionera, como si después de tanta corrupción, fuese posible hacerles creer a los pueblos que el único procedimiento democrático de un pueblo fuera el procedimiento electoral, y no sea, en cambio, democrático ese procedimiento mediante el cual un pueblo, no con un lápiz, sino con su sangre y con la vida...". 

La libertad de expresión queda rápidamente suprimida, lo que no es de extrañar cuando palabras como "democracia es aquella que garantiza al hombre, no ya el derecho a pensar libremente, sino el derecho a saber pensar" (del mismo discurso anterior), ponen los pelos como escarpias a cualquier librepensador. Ese "derecho a saber pensar" encubre en realidad el más brutal y machacón adoctrinamiento que lleve a todos a pensar de una determinada manera. En junio de 1961, con su Ley de nacionalización de la enseñanza, llevó a cabo el primer paso para terminar con el libre pensamiento, al acabar de un plumazo con todo establecimiento educativo privado.



Las decisiones económicas del gobierno castrista para controlar su economía, serían el verdadero punto de inflexión en las relaciones con Estados Unidos y el acercamiento total a la URSS. La Primera Ley de Reforma Agraria de 1959, que nacionalizaba la mayoría de latifundios del país, muchos en manos norteaemericanas, y entregaba tierras a los campesinos pobres, otorgó a Fidel una inmensa popularidad. Esta ley limitaba también la posesión de terreno a 402 hectáreas por personas, que serían reducidas a 33 con la Segunda Ley de Reforma Agraria de 1961.

1960 es un año crítico en el que se concentran la mayoría de nacionalizaciones y expropiaciones forzosas y sin compensación. Las nacionalizaciones de plantaciones azucareras norteamericanas en enero de 1960 dieron lugar a la reducción por parte de Eisenhower de la cuota de importación de azúcar cubano. La respuesta cubana no se hizo esperar y tuvo lugar con la ley 851, de julio de 1960, que autorizaba la nacionalización, por vía de expropiación forzosa, de los bienes o empresas propiedad de personas naturales o jurídicas nacionales de EEUU o de las empresas en que tuvieran interés o participación de dichas personas, aunque las mismas estuvieren constituidas con arreglo a las leyes cubanas. Por si eso no fuera poco, la ley 890 de 1960, disponía la nacionalización de todas las empresas industriales y comerciales, así como las fábricas, almacenes, depósitos y demás bienes y derechos integrantes de las mismas. Así, desde el textil a la leche, pasando por la metalurgia y la industria química, todo quedó en manos del estado. Los medios de comunicación privados de la isla, serían cerrados o pasarían a ser controlados por el estado en la primera mitad de los sesenta.  La "Ofensiva revolucionaria" de marzo de 1968 finiquitaría todo lo que quedaba de un ya exiguo sector privado

Las consecuencias fueron catastróficas y ya en 1962 se ven obligados a crear un regimen de cartillas de racionamiento que dura hasta la actualidad. Situación muy similar a la de Venezuela en estos momentos, con la diferencia de que este último es un país my rico en recursos naturales, que ha despilfarrado durante el periodo chavista. En lugar de intentar aprovechar para volverse menos dependientes del petroleo, diversificando la economía, se dedicaron a destruir sistemáticamente todo el tejido productivo del país, machacar la iniciativa privada y aplicar recetas económicas que nunca han funcionado.

El fiasco de Bahía de Cochinos, autorizado por John Fitzgerald Kennedy y que fue lanzado el 15 de abril de 1961, dio a Castro la excusa definitiva para usar Estados Unidos como diana de todos los males de la isla..La crisis de los misiles de 1962, quizás el episodio más tenso de la guerra fría, merecería todo un capítulo aparte. Incluso de ni haberse producido, las relaciones con Estados Unidos habrían seguido siendo tensas y encendidas por todas las medidas anteriormente vistas y por la posición estratégica de la isla, a escasos 150 km de la costa norteamericana. Todo intento de acercamiento o distensión por parte de Estados Unidos se ha encontrado delante con un muro. La retórica castrista ve en su vecino del norte al gran satán y se niega a reconocer sus propios errores, además de servirle de chivo expiatorio. 

El intento de normalizar las relaciones con Cuba por parte del presidente Obama es en mi opinión un fracaso. Por un lado, las medidas tomadas han sido decretos presidenciales, fácilmente revocables por cualquier nuevo presidente sin pasar por el Congreso y el Senado y, por otro lado, los gestos o cesiones por el lado cubano han sido virtualmente inexistentes. La represión política en la isla no ha cesado y continúa habiendo prisioneros políticos en las cárceles cubanas. En estas condiciones, de falta de voluntad de una de las partes, lo hecho por parte de Obama se considera como una victoria por el régimen castrista frente al gran satán. Las cesiones deben ser mutuas.
 
La supervivencia del régimen castrista es una mezcla de suerte y tenacidad para engancharse a la vida como si de una sanguijuela se tratase. La caida del muro de Berlín y el fin de la Unión Soviética dieron lugar a una reacción en cadena, en que los países de la órbita soviética y otros que habían quedado integrados en su interior, como los países bálticos, se apresuraron a librarse del yugo comunista y abrazar tanto la democracia (con todas sus imperfecciones, por la falta o corta tradición democrática de muchos de ellos) y la economía de mercado.

Cuba sufriría un severo mazazo del que no se ha acabado de recuperar por completo a día de hoy. El régimen comunista nunca logró crear nada parecido a una economía viable. Si bien se echaba la culpa al embargo estadounidense, el alcance de éste es más limitado en la práctica de lo que parece. Pero todo régimen autoritario y dictatorial requiere la existencia de un enemigo interno o externo al que culpar de sus males, reales o ficticios.

La economía cubana dependía de los estipendios soviéticos hasta tal punto que, el fin de esta, significó una contracción del 85% de su PIB, una vuelta al racionamiento más severo y una drástica reducción del nivel de vida. Se produjo una nueva ola migratoria de cubanos que, más que por razones políticas, como los exiliados de la primera ola, lo hacían por cuestiones económicas. Así mismo, el ejecutivo castrista inició unas tímidas y restringidas reformas económicas, de escaso calado. Para inicios del siglo XXI, apenas se había alcanzado el nivel previo a 1989, y eso gracias a las remesas enviadas por los emigrados a sus parientes; recursos sin los cuales el país no habría sobrevivido.

La victoria de Hugo Chávez y su revolución bolivariana proporcionó al régimen de Castro el balón de oxígeno que necesitaba desesperadamente. La buena sintonía de ambos líderes y la admiración chavista Cuba, permitió llevar a cabo intercambios tremendamente ventajosos para una moribunda Cuba, como el canje de petroleo venezolano por médicos y otros profesionales cubanos bien preparados para las misiones que Chávez estableció por todo el país (y que fue aprovechado por muchos de ellos para huir). Ahora, con un Nicolas Maduro en minoría, un precio del petroleo por los suelos y serios problemas financieros y de abastecimiento por una pésima política económica de su socio venezolano, la economía cubana vuelve a estar en una encrucijada.

¿Cuánto más durará el castrismo sin Castro? No me atrevo a hacer apuestas, pero quiero pensar que, tras 57 años, tiene los días contados.


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