La controversia surgida en relación
con la representación infantil de títeres en que se ahorcaba a
jueces, asesinaba y violaba monjas y aparecían pancartas en favor de
ETA, dice mucho sobre como se ha reducido el margen de tolerancia y
libertad de expresión en nuestra sociedad actual. Es la punta del
iceberg de una libertad de expresión siempre frágil y atacada,
aunque pueda ser de modo bienintencionado, desde todo el espectro
político.
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Serie postal turca dedicada al teatro de títeres, en concreto, a Karagöz y Hacivat. |
Por cuestionables que sean estas
conductas, no creo que puedan merecer condena penal ni que se
pretenda proteger a la sociedad de todo estímulo negativo (sin
contar la cuestión del derecho a decidir uno mismo qué considera
negativo o positivo). Lo único que se logrará de esta manera es
crear una nueva generación más intolerante, que considera como un
derecho el no tener que sentirse ofendidos, olvidando que en la vida
real siemrpe habrá quien piense de modo diferente y además lo
verbalice.
En España, podemos recordar en el
ámbito universitario, supuestamente el más abierto al debate de
ideas de todo tipo, ponentes que fueron vetados después de haber
sido invitados a participar en mesas redondas o conferencias, debido
a protestas estudiantiles; o conferencias en curso reventadas por
aquellos demasiado ofendidos para escuchar a personas que
consideraban non-gratas. Estados Unidos lleva ya viendo la libertad
de expresión seriamente afectada y recortada por la amenaza de
denuncia de estudiantes que se sienten ofendidos o consideran
discriminatorio, no ya exponer una opinión, sino siquiera por
enseñarla; y profesores temerosos de promover el debate por miedo a
que alguien se sienta ofendido y termine con su carrera docente.
Incluso los festivales de música sufren esta lacra, como el Rototom
Sunsplash de Benicassim, cuyos organizadores primero vertaron al
cantante judio estadounidense Matisyahu por negarse a hacer una
declaración política sobre Palestina... que sólo le exigían a él.
Hasta el humor se encuentra amenazado si no creamos adultos críticos,
razonables y resistentes a la tensión que genera ver las propias
ideas confrontadas a otras.
Una sentencia mítica del Tribunal
Europeo de Derechos Humanos, Caso Handyside , defendía con gran
lucidez la libertad de expresión como fundamento esencial de una
sociedad democrática, precisando que esa afirmación era válida
“no sólo para las informaciones o ideas que son favorablemente
recibidas o consideradas como inofensivas o indiferentes, sino
también para aquellas que chocan, inquietan u ofenden al Estado o a
una fracción cualquiera de la población. Tales son las demandas del
pluralismo, la tolerancia y el espíritu de apertura, sin las cuales
no existe una “sociedad democrática”. Esto significa
especialmente que toda formalidad, condición, restricción o sanción
impuesta en la materia debe ser proporcionada al fin legítimo que se
persigue.
No se
trata, pues, de la defensa de la opinión dominante en un momento
dado, sino la de todos.
Parece
haberse olvidado que la tolerancia se predica, precisamente, respecto
de adversarios, es decir, personas en posiciones antagónicas en las
que, los defensores de cada parte, pueden sentirse ofendidos por la
mera existencia de la otra, aunque ambas defiendan doctrinas
comprehensivas razonables, en el sentido que defiende Rawls en su
"Liberalismo político".
¿Qué
se puede hacer: prohibimos una de las posiciones o se hace una
regulación más estricta? Ninguna de las dos posiciones resulta
especialmente satisfactoria, puesto que, por bienintencionadas que
puedan ser, acaban conduciendo irremediablemente a la censura y,
peor, la autocensura de opiniones que pueden resultar perfectamente
razonables.
La
mejor vía, es seguir la senda del mercado de ideas (marketplace
of ideas),
inicialmente esbozada por John Milton en su "Areopagítica",
en defensa de la libertad de expresión, y por John Stuart Mill en su
clásico "Sobre la libertad", es hoy la doctrina
consolidada que sigue el Tribunal Supremo de los Estados Unidos en
relación a la libertad de expresión. La idea que subyace es que, si
se permite el debate público de ideas enfrentadas, la verdad acabará
prevaleciendo. El gobierno deberá abstenerse de adoptar medidas que
apoyan a una u otra.
Lógicamente,
una gran libertad de expresión conlleva siempre la aparición de
personas que abusarán de ella Pero es preferible un debate público
abierto, que permita a la ciudadanía recordar los argumentos por los
que defiende ideales tales como la justicia y la libertad, a una
autocensura impuesta por miedo a ser tachado de ofensivo. Los límites
deben ser los mínimos imprescindibles.
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