La universidad parece estar perdiendo su papel como espacio para el debate intelectual. Se intenta obligar a pedir perdón por defender posturas o hacer mención a cuestiones que, aunque puedan ser controvertidas en ocasiones (o incluso sin serlo en absoluto), son absolutamente lícitas. Quizás no hayamos llegado todavía al nivel estadounidense, donde muchos estudiantes entienden que la universidad es un espacio donde deben sentirse cómodos y a salvo de cualquier situación, idea u opinión que choque contra sus principios y valores morales, pero estamos peligrosamente cerca. Y lo dicho en relación al mundo universitario se debe hacer extensivo a la sociedad en su conjunto.
Escrache a Felipe González y Juan Luis Cebrián en la Universidad Complutense de Madrid en octubre de 2016 |
Sin embargo, la vida real no es así y la técnica de evitar enfrentarse a aquellas situaciones o ideas que nos resulten incómodas u ofensivas, sólo puede conducir a crear una generación incapaz de comprender el pluralismo social y la tolerancia.
Esta generación ha crecido en un ambiente en que, muchas de las injusticias sociales y prejuicios que preocupaban y contra los que se manifestaban nuestros padres y abuelos, han sido resueltas o han mejorado notablemente. En la medida que olvidan de dónde se partía, han perdido la capacidad de apreciar las conquistas realizadas y han elevado artificialmente y de un modo ajeno a la realidad sus estándares morales, conduciéndonos a una visión maniquea de la realidad en que aquel que no comparte nuestra concepción del mundo es, forzosamente, un fascista, machista, xenófobo o el epíteto que prefieran.
Esas palabras, a fuerza de extender su uso en ámbitos para los que no estaban previstos, han visto desvirtuado su significado y vaciado su contenido primigenio para convertirse en palabras-comodín que expresan cualquier cosa que el emisor considere mala o negativa. La realidad es que el emisor, que se coloca a sí mismo en un plano de superioridad moral que justifica inclusive acciones violenta, tiende a compartir tanto el discurso como los métodos de aquellos a los que dicen noparecerse o desprecian, como es el caso de los autoproclamados "antifascistas" beligerantes.
Se ha perdido la capacidad de comprender y aceptar la existencia de una multitud de doctrinas comprehensivas y razonables en el seno de una misma sociedad. Esto es grave, pues no comprenderlo o, peor aún, entenderlo perfectamente pero no aceptarlo, mina los principios mismos de la democracia representativa, merced a la cual diferentes opciones políticas compiten en un marco reglado y equitativo que todas las partes aceptan, para alcanzar el poder y mantenerlo, sin olvidar también que pueden perderlo del mismo modo.
En la medida que un sector es incapaz de aceptar la mera existencia del otro, peor podrá aceptar sus victorias o, en caso de detentar el poder, la posibilidad de perderlo, como puede ser el caso de Nicolás Maduro en Venezuela. Éste, sabiéndose en minoría, se niega a aceptar la realidad y usa de todos los intrumentos del Estado para impedir que el parlamente electo ejerza sus funciones o pueda intentar el equivalente a conseguir unas elecciones anticipadas.
El concepto mismo de tolerancia resulta un gran incomprendido, cuando en realidad es algo que debería ser muy simple. la tolerancia se predica respecto de adversarios, es decir, en relación a personas opuestas a nosotros y con las que no estamos de acuerdo, no respecto a diferencias de matiz dentro de un grupo que comparte casi todo un mismo corpus ideológico. Aunque precisamente este ultimo hecho, la relativa homogeneidad del grupo, da lugar a luchas mas encarnizadas por hacerse con el título de ortodoxo o representante más fiel de la idea defendida, exacerbando la importancia de las pequeñas diferencias y convirtiendo a los demás en "disidentes". La tradicional fragmentación de la izquierda tiene su origen, precisamente, en este hecho. Quedémonos con la magistral actuación de los Monty Python en La vida de Brian.
¿Significa esto que la tolerancia lleva aparejada la imposibilidad de protestar? De ningún modo. La tolerancia bien entendida es una vía de doble sentido, que permite criticar al grupo contrario y sus ideas y que éste a su vez haga lo mismo. Poco importa que uno sea mayoritario o minoritario. En una sociedad plural, democrática y abierta, el papel de la sana crítica es fundamental, por mucho que se oponga a la opinión dominante en un momento dado. Muchos pueden estar equivocados y alguien levantar la voz para señalarlo, o la mayoria tener razón, pero utilizar las voces minoritarias para recordar por qué creen en lo que creen y no convertirlo en una mera tradición, dogma o costumbre adquirida.
Con todo, el reciente escrache a Felipe González y Juan Luis Cebrián en la Universidad Complutense de Madrid o las convocatorias para rodear el Congreso de los Diputados, pasan de la mera crítica o la protesta pacífica para convertirse en un intento puro y duro de coerción e intimidación física; así como un ataque a la legitimidad institucional del estado de derecho. El señor Iglesias, antiguo comunista ("pecado de juventud", según señala) y actual socialdemócrata (autodeclarado, como politólogo, tengo mis dudas que sepa en que consiste) haría bien en no impulsar estos comportamientos ni jalear a quienes tomen parte en ellos.
La sociedad y la política son cuestiones complejas con multitud de actores. Cualquier pretensión de reducirlo todo a blanco y negro, buenos contra malos, es un maniqueismo demagógico absurdo y muy peligroso.
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