Yoko Ogawa (1962), es una autora por cuyas obras siento un especial cariño, ya sean oscuras o enternecedoras, pues su polivalencia en este sentido es destacable. “La niña que iba en hipopótamo a la escuela” (2006), pertenece a este segundo grupo, que la autora inició con “La fórmula preferida del profesor”.
Ambientada en los años setenta, nos cuenta casi por entero el año que la protagonista, Tomoko, de apenas 12 años, pasó viviendo con la peculiar familia de su tía. El título no engaña, pues incluye realmente un hipopótamo enano, Pochiko, en el que Mina, su prima, ligeramente menor que ella y de salud delicada, va todos los días a la escuela. El tío de Tomoko, sin envanecerse nunca, tiene una personalidad arrolladora, aunque sus largas desapariciones le resultan sospechosas; su tía es una pertinaz buscadora de erratas; la tía abuela Rosa, alemana llegada a Japón antes de la Segunda Guerra Mundial, es como un recuerdo de otro tiempo.
El año en que transcurre la historia, 1972, no deja de ser muy especial y trágico a nivel mundial. Los japoneses tienen relativamente fresco el recuerdo de la Exposición Universal de Osaka de 1970, que fue un verdadero éxito, con las colas formadas para admirar la roca lunar traída por el Apolo 11 en 1969, expuesta en el pabellón de Estados Unidos. Ahora, el país se ilusionaba por los juegos olímpicos que tendrían lugar en Munich ese año, y en que la selección masculina de Voleibol aspiraba a la medalla de oro, habida cuenta que había obtenido ya el bronce y la plata en los juegos precedentes. La salvaje acción terrorista de un grupo palestino, secuestrando a parte del equipo olímpico israelí, y la desastrosa operación de rescate alemana, deslucieron lo que debía haber sido un acontecimiento gozoso.
Capa a capa, se va revelando información sobre cada uno de los miembros de la familia, sus inquietudes y sus secretos. Tomoko hace viajes a la biblioteca local para pedir libros que, en realidad, lee su prima Mina, estableciéndose ambiguas conversaciones con el bibliotecario, quien recomienda como primera lectura “La casa de las bellas durmientes”, de Yasunari Kawabata. No es este el típico título que recomendaría a una preadolescente, pues la reflexión sobre el sexo y la muerte que contiene puede resultar perturbadora incluso a un lector adulto.
En conjunto, es una historia teñida de nostalgia; sensible, pero no sensiblera; costumbrista, pero aderezada de una atmósfera ligeramente mágica. Aunque el curso de la historia parezca predecible, Ogawa nos deleita con diversos giros que dan más interés a la trama.
¿Qué trabajo de Ogawa os ha gustado más?
No hay comentarios
Publicar un comentario