El mundo de ayer (Die Welt von Gestern) es un libro capital para entender la Europa de finales del siglo XIX y la primera mitad del XX. El autor, Stefan Zweig, tenía ya una larga experiencia escribiendo biografías y obras del género hsitórico, como había demostrado profusamente a lo largo de su dilatada carrera literaria. Fouché, momentos estelares de la Humanidad, María Antonieta y otros muchos libros, que pueden encontrarse fácilmente en el mercado, dan buena cuenta de su pluma ágil y su estilo fluido. Su autobiografía reune lo mejor de una vida apasionante, dentro de un mundo en continuo cambio.
Es difícil hacerse a la idea de lo que debió de sentir Stefan Zweig en los últimos años de su vida, exiliado en un país extranjero debido a la persecución que él y su obra sufrían en su Austria natal. Él había nacido y se había criado en el mundo de la seguridad, en una sociedad tranquila y serena impregnada de humanismo y confianza en el progreso. En este mundo pervivían los valores ilustrados que habían triunfado con la Revolución francesa, y que iban a sufrir un serio descalabro a partir del fin del siglo XIX.
El
proceso de degradación de estos valores fue progresivo y, creo, en
cierto modo imprevisibles. La contingencia de la historia queda
demostrada en mi opinión. ¿Quién podía pensar que una acción de
un nacionalista serbio en Belgrado provocaría la 1ª Guerra Mundial?
¿Quién habría podido imaginar que un pequeño partido como el
nacionalsocialista llegaría a tomar el poder e imponer un régimen
de terror a toda Europa? El propio Stefan Zweig deja claro que esas
ideas no se le pasaban por la cabeza a la mayoría, incluido él
mismo.
Su
nacimiento se había producido en el seno de una sociedad
conservadora donde no se producían bruscos cambios ni revoluciones. Todo
parecía sugerir estabilidad, empezando por la dinastía de los
Habsburgo, que conducía los destinos del Imperio austro-húngaro
desde hacía siglos. La gente, confiada, podía prever con antelación
como transcurriría su vida. Se valoraba la experiencia (edad), pues
se consideraba que los jóvenes no estaban suficientemente preparados
y eran demasiado impulsivos.
Paradójicamente, fue
en esta atmósfera que dificultaba el surgimiento de cualquier cosa
nueva en la que aparecieron movimientos de vanguardia en todas las
esferas de las artes, desde la lírica hasta la pintura y la música.
Rechazaban el clasicismo académico y buscaban nuevas formas de
expresión. Stefan Zweig desde muy joven se vio atraído por este
mundo que estaba fuera de los muros de la escuela. Ese ímpetu no era
algo solitario, sino compartido con otros compañeros de escuela. Por
suerte para él, Viena era una ciudad donde el cultivo de las artes
era casi una religión. Se prestaba mucha menos atención a la
política de la que se podía prestar a una representación teatral.
Esta pasión por el arte no era meramente pasiva, no sólo leía,
sino que también experimentaba y creaba. Por un cúmulo de
circunstancias y capacidad personal, logró, siendo bastante joven,
hacerse ya un nombre en los círculos literarios e incluso entre el
público general. Los años de escuela y de universidad los pasó
como un mal menor, intentando aprovechar el tiempo en cosas más
provechosas. Además, el mundo de la seguridad en que vivía le
permitía actuar con tranquilidad y planificación.
Los
partidos de masas a finales del siglo XIX ya habían entrado en el
juego democrático, con los partidos obreros (socialistas sobre todo)
a la cabeza. Los derechos que antes pertenecían a las clases altas
casi en exclusiva se habían ido extendiendo a capas cada vez más
amplias de la población. Las políticas educativas llevadas a cabo
por la mayoría de los estados europeos habían conducido a una
disminución del analfabetismo y un aumento del público lector.
Pero
este mundo de la seguridad no duraría para siempre. Negros
nubarrones se cernían sobre Europa. Los franceses no habían
olvidado todavía la derrota de la guerra franco-prusiana y tenían
un ánimo revanchista. Con el fin de la era de la diplomacia de
Bismarck se abre un proceso que conducirá a la primera guerra
mundial. Los alemanes en este periodo inician un proceso de expansión
internacional, incorporándose tarde al reparto colonial, con lo que
entran en colisión con otras grandes potencias europeas, Francia e
Inglaterra sobre todo. Se comienza a dibujar una compleja red de
tratados de apoyo mutuo entre países. Francia se atraerá
a Rusia, Alemania a Austria. En mi opinión, no creo que se
pensara nunca en tener que aplicarlos realmente, sino que se creía
que bastaba con su mera fuerza disuasoria.
El heredero al trono del Imperio Austro-húngaro, Francisco Fernando, y su esposa Sofía |
Se
pensaba que sería una guerra como las anteriores, corta en el tiempo
y limitada en el espacio, tras al cual de volvería al statu quo
anterior. Pero se equivocaron, esto ya no sería así. La guerra tuvo
un alcance internacional que trascendió el ámbito europeo al
incorporarse los Estados Unidos al bando aliado casi al final de la
guerra. Los avances técnicos que se habían producido en las últimas
décadas, símbolo del progreso y del avance de la razón científico-
técnica, se aplicaron al conflicto. Nuevas y más mortíferas armas
aparecieron, se usó por vez primera la aviación y los tanques y la
guerra llegó más directamente a la población civil. Aquellos
países que se declararon neutrales como España, y sobre todo Suiza,
obtuvieron pingües beneficios de la guerra. Suiza se convirtió en
un hervidero bajo la calma aparente, espías de todos los bandos
confluían en ella. Pero era al fin y al cabo un remanso de paz en
medio de la destrucción generalizada.
Stefan
Zweig inicia su propia lucha durante la guerra: la guerra por la
fraternidad espiritual de Europa. Estaba convencido que el
enfrentamiento entre países no significa forzosamente que todos
deban odiarse. Confía, como hombre ilustrado y de amplia formación
humanística, en el valor de la palabra, y que las ideas no tienen
fronteras. Sus esfuerzos no tuvieron influencia alguna en el
desarrollo de la guerra, pero sí que sirvieron para mitigar la
sensación de aislamiento que muchos europeos, que todavía creían
en la humanidad, sufrían. Veo aquí un rasgo de europeismo, se
aspira a lograr un mejor entendimiento entre los pueblos europeos:
una conciencia europea. El europeismo como realidad tardará todavía
mucho años en llegar, pero no se explicaría sin la existencia de
gente que, como Stefan Zweig, tenían una visión del mundo que
excedía a la del Estado-Nación.
A
medida que pasaban los años, la población, cansada y desencantada,
ya no defendía la guerra como en los inicios; surgían por doquier
voces críticas a la misma. La euforia y el romanticismo inicial
habían dado paso a la cruda realidad. La salida de Rusia de la
guerra por el triunfo de la revolución bolchevique en 1917 había
sido un balón de oxígeno para Alemania, que todavía confiaba en
ganarla. Pero no le duraría mucho este respiro, la guerra ya estaba
decantada a favor de Francia y sus aliados. Además, la entrada de
Estados Unidos e Italia supuso un aumento del frente contra Alemania
y Austro-Hungría. Así, el 11 de noviembre de 1918 se firma el
armisticio que pone fin a cuatro cruentos años de guerra. Millones
de personas han perecido y Europa queda destruida. El Kaiser
Guillermo II en Alemania y el emperador Carlos en Austria abdican.
Europa se prepara para sufrir serias transformaciones en sus
fronteras y para redefinir su papel en el mundo.
Alegorías de Rusia rompiendo sus cadenas tras el triunfo de la Revolución Bolchevique |
Ya en 1919 se celebra la conferencia de la Haya en la que se impone a los perdedores unas condiciones durísimas. Alemania se enfrenta al pago de astronómicas reparaciones de guerra y el Imperio austro-húngaro es obligado a disolverse. Los términos absolutamente abusivos del tratado de paz (el Diktak como lo llamarían los alemanes) y el afán revanchista de esta conferencia estarán en la base de la segunda guerra mundial. Centroeuropa estaba completamente devastada por la guerra y difícilmente podía hacer frente a estos pagos. Alemania no tenía flota, había perdido todas sus patentes y las colonias que poseía. La carestía de productos y materias primas era general. La población sufría hambre física. El gobierno alemán, que no tenía una base financiera real, pues su economía había quedado destruida por la guerra, tenía que hacer frente a una cantidad inmensa de gastos y comenzó a imprimir un dinero que enseguida perdía su valor. El proceso inflacionario subsiguiente fue nefasto: los precios se multiplicaban a lo largo de un mismo día, los pequeños ahorradores perdían su dinero, los deudores se afanaban en buscar a sus acreedores para devolverles lo debido con una moneda devaluada, se volvía al trueque... También en Austria se produjo un proceso inflacionario muy grande, pero menor que la hiperinflación alemana. El fin de esta crisis se produjo cuando los estadounidenses comenzaron a poner dinero en Alemania y presionaron al gobierno francés para que suavizara su postura (el abandono de la cuenca del Rühr es un buen ejemplo). Hay que decir que no había nada de altruista en la postura americana, lo hicieron a fin de poder cobrar los créditos que Francia y otros países europeos habían contraído durante la guerra. Eran conscientes que de la recuperación alemana dependía el cobro.
En
1923 Mussolini y sus fascistas llegan al poder en Italia. Es un
ejemplo claro de error de cálculo, al igual que en el caso de
Hitler, los partidos tradicionales le aupan al poder pensando que
será fácilmente controlable. Se equivocan. En el mismo momento en
que logra el poder comienza un periodo de eliminación de la
oposición, si bien no tan cruento como en Alemania. Los países
europeos no ven con malos ojos a Mussolini, ya que al fin y al cabo
da “estabilidad” a Italia y respeta los presupuestos del mundo
liberal (propiedad privada, etc).
Se
abre a partir de 1924 un proceso de distensión en el que los países
que han sido enemigos se acercan. La Sociedad de Naciones, creada en
1919 a instancia del presidente norteamericano Wilson (aunque Estados
Unidos nunca llegaría a convertirse en miembro porque el Congreso no
lo aprobó), se convierte en un punto de encuentro. Se llega a creer
que todos los conflictos que puedan surgir entre estados los podrá
resolver la Sociedad de Naciones. Alemania llega a entrar en ella en
1926. La bonanza económica, producto de la inyección de dinero
proveniente de préstamos americanos, hace que Europa se recupere con
rapidez y haya una sensación de que lo peor ha pasado y se puede
volver a mirar al futuro con optimismo.
En
lo cultural, este periodo de entreguerras es extremadamente dinámico.
Hay una reacción de los jóvenes, y no tan jóvenes, artistas hacia
lo anterior. Nuevos ismos aparecen cada día (futurismo, cubismo,
construccionismo...). Se buscan nuevos cauces de expresión en todas
las facetas del arte, la literatura, el teatro... Parecía como si
intentaran desprenderse de un bagaje viejo y caduco que les
estorbaba.
Este
tiempo de optimismo y colaboración se rompe cuando las consecuencias
del crack bursátil del jueves negro llegan a Europa en 1930. Los
bancos comienzan a quebrar, las tiendas a cerrar y la economía de
toda Europa vuelve a temblar. El paro crece de manera dramática y
muchos lo pierden todo. Es una clara demostración del cambio que se
ha obrado en el mundo con la Gran Guerra; el centro de gravedad pasa
de Europa a Estados Unidos, que es la nueva potencia mundial, y todo
lo que le afecte repercute en Europa entera. Esta situación afecta
sobre todo a los perdedores de la 1ª Guerra Mundial (Alemania y
Austria especialmente) y no tanto a Francia o Gran Bretaña, que
tenían mercados exteriores (colonias). Un ambiente tan
desesperanzado es el caldo de cultivo ideal para la aparición de
movimientos extremistas y autoritarios. Es difícil explicar el
ascenso de Hitler, quien antes de 1929 tenía una representación
casi simbólica en el Reichstag, y que sin tener mayoría absoluta
nunca, llegaría a ser el más votado. Los partidos tradicionales
habían caído en descrédito por su relación con la Gran Guerra y
su incapacidad para dar solución a las crisis posteriores. Hitler
prometía a gente desesperada seguridad y trabajo, y ese mensaje no
sólo calaba en los segmentos más pobres de la población, sino
también en amplias capas de la clase media. Esta claro que el uso
que hacía de la violencia y la propaganda para extender su ideología
influyeron poderosamente, sobre todo a partir de su ascenso al poder,
cuando la institucionalizó.
En
estos momentos de crisis económica muchos ojos se vuelven hacia
Rusia (ahora URSS), en donde la revolución bolchevique había
triunfado en 1917. Se mira al país con una mezcla de esperanza y
admiración. Esperanza porque ofrece un modelo de sociedad
alternativo y admiración porque no le ha afectado la crisis del
mundo capitalista. Sin embargo, hay mucho de fachada. La URSS invita
a intelectuales de países europeos a visitarles, les agasajan y les
enseñan sólo lo que ellos quieren que vean y cuenten, ocultando las
durísimas condiciones de vida de la mayor parte de la población.
Resulta evidente, que tampoco se informa a estos visitantes de las
purgas que Stalin lleva a cabo con todos aquellos que se le oponen o
pueden hacerle sombra. De haber conocido todos estos hechos,
escritores como Bernard Shaw jamás hubieran escrito maravillas del
modelo soviético. Este desconocimiento de la realidad rusa
contribuirá sin duda al nacimiento de la Guerra Fría tras la
finalización de la 2ª Guerra Mundial.
En enero de 1933, Hitler es nombrado canciller. Los partidos tradicionales de la época cometieron el error de pensar que podrían controlarle y que el nazismo era un fenómeno pasajero que no llegaría a nada. Esta falta de previsión fue terriblemente nefasta. El incendio del Reichstag poco después por un anarquista le sirve como excusa para acumular poderes y comenzar a acabar con la oposición, el partido comunista en primer término. La pérdida de libertades será progresiva, pero imparable. Encontró en los judíos un chivo expiatorio al que culpar de todas las penurias que el pueblo alemán sufría. Promulgó leyes que les despojaban de sus bienes y derechos más elementales y, todavía en tiempos de paz, surgieron los primeros campos de concentración en Alemania (o reeducación, como se les llamaba). Ni siquiera en la Italia fascista, que se había alineado con Hitler, la persecución hacia la oposición fue tan grande y sistemática. Las leyes antisemitas que Mussolini promulgó fueron un producto de la presión alemana, ya que durante más de 15 años de gobierno fascista no se les había perseguido, aunque sí que es cierto que en toda Europa había un antisemitismo latente que venía de antiguo, no hay más que recordar el caso Dreyfus en la Francia de principios de siglo.
Cuando
en el verano de 1936 estalla la guerra civil española, la mayoría
ve únicamente un enfrentamiento entre un gobierno legítimo y unos
militares golpistas. Pocos ven todavía que España es el escenario
donde se ensayan muchas de las armas que se utilizarán en la 2ª
Guerra Mundial. Alemanes e italianos apoyaron a Franco, mientras que
el resto de países se mostraron del lado republicano. Fue una
especie de preludio de lo que no tardaría en pasar en el resto de
Europa a una escala mucho mayor y salvaje.
El
afán expansionista de Hitler no tarda en manifestarse, “recuperará”
los Sudetes, invadirá y absorberá Checoslovaquia y el 13 de marzo
de 1938 se anexionará Austria. Todo ello bajo la excusa de que
forman parte del “espacio vital” alemán. La Sociedad de
Naciones, que ya de por sí había nacido con grandes deficiencias,
se demostrará inútil ante este panorama y quedará herida de
muerte. La URSS de Stalin firmará un pacto de no agresión con
Hitler ante la inminente guerra que se avecina. Más tarde quedará
claro que sólo pretendían ganar tiempo pues preveían, y no les
faltó razón, que los alemanes romperían el acuerdo. El resto de
países europeos guardarían silencio y cederían a las exigencias de
Hitler. La entrega de Checoslovaquia fue uno de los actos más
vergonzosos de los países aliados. Pero el 1 de septiembre de 1939
Hitler invade Polonia y este silencio se rompe. Francia y el Reino
Unido declaran inmediatamente la guerra a Alemania. La maquinaria de
combate alemana aplasta las defensas francesas con rapidez, la línea
Maginot no sirve de nada y toman París sin resistencia. El Reino
Unido en estos primeros momentos de la guerra es salvajemente
bombardeado.
Cuando
Stefan Zweig escribe su biografía lo hace en medio de este panorama
desolador. Estados Unidos no entrará en la guerra hasta diciembre de
1941, tras el ataque japonés a Pearl Harbour. La sensación que se
tiene en Europa hasta ese momento es que Hitler vencerá. ¡Qué
mundo tan diferente al de sus padres! No es difícil comprender que
suspire por un tiempo pasado en el que los cambios sucedían con
lentitud y sin tanta pasión, dejando tiempo a la reflexión. Como
europeo que es, le duele la situación de Europa y la deshumanización
que parece haber sufrido el planeta. Pero tiene esperanza en un
futuro que ya no será como el mundo de ayer.
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