jueves, 20 de diciembre de 2012

Realidad o ficción


Rescato un antiguo artículo que publiqué en Diario de América sobre uno de mis temas favoritos: las distopías. Ahora que se acerca (otra vez, luego volverán a posponer la fecha) el fin del mundo, planteemonos una posible línea de evolución del mundo actual:

"Vivimos en un tiempo en que la gente sueña con utopías, con mundos mejores en los que reine la armonía, la paz, la buena convivencia y la razón. En este mundo, la violencia y las guerras estarían proscritas y serían poco menos que un vago recuerdo. Sin embargo, estamos en la época de las distopías: utopías de pesadilla.
Imaginemos que se suceden ataques terroristas y la inseguridad se extiende por las calles y en las mentes de las personas. Pensemos por un momento que la gente, en la búsqueda de la seguridad perdida, se vuelve menos crítica y comienza a aceptar restricciones, supuestamente temporales y excepcionales, en sus libertades básicas. No se escuchan quejas o, las pocas voces que se atreven a protestar, son acusadas de traidoras. Prosigamos con un escenario en que la situación degenera, el gobierno legítimo cae y se ve sustituido por un gobierno fundamentalista religioso que quiere imponer un régimen teocrático.

En el nuevo contexto, se imponen nuevas y severas leyes de estratificación social. Las mujeres son apartadas de todo acceso a la educación, al empleo y pierden toda capacidad de elección, pues están sometidas en todo al hombre. Se normativiza incluso como se deben vestir las mujeres, obligándolas a cubrir su cuerpo por entero y a no mostrar su cara en público. Todo disidente, hombre o mujer, es severamente reprimido y se crea un poderoso servicio secreto. Nadie puede estar seguro de no ser denunciado y todos actúan como verdaderos creyentes por miedo a ser tachados de poco piadosos, con el consiguiente castigo. La ley es impartida sin garantías judiciales de ningún tipo y surgen de modo casi espontáneo grupos de mantenimiento de la moral y la virtud bendecidos, cuando no financiados y animados expresamente, por el nuevo régimen.
Curiosamente, en las más altas esferas, se da la aparente contradicción de que aquéllos que imponen la nueva sociedad, conservan vestigios de la antigua y un floreciente mercado negro se encarga de proveer de productos prohibidos a aquéllos que pueden pagarlos. Cuánto más alto el escalafón social, más corrupción e hipocresía. 

Éste es el argumento de una historia de ficción narrada en “El cuento de la Criada” de Margaret Atwood. Aunque quizás no les resulte del todo desconocido e incluso les vengan a la mente ejemplos concretos del mundo real. De hecho, casi me cuesta calificar como ficción a un libro que describe situaciones que parecen recogidas de la prensa diaria cuando se refieren a Afganistán, Irán, Yemen, etc.  

Como apasionado de la literatura, de aquella que lleva a reflexionar y plantearse cuestiones en lugar de difundir meros dogmas, considero que debería ser leído y debatido abiertamente en las escuelas, aunque en los tiempos de lo políticamente correcto, sería sumamente criticado por los defensores de una visión bucólica y pastoril del mundo: los mismos que intentan vendernos un falso multiculturalismo en el que todo vale y en el que debemos prácticamente avergonzarnos de defender valores como el liberalismo, la libertad y la igualdad, ya que pueden herir la sensibilidad y chocar con las tradiciones de otras culturas. ¿Acaso no se dan cuenta de que si se dejará de decir, escribir o realizar acciones sólo porque pueden chocar con los valores de otras culturas (cuya aceptación de la libertad de expresión es, cuanto menos, cuestionables), nunca se podría hacer nada? 

En el libro el régimen fundamentalista que se hace con el control es de tipo cristiano, pero eso es una cuestión meramente anecdótica, el mensaje puede extenderse sin excepción a todos aquellos iluminados e intolerantes que quieren extender su visión de la sociedad y el control a todas las esferas de la sociedad. Las mujeres, en todos los casos, son las que más tienen que perder, pues todavía no conozco ningún tipo de totalitarismo que enaltezca el papel de la mujer y la equipare al hombre. Por el contrario, su pérdida de derechos está plenamente garantizada. Es fácil adivinar la salud de una democracia en un país sólo con examinar como viven sus mujeres; ya insisten la ONU y otras muchas organizaciones internacionales desde hace años en que una mejora en las condiciones socioeconómicas y sanitarias de la mujer, supone una elevación de la calidad de vida de la población en general. 

La literatura distópica que trata de regímenes opresivos y totalitarios es abundante: George Orwell, con su 1984, o Aldous Huxley, con su Un Mundo Feliz, H.G.Wells, con su Máquina del Tiempo o, más recientemente, Alan Moore con V de Vendetta, pueden ser los ejemplos más conocidos, pero hay más. No hay que pensar que sus autores padezcan de pesimismo antropológico o que sean unos alarmistas. Es verdad que se trata de advertencias, pero no de un futuro irremediable; al menos en tanto se actúe para evitarlo. Las fronteras que delimitan realidad y ficción son más difusas de lo que se cree."

Espero que la reflexión no les haya inquietado demasiado. En relación al fin del mundo, ya les contaré mis impresiones el día después del apocalipsis. 

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