Rescato un antiguo artículo que publiqué en Diario de América sobre uno de mis temas favoritos: las distopías. Ahora que se acerca (otra vez, luego volverán a posponer la fecha) el fin del mundo, planteemonos una posible línea de evolución del mundo actual:
"Vivimos
en un tiempo en que la gente sueña con utopías, con mundos mejores en
los que reine la armonía, la paz, la buena convivencia y la razón. En
este mundo, la violencia y las guerras estarían proscritas y serían poco
menos que un vago recuerdo. Sin embargo, estamos en la época de las
distopías: utopías de pesadilla.
Imaginemos que se
suceden ataques terroristas y la inseguridad se extiende por las calles
y en las mentes de las personas. Pensemos por un momento que la gente,
en la búsqueda de la seguridad perdida, se vuelve menos crítica y
comienza a aceptar restricciones, supuestamente temporales y
excepcionales, en sus libertades básicas. No se escuchan quejas o, las
pocas voces que se atreven a protestar, son acusadas de traidoras.
Prosigamos con un escenario en que la situación degenera, el gobierno
legítimo cae y se ve sustituido por un gobierno fundamentalista
religioso que quiere imponer un régimen teocrático.
En
el nuevo contexto, se imponen nuevas y severas leyes de estratificación
social. Las mujeres son apartadas de todo acceso a la educación, al
empleo y pierden toda capacidad de elección, pues están sometidas en
todo al hombre. Se normativiza incluso como se deben vestir las mujeres,
obligándolas a cubrir su cuerpo por entero y a no mostrar su cara en
público. Todo disidente, hombre o mujer, es severamente reprimido y se
crea un poderoso servicio secreto. Nadie puede estar seguro de no ser
denunciado y todos actúan como verdaderos creyentes por miedo a ser
tachados de poco piadosos, con el consiguiente castigo. La ley es
impartida sin garantías judiciales de ningún tipo y surgen de modo casi
espontáneo grupos de mantenimiento de la moral y la virtud bendecidos,
cuando no financiados y animados expresamente, por el nuevo régimen.
Curiosamente,
en las más altas esferas, se da la aparente contradicción de que
aquéllos que imponen la nueva sociedad, conservan vestigios de la
antigua y un floreciente mercado negro se encarga de proveer de
productos prohibidos a aquéllos que pueden pagarlos. Cuánto más alto el
escalafón social, más corrupción e hipocresía.
Éste
es el argumento de una historia de ficción narrada en “El cuento de la Criada” de Margaret Atwood. Aunque quizás no les resulte del todo
desconocido e incluso les vengan a la mente ejemplos concretos del mundo
real. De hecho, casi me cuesta calificar como ficción a un libro que
describe situaciones que parecen recogidas de la prensa diaria cuando se
refieren a Afganistán, Irán, Yemen, etc.
Como
apasionado de la literatura, de aquella que lleva a reflexionar y
plantearse cuestiones en lugar de difundir meros dogmas, considero que
debería ser leído y debatido abiertamente en las escuelas, aunque en los
tiempos de lo políticamente correcto, sería sumamente criticado por los
defensores de una visión bucólica y pastoril del mundo: los mismos que
intentan vendernos un falso multiculturalismo en el que todo vale y en
el que debemos prácticamente avergonzarnos de defender valores como el
liberalismo, la libertad y la igualdad, ya que pueden herir la
sensibilidad y chocar con las tradiciones de otras culturas. ¿Acaso no
se dan cuenta de que si se dejará de decir, escribir o realizar acciones
sólo porque pueden chocar con los valores de otras culturas (cuya
aceptación de la libertad de expresión es, cuanto menos, cuestionables),
nunca se podría hacer nada?
En el libro el
régimen fundamentalista que se hace con el control es de tipo cristiano,
pero eso es una cuestión meramente anecdótica, el mensaje puede
extenderse sin excepción a todos aquellos iluminados e intolerantes que
quieren extender su visión de la sociedad y el control a todas las
esferas de la sociedad. Las mujeres, en todos los casos, son las que más
tienen que perder, pues todavía no conozco ningún tipo de totalitarismo
que enaltezca el papel de la mujer y la equipare al hombre. Por el
contrario, su pérdida de derechos está plenamente garantizada. Es fácil
adivinar la salud de una democracia en un país sólo con examinar como
viven sus mujeres; ya insisten la ONU y otras muchas organizaciones
internacionales desde hace años en que una mejora en las condiciones
socioeconómicas y sanitarias de la mujer, supone una elevación de la
calidad de vida de la población en general.
La
literatura distópica que trata de regímenes opresivos y totalitarios es
abundante: George Orwell, con su 1984, o Aldous Huxley, con su Un Mundo
Feliz, H.G.Wells, con su Máquina del Tiempo o, más recientemente, Alan
Moore con V de Vendetta, pueden ser los ejemplos más conocidos, pero hay
más. No hay que pensar que sus autores padezcan de pesimismo
antropológico o que sean unos alarmistas. Es verdad que se trata de
advertencias, pero no de un futuro irremediable; al menos en tanto se
actúe para evitarlo. Las fronteras que delimitan realidad y ficción son
más difusas de lo que se cree."
Espero que la reflexión no les haya inquietado demasiado. En relación al fin del mundo, ya les contaré mis impresiones el día después del apocalipsis.
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