martes, 25 de junio de 2013

¿Qué sería del mundo sin la flema británica?

La pérfida Albión, aparte de reyes con una enfermiza pasión por cortar la cabeza de sus esposas, nos ha dejado una larga tradición de escritores satíricos como Jonathan Swift, más conocido por sus "Viajes de Gulliver" y, además, por su "Una modesta proposición" para resolver el problema del hambre en Irlanda, en aquel momento poco más que una colonía británica, utilzando los bebés irlandeses como si fueran tiernos lechones; o Thomas de Quincey, cuya obra "Del asesinato considerado como una de las bellas artes" nos ha dejado proverbios inmortales relacionados con los modales y la buena educación: "Si un hombre se deja tentar por un asesinato, poco después piensa que el robo no tiene importancia, y del robo pasa a la bebida y a no respetar los sábados, y de esto pasa a la negligencia de los modales y al abandono de sus deberes." ¡Cuánta razón!

El reciente fallecimiento de Tom Sharpe nos ha dejado huérfanos de uno de los mayores escritores satíricos ingleses del siglo XX, con el permiso de otro de mis favoritos, P. G. Wodehouse. Pero mientras este último muestra la cara amable de un mundo intemporal de la alta sociedad, plagado de excéntricos caballeros obsesionados por los cerdos, cándidas tías de desahogada posición económica, de la que depende más de un sobrino sablista y calavera, sin oficio conocido, y eficientísimos ayudas de cámara que logran parecer invisibles y anticiparse a las necesidades de su señor (además de poseer un infalible tónico contra las resacas); el mundo de Tom Sharpe es una perfecta muestra del humor inglés más negro, en que muere en espantosas condiciones hasta el apuntador. 

Algunas obras de Tom Sharpe: Cualquiera de ests libros es una buena recomendación de lectura
Sus novelas, sátira mordaz de la sociedad y la política de su tiempo, no deja títere con cabeza. La literatura es un modo de activismo político (La literatura, presumir de haber leido todo Dan Brown o 50 Sombras de Grey no cuenta) y, en ese sentido, sus obras son implacables con los sucesivos británicos, con una especial afición a los laboristas, los sindicatos y la clase política en general.

Su trayectoria vital le llevó hasta Sudáfrica, donde ejerció de profesor antes de ser expulsado del país por subversión política y por comunista peligroso. Así, como lo oyen. En cualquier caso, la experiencia le permitió retener una imagen del país que trasladaría a su segunda novela "Exhibición impúdica" (1973). Se trata de una perfecta alegoría del régimen del Apartheid y la paranoia de la policia Afrikaner que les lleva a ver subversión política y comunistas peligrosos por doquier y a idear un absurdo, y de antemano destinado al más estrepitoso fracaso, plan para desenmascarar a posibles "terroristas": infiltrar agentes que no se conocen entre sí ni saben que no son los únicos. Aquellos que hayan leido "El hombre que fue jueves" de G. K. Chesterton, ya comenzarán a imaginar por donde van los tiros, lo que dudo que se les ocurra es la aparición de avestruces explosivas. 

Cada libro suele incluir referencias a diferentes filias sexuales: el gusto de los policías blancos por violar a mujeres negras en Sudáfrica, que lleva al sustituto del jefe de policía a aplicar, en colaboración con una sádica psiquiatra conductista, un programa de reprogramación mental para frenar dichos hábitos (no por considera la violación como algo negativo, sino porque era con negras). Lo malo del éxito de dicho programa, es que vuelve homosexual a media policía sudafricana; también se narra la experimentación de la sumisión con una señora que no es la propia esposa ("El temible blott", 1975); o la curiosa aplicación del feminismo de libración, que ve en todo una pulsión sexual latente y que tantos quebraderos de cabeza dará a Wilt, protagonista de la saga más exitosa del autor, en su primera aparición.

Wilt es, hasta cierto punto (quiera Dios que no demasiado) reflejo del propio Sharpe, quien también había sido profesor de instituto. Tiene una anodina vida marital, transformada en puro infierno tras el nacimiento de sus trillizas, pequeños monstruos hiperactivos y fisgones, y un infructuoso trabajo como profesor, obligado a intentar transmitir algún tipo de cultura a una panda de molondros, absolutamente impermeables a cualquier tipo de conocimiento.

La culpa de ello, se puede ver a través de su obra, es la toma de decisiones erróneas por parte de gobiernos tan bienintencionados como inútiles, que imponen planes de estudios ajenos a la realidad social de aquellos que los van a sufrir (básicamente por una falta total de interés hacia sus contenidos y los sesudos planteamientos pedagógicos subyacentes). Tampoco sale bien parada la Administración y la exigencia de tareas burocráticas absurdas, repetitivas y, en suma, absolutamente innecesarias.

El resto de personajes están bien definidos y dotados, en su mayoría, de una gran capacidad destructiva. Algunos por pura maldad, otros, por poseer ese curioso tipo de candidez y bobaliconería que logra que todos a su alrededor mueran entre terribles sufrimientos o se metan en lios, en justicia, inmerecidos. La habilidad para meterse en lios es muy definitoria del pobre Wilt, pero conjuntado también con una inmensa habilidad para salir de ellos y volver locos a aquellos que le han estado amargando de modo implacable la existencia.

Hay que señalar también que es un escritor políticamente incorrecto y, a mi, me encanta lo políticamente incorrecto. Si quieren reirse un rato y hacer activismo político-literario más tarde, comentando el libro con amigos que sean algo menos impermeables al conocimiento que los alumnos de Wilt, les sugiero hacerse con un libro de Sharpe. Cualquiera.

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