Si hace apenas 24 horas lamentaba que la transición en Egipto era una oportunidad democrática secuestrada por el islamismo, hoy el escenario ha cambiado radicalmente. Finalmente, los
militares han cumplido con el ultimatum de 48 que concedieron y han derogado la constitución y destituido a Morsi.
Provisionalmente será el presidente del Tribunal Constitucional,
Adly Mansur, quien asuma de modo interino la jefatura de Estado en
lugar de Morsi y convocará elecciones anticipadas para elegir nuevo
presidente. Las fuerzas militares han sido desplegadas a fin de
evitar violencia y pillajes y se mantiene una especial vigilancia de
puntos claves, como la universidad de El Cairo, canales de televisión
y sedes ministeriales.
Plaza de Tahrir con ambiente festivo. Fuente: La Voz |
La oposición, con
Mohamed Al Baradei como cabeza visible, ve con optimismo la actuación
del ejército y confía que permita reconducir la revolución que
derrocó a Mubarak por vías que integren a todos. Morsi no está
propiamente detenido, pero no se le permite salir del país, así como otros
altos cargos de los Hermanos Musulmanes y de sus socios salafistas en
el gobierno. La alegría de la oposición, visible en cualquier
imagen de la emblemática plaza Tahrir, contrasta con el ánimo de
los partidarios del depuesto presidente en Ciudad Naser, bastión
islamista de la capital cariota. La reacción de unos partidarios que
ya de por sí mostraban poca tolerancia respecto al resto de la
oposición, ahora que su legítimo presidente (con las salvedades
expuestas en el siguiente párrafo) ha sido depuesto, puede ser de
una violencia inusitada.
Es verdad que
Morsi venció en las elecciones, aunque por un exiguo margen que
evidenciaba la gran división ya existente en el país. Morsi ha
cometido errores al no comprender que la democracia va más allá de
tener una mayoría y ejercerla como un rodillo que aplaste la
oposición. Una cosa es desarrollar el programa de un partido, razón
por la que sus electores le han votado, y otra muy diferente gobernar
sólo para tus electores y confundir las necesidades del país con
los deseos de tus propios partidarios. La aprobación de un texto tan
vital como la constitución requiere de un gran consenso en su
redacción, que no se dio, y de una votación verdaderamente masiva a
su favor tras haber sido difundido el texto definitivo y
convenientemente acercado y explicado a la ciudadanía, circunstancia
que tampoco se dio. Tampoco contribuyó a dotarle de confianza su
intento frustrado de blindar su figura.
El papel de la
cúpula militar es un verdadero misterio. Si bien su intención
declarada responde a la ya conocida letanía de mantenerse alejados
de la política, que tantas veces y en tantos lugares ha sido
incumplida, serán los acontecimientos los que determinen su papel
final. Sin embargo, posiblemente el ejército se ha dado cuenta que
la sociedad civil egipcia no volverá a aceptar gobiernos
autocráticos del tipo que sea, por lo que es dudoso que interfiera
en el desarrollo de la vida política egipcia más allá del tiempo
necesario para estabilizar la transición. Hoy, la mayoría de la
oposición, líderes estudiantiles, cristianos y grandes imanes están
de su lado; pero ello no es un cheque en blanco, igual que tampoco lo
era la victoria de Morsi en las urnas, aunque él así lo creyera. Su papel de árbitro depende de que pite bien y se vuelva invisible cuando ya no se le necesite.
Ninguna de los
problemas que acuciaban a Egipto a la caida de Mubarak ha sido
resuelto, e incluso se han agravado. En lugar de intentar mitigar
algunos de los más acuciantes, puso su agenda islamizadora encima de
la mesa, cuando en principio había prometido no hacerlo. La sociedad
egipcia necesita un suministro constante de electricidad,
saneamientos públicos, un mejor sistema educativo y sanidad,
seguridad pública, frenar la violencia rampante contra las mujeres y, en suma, resolver muchas cuestiones previas antes de plantearse siquiera la cuestión religiosa.
¿Estamos ante el inicio de una dictadura militar o ante una nueva oportunidad para la incipiente democracia egipcia?
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