domingo, 23 de marzo de 2014

Adolfo Suárez y su legado



Hay ciertas noticias, que no por previsibles causan menos pesar. El fallecimiento de Adolfo Suárez es una de ellas. Aunque suponga caer en lugares comunes, ha muerto un hombre, pero su legado continúa.
¿En qué consiste ese legado? A grandes rasgos, utilizando las palabras del prólogo del fantástico libro de Charles Powell: España en Democracia, 1975-2000. Las claves de la profunda transformación en España, "la consolidación, por primera vez en la etapa contemporánea de España, de un régimen político legítimo, estable y eficaz". Debo recalcar que se habla del régimen político, no de la apreciación sobre la gestión de los diferentes gobiernos que han ocupado la Moncloa; mal que bien, el sistema en conjunto funciona, aun a pesar de la actual desafección política de la ciudadanía. En realidad, que el sistema se mantenga pese a los continuos ataques que sufre, es la mejor prueba de su estabilidad y fortaleza.

Suárez es uno de esos personajes históricos que son grandes por varias razones: tener un carisma especial y aparecer en el momento preciso en el lugar preciso. Una transición no pilotada por Suárez podría haber sido muy diferente. Aunque las Cortes franquistas, en un acto inédito, aceptaran su propia desaparición al aprobar la Ley para la Reforma Política, lo que da una cierta muestra del talante conciliador que hasta cierto punto existía, el sonido de sables no dejaría de oirse hasta principios de los ochenta. Suárez logró con habilidad, decisiones valientes, como la legalización del Partido Comunista, y un poco de habilidades de funambulista, seguir adelante. Ya apuntaba maneras cuando el 6 de julio de 1976, pocos días despúes de ser designado presidente del gobierno gracias a la intervención de Fernández-Miranda, se dirigió a la nación por televisión para indicar que su intención era que "los gobiernos del futuro sean el resultado de la libre voluntad de la mayoría de los españoles" y, mucho más importante, su promesa de "respetar al adversario y ofrecerle la posibilidad de colaborar".

Aunque estas declaraciones fueron inicialmente recibidas con recelo y escepticismo por parte de la oposición, lo cierto es que esta filosofía de colaboración y democratización impregnó todo el proceso constituyente y la parte más crítica de la transición, consiguiendo amplios pactos políticos y un respaldo mayoritario de la sociedad. Primó el pragmatismo y el deseo de pasar página sin repetir los errores de una idealizada y tumultuosa II República, que no había de servir de modelo de la nueva monarquía parlamentaria. Fue sin duda lo más inteligente. El país se encontraba en una situación casi límite: una economía en franca recesión con una inflación disparada, grupos terroristas como ETA y el GRAPO amenazando a cada  momento con desestabilizar el proceso, la amenaza de seguir fuera del concierto de las naciones (Los fusilamientos de septiembre de 1975 derivados del Proceso de Burgos, supusieron una condena al ostracismo en el panorama internacional. Si bien los países integrantes de la CEE y Estados Unidos estaban dispuestos a apoyar el esfuerzo democratizador de España, antes debíamos dar muestras de que éste podía ser sostenido), continuas huelgas, renacimiento de los movimientos nacionalistas y todo tipo de problemas. 

Cuando Suárez presenta su dimisión en enero de 1981, como resultado de los conflictos internos de la UCD, ha dejado ya fijadas las bases de una democracia sólida, que resistirán con éxito el intento de golpe de estado del 23F. La actuación del Rey fue esencial para que todo terminara bien, pero la reacción popular posterior indicó a las claras que la democracia en España no podía ser frenada; lo que no deja de tener mérito, siendo la situación económica igual o peor que cuando Suárez toma el cargo como presidente del gobierno en 1976. El fallido golpe supuso el espaldarazo final a la transición, culminada el año siguiente con la primera alternancia de partidos verdaderamente democrática y pacífica de nuestra historia reciente.Por supuesto, no todo van a ser luces; se puede hablar de sombras, lodos y barrizales; unos previsibles y otros no tanto. La filosofía de colaboración que he mencionado antes, se tradujo en la adopción de pactos con amplio consenso; pero el consenso suele tener el precio de la indefinición. 

Todos recordarán que durante el debate constituyente se debatió sobre el modelo de estado: centralista, federalista y opciones intermedias. Pues bueno, España eligió el camino medio de las Comunidades Autónomas. Aunque el modelo italiano de unas comunidades de primera y otras de segunda fue lo que posiblemente tuvieran en mente los nacionalistas al aceptar este diseño, verdaderamente, salvo la cuestión meramente formal de una nueva división administrativa, no había nada decidido sobre su diseño. El crecimiento posterior (excesivo en demasiados casos) de las administraciones autonómicas y la conversión de las comunidades autónomas en réplicas del estado central, cuando nada obligaba a ello, fue una oportunidad perdida para experimentar desde cero con nuevas posibilidades. Por ejemplo, el sistema electoral es virtualmente calcado del estatal, pero no tenía porque haber sido así; se podría haber probado con otras fórmulas: proporcionales, mayoritarias, distrito único... lo que se les ocurra.

Creo que tampoco a nadie se le habría ocurrido que la deriva nacionalista iba a degenerar en un Artur Mas al que sólo le falta barretina y portar ropa interior con los colores de la senyera catalana (aunque nadie dice que no la lleve ya), toda vez que los políticos nacionalistas de la transición demostraron mucho más sentido común. 

Es el momento de recordar, en un contexto de crisis y crispación como el actual, que salvo por la reducción de la amenaza terrorista y de un golpe militar, en poco se diferencia de la que existía en la transición, esa filosofía de colaboración y amplios pactos de las fuerzas políticas. Suárez debe seguir vivo como símbolo de que, incluso en los peores momentos, si se actúa con sensatez y sentido de estado, se pueden lograr grandes réditos y, sobre todo, duraderos.

El cuerpo de don Adolfo puede habernos dejado, su legado no.

Gracias.





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