No, esta no es una entrada sobre ese gran clásico del humor absurdo, con diálogos vibrantes, frescs y absolutamente surrealistas que es Amanece que no es poco del genio José Luis Cuerda. Esta es una historia también surrealista y con más cambios de guión que el mejor culebrón venezolano. Es la historia de un émulo de Ringo Star que llegó a ser presidente de la Generalitat catalana después de la defenestración y posterior decapitación (alegórica) de su predecesor para contentar a un grupo de simpáticos, cívicos y confiables antisistema con los que había pactado una lógica (anti natura) coalición independentista.
En el guión de esta historia se dibujaba como objetivo final una suerte de arcadia feliz obtenida gracias al esfuerzo y el tesón de los honrados y virtuosos catalanes (Ojo, muchos lo son de verdad) que, pacíficamente, sin resistencias significativas ni costes políticos, económicos ni sociales de ningún tipo, habían logrado salir de la malvada garra de hierro del opresor estado español. que lastraba su crecimiento y no les permitía ser todo lo demócratas que querían ser.
Según dicho guión, era necesario mostrar la voluntad mayoritaria de los catalanes de decidir su futuro; y que este fuera un futuro fuera de España. Como el hecho de ser mayoría (parlamentaria, que no en votos), les otorgaba ciertas ventajas, estos esforzados demócratas comenzaron a plantear un referendum (ilegal a todas luces) para decidir sobre su futuro. Para evitar el debate público que la fascista oposición españolista entorpeciera sus deseos de libertad, no dudaron en reformar el reglamento del parlamento para introducir las leyes necesarias para conseguir sus objetivos... de tapadillo, por un procedimiento express y sin debate público. Que el Tribunal Constitucional las anulara, tampoco tuvo importancia: total, era un tribunal poco menos que político, partidista y sesgado al que se podían permitir no reconocer y torear tranquilamente. Ya llegaría la nueva legalidad de la República Catalana con el poder judicial conveniente controlado.
Gracias a su tesón e infatigable ánimo, lograron llevar a cabo el referendum y, por su sed de democracia largamente insatisfecha, votar cuantas veces quisieron (literalmente, y hasta en la calle si se terciaba. Tan impacientes estaban que por si acaso visitaban varios colegios electorales para asegurarse. Hay que aplaudir ese celo cívico). Los frutos fueron un 90% de entusiastas votantes del sí, que representaran un 40% del censo total, era una cuestión menor. El gobierno catalán, siempre unido, transparente y coherente, asumió con valentía y determinación ese mandato democrático de la mayoría minoritaria y proclamó la independencia, no una, sino dos veces; para que quedara claro que lo hacían.
Es verdad que la primera fue breve, pero intensa. La brevedad en realidad estaba justificada, se trataba de dar una oportunidad al estado opresor de reconocer su error oponiéndose a su virtuosa demanda de independencia y que cesaran en empeñarse en aplicar la Constitución, el Estatut o en recordar que el poder judicial es independiente y actuaría.
Como la primera vez se quedaron con la miel en los labios, reunidos de nuevo en el Parlament y bastante anchos, ya que la oposición fascista había salido en bloque al baño o algo así según parece, en un acto de coraje y valentía, del que se compondrán sagas y canciones (chirigotas sobre todo), en secreto y de tapadillo votaron de nuevo la independencia.
Pero, ay, el malvado gobierno español, respaldado por la traicionera y envidiosa oposición españolista, poseía un arma de opresión sin igual: el 155. Este artículo de la constitución, sin desarrollo legal y que nunca se había usado suponía el fin del autogobierno catalán, la invasión de las fuerzas españolistas a lomos de tanques por la Diagonal y Via Laietana. Pero los españolistas deben usar armas invisibles o han contratado a algún mago de Hogwarts para que nadie se dé cuenta de la represión brutal.
En fin, no podía ser y, por ello, en un heroico y épico ejercicio de responsabilidad, el legítimo gobierno catalán, compartiendo coche hasta Marsella (así sale más barato) y encabezados por su Beatle con barretina, decidió que había que resistir de modo pacífico... desde Bruselas.
Bruselas, la capital europea por excelencia, ha acogido a tan ilustre invitado con gran alborozo y de un modo cálido y cercano, con sensibilidad hacia sus declaraciones sobre la brutalidad del opresor estado español, cuyos tribunales (¡fascistas!) pretenden perseguir unos presuntos crímenes a través de un proceso con todas las garantías. ¡Habrase visto!
En un épico discurso políglota, tras haber disfrutado antes seguramente de unas moules-frites y un gofre, Puigdemont se ha dirigido como legítimo president al pueblo catalán, al que ha animado a encontrar modos imaginativos de luchar contra el 155. La ANC ha tomado buena nota, animando a una butifarrada popular, pero cometiendo un garrafal error al olvidar a los veganos. Menuda falta de sensibilidad. Sospechamos que Puigdemont ha aceptado también las elecciones convocadas para el 21 de diciembre, que podían haber sido convocadas por él mismo y mucho antes, por una cuestión de estrategia, para atacar al opresor estado español desde dentro mientras lucha y trabaja por la República Catalana en la ciudad del Manneken Pis, sin poder echarse a la boca ni un mísero calçot. Es muy sacrificado esto del exilio.
¿Cómo terminará este pobre mártir? Ni idea, pero nos sorprenderá seguro con algo que nadie se esperaba. Al final, contentémonos con que amanece, que no es poco.
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