Finalmente,
el Gobierno se ha visto obligado a activar el artículo 155 de la
Constitución, ante la negativa del desafío independentista a volver
a la legalidad. Las protestas en las calles catalanas no se han hecho
esperar, comenzando con una multitudinaria manifestación en
Barcelona, que unió a su propósito inicial, pedir la libertad de
"los Jordis", el rechazo al 155. Por fortuna hablamos de
concentraciones sin incidentes, pues el independentismo catalán está
ansioso de vender al exterior una imagen de pueblo unido, pacífico y
democrático, luchando desde la no violencia contra un malvado y
autoritario estado español que les tiene sometidos y conculca sus
derechos de modo arbitrario y reiterado. La paradoja es que esto lo
dicen abiertamente, mientras se manifiestan en las calles sin ser
reprimidos ni coartados.
Este es
precisamente el punto más débil del procés y sus partidarios:
demostrar que España es esa dictadura que ellos mantienen. Esto no
es posible, porque no lo és. España es un Estado democrático
consolidado, reconocido internacionalmente como tal y que ha recibido
el apoyo reiterado de sus socios europeos. Sin ir más lejos, en los
propios Premios Princesa de Asturias, el Presidente del Parlamento
Europeo, Antonio Tajani (discurso íntegro en la razón), dio un
discurso que se recordará durante años sobre el valor de los
valores europeos y el respeto a la democracia y el estado de derecho,
además de recordar posteriormente, una vez más, que una declaración
de independencia implicaría su salida inmediata de la Unión.
Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, y Donald
Tusk, presidente del Consejo Europeo, las mayorías del Parlamento
Europeo y una larga de personalidades y organismos internacionales
respaldan a España contra el desafío soberanista.
Independentistas catalanes apelando a la épica de Iwo Jima a base de photoshop y fotos antiguas |
Tampoco
parecen afortunadas las irresponsables comparaciones y referencias al
franquismo, intentando equiparar la aplicación del 155 con una
suerte de golpe de estado o un desastre de proporciones bíblicas
para la democracia. Lo único que logran es banalizar lo que el
franquismo supuso. Nada tiene que ver nuestra actual España
democrática, 42 años después del fallecimiento de Franco y casi 39
bajo cobertura constitucional, con un régimen autocrático o
dictatorial. De hecho, Cataluña cuenta con un nivel competencial
efectivo, tanto en materias como en presupuesto, muy superior al de
la mayoría de países federales o con un cierto grado de
descentralización del mundo.
La prensa
internacional, como Le Monde, The Guardian y The Washington Post, ya lamenta abiertamente haber caido en los bulos,
medias verdades y mentiras que los independentistas les colaron
durante las votaciones en el anti-referendum del 1 de octubre:
mujeres que dejan de tener los 10 dedos rotos, inválidos y ancianos golpeados, pero no el 1 de octubre... Y hace una
llamada a la reflexión sobre el valor de la verdad en tiempos de la posverdad.
Hoy día, vende el relato más que los hechos verídicos. La
apelación al sentimiento sirve de excusa para ignorar la realidad,
tergiversándola y pervirtiéndola hasta convertir a la víctima en
verdugo. Aunque tarde, el gobierno español ha reaccionado en el
ámbito internacional, explicando de modo claro la verdadera
situación política y legal española.
El artículo
155 de nuestra actual Constitución, copiado del derecho alemán, es
cualquier cosa menos una rareza en términos de derecho comparado.
Cualquier estado democrático se reserva el derecho, con unos
procedimientos y unas garantias previamente establecidos, a poder
tomar el control de regiones díscolas que se salten la legalidad.
Sin ir más lejos, el Gobierno de Reino Unido llegó a suspender
hasta en cuatro ocasiones la autonomía del Ulster. En España, se ha
seguido escrupulosamente el procedimiento recogido en la
Constitución, con el requerimiento previo que Puigdemont respondió
y no respondió, la votación en el Consejo de Ministros y su
remisión al Senado (pues es la Cámara de representación
territorial) para su aprobación final. Las medidas propuestas para
restaurar la legalidad están limitadas en el tiempo, son
proporcionadas y con un objetivo definido de convocar nuevas
elecciones y restaurar la legalidad constitucional. No se suspende la
autonomía en ningún momento. Por desgracia, todos somos plenamente
conscientes de las dificultades y resistencias que encontrará la
medida en Cataluña.
No se debe
olvidar que la aplicación de este artículo se ha hecho logrando el
apoyo del principal partido de la oposición, el PSOE, y de
Ciudadanos. Es decir, no es una iniciativa en solitario del Gobierno,
sino que ha buscado el mayor número posible de apoyos, sumando más
del 68% de los sufragios de las elecciones de junio de 2016. Esta
unidad del bloque constitucionalista se contrapone por desgracia con
la respuesta de un Podemos que, para variar, sigue sin estar a la
altura y es incapaz de salir de sus dinámicas sectarias y de su
particular visión de lo que es la democracia. En un afán de
intentar cazar votos, se inventa ahora el señor Iglesias la
contraposición entre un bloque monárquico, el de los partidos
constitucionalistas, y un bloque democrático, que sospecho cree
encabezar. Este paladín de la libertad, azote de tiranos, desfacedor
de entuertos y defensor de ancianitas desvalidas, viene a recordarnos
lo equivocados que estamos aquellos que atribuimos algún tipo de
culpa de la situación actual al gobierno de Puigdemont y sus socios,
que legítimamente representan al pueblo de Cataluña (vamos, al 40%
que votó el referendum). ¿Para qué contabilizar a los demás?
¿Para que reconocer quien tiene la ley de su lado?
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