miércoles, 28 de marzo de 2018

Consejos para un viaje a Japón (5) Descubriendo Tokio - parte 2

Boda sintoista tradicional en el Santuario Meiji
Amanece un nuevo día y, tras una noche de merecido descanso, una larga jornada de descubrimiento en la que pasaremos por Harajuku, Shibuya, Ginza y Asakusa. Viviremos los contrastes entre el Japón más tradicional y el más contemporáneo.

Para comenzar, nada mejor que ir a Harajuku. Este es uno de los barrios con mayor variedad de estilos de todo Tokio y epicentro de las tendencias de moda. Tras salir del metro en Omotesando contáis con varias opciones según vuestros gustos y el tiempo que haga. Si queréis ir de compras, toda la avenida del mismo nombre está plagada de tiendas, cafés y restaurantes diversos; caso de hacer mal tiempo y preferir estar a cubierto, podéis refugiaros en Omotesando Hills, un gran centro comercial a escasos tres minutos de la parada de metro.

Parada de tren de Harajuku que linda con el parque de Yoyogi, de fondo, se aprecian parte de los 240 metros de altural del NTT Docomo Yoyogi building
Si preferís estar al aire libre, hace un día maravilloso y pensáis que las compras se pueden hacer en otro momento, podéis hacer como nosotros y, desde Omotesando, andar en dirección al parque de Yoyogi, conocido popularmente por los rockabillies, actuaciones de aficionados en directo y la gran cantidad de cosplayers que lo pueblan los fines de semana.



Llamarlo parque es un eufemismo: se trata de un bosque en toda regla. De hecho, cuando se construyó en 1920 para honrar la memoria del emperador y la emperatriz Meiji, se plantaron 100.000 árboles, donados por el pueblo japonés. Un gran Torii flanquea la entrada del parque y da acceso al sendero principal. Uno queda totalmente inmerso en un entorno que le empequeñece y le envuelve en una sensación de paz, literalmente alejado del mundanal ruido.

Las dimensiones del parque impresionan
El periodo Meiji es posiblemente uno de los más emocionantes de la historia japonesa por las espectaculares transformaciones que tuvieron lugar en escasamente 50 años. La ruptura forzosa de un aislamiento voluntario que venía desde los inicios del shogunato Tokugawa fue un duro golpe para muchos japoneses y una verdadera humillación. Desde la firma del Tratado de Kanagawa en 1854 con los Estados Unidos, por el que se abren al comercio los puertos japoneses en unas condiciones tremendamente ventajosas para los norteamericanos, comienza la época de los tratados desiguales con el resto de potencias occidentales. 

Pero el espíritu japonés no se doblega fácilmente y, tras el agónico final del shogunato Tokugawa, que finaliza en 1868 con la restauración del poder imperial, hasta ese momento meramente nominal, se inicia una nueva época de desarrollo con el objetivo de ponerse al nivel de los países occidentales. Se envían estudiantes japoneses a Europa, Estados Unidos y Rusia para aprender todo lo posible de las principales ramas del saber: ingeniería, arquitectura, medicina, derecho, literatura, lenguas extranjeras... Así mismo, se invita e incentiva con muy buenos sueldos a profesores extranjeros para venir a Japón a enseñar. Los resultados son espectaculares y en menos de 50 años el país poco tiene que ver con la organización cuasifeudal anterior.

Entrada al santuario Meiji
Nosotros nos decidimos por tomar uno de los senderos laterales que llevaban al Santuario Meiji (de entrada gratuita). El santuario original fue destruido durante la 2ª Guerra Mundial y reconstruido en los primeros años de paz. No parecía que estábamos en una ciudad.

Boda sintoista en el santuario Meiji

Sabíamos que no era raro que se celebraran bodas por el rito shintoista y tuvimos la inmensa suerte de ver al menos dos de ellas en plena procesión. Encabeza la marcha el kannushi (sacerdote), seguido del shoguji (una suerte de asistente) y las miko (sacerdotisas). Detrás están los novios vistiendo al estilo tradicional: Él con un tipo de kimono tradicional negro llamado montsuki, que consta de haori y hakama (chaqueta y pantalón); ella con un shiramuko, el tradicional kimono blanco símbolo de pureza, y cubierta por una especie de capucha llamada wataboshi, que protege un tocado especial llamado tsunokakushi.



En el camino de salida nos encontramos con una verdadera colección de barriles de sake decorativos donados por las compañías productoras que son conocidos como kazaridaru (el barril de sake normal recibe el nombre de sakedaru). El sake forma parte tradicional de los rituales y los festivales japoneses y tiene una vertiente de conexión espiritual con los dioses. 

Frente a la soledad de la estatua de Shibuya, la de la universidad de Tokio destila ternura. Fuente de la foto del profesor: Tiptoeingworld
Tomamos el metro y salimos en Shibuya. Tocaba una parada obligada en la estatua de Hachiko. Posiblemente todos conozcáis ya su historia, que ha quedado como símbolo de lealtad y amor inquebrantable hasta el final, un valor muy apreciado en la cultura japonesa. Lo que la mayoría desconocen es que, desde 2015 y con motivo del 80 aniversario del fallecimiento de Hachiko, hay una estatua en la Facultad de Agricultura de la Universidad de Tokio, de la que era profesor su dueño, en la que finalmente están juntos.

Panorámica del cruce de Shibuya
 Muy próximo está también el famosísimo cruce de Shibuya, con sus peculiares pasos de peatones que lo atraviesan tanto en línea recta como en diagonal y siempre están llenos de gente. 

Algunas estampas callejeras de Shibuya

No creo que haya mucho que añadir: tiendas, bares, restaurantes y gente por doquier. Incluso japoneses tremendamente amables tipo guías voluntarios con carteles que indicaban que no dudaras en preguntarles si tenías alguna duda.

Ginza en domingo, completamente peatonal
La siguiente parada ese día fue Ginza. Sin lugar a dudas, es el distrito más exclusivo de toda la ciudad, donde se concentran las tiendas de lujo y los restaurantes más caros. Pasear por la avenida principal, especialmente en domingo, cuando está cortada al tráfico, es un verdadero lujo; se puede disfrutar sin obstáculos de la arquitectura singular de los edificios de la zona. Para cualquiera con una cierta afición a la arquitectura, es una ocasión para deleitarse paseando con la cabeza bien levantada.

Un buen ejemplo de la separación entre edificios
Una cosa que notaréis en los edificios, es que no se tocan. Japón es muy conocido por la constante actividad sísmica que se ha saldado, con el paso de los siglos, de miles de muertos, heridos y cuantiosas pérdidas materiales. Muy conscientes de ello, su normativa de construcción antisísmica es tremendamente rigurosa y obliga a esta separación para que los edificios puedan oscilar durante un terremoto y la caida de uno no produzca un efecto de castillo de naipes con los colindantes. 
 
Ginza está plagado de edificios de autor. Pasear entre ellos es un espectáculo en sí mismo
Como curiosidad, los edificios altos están tan juntos que la demolición clásica puede ser complicada. Por ello, han ideado un sistema de demolición planta por planta absolutamente espectacular y más eficiente, a la par que algo menos ruidoso y con menos polvo.  




No todo es arquitectura en Ginza, puestos a mirar un poco hacia abajo, podemos encontrarnos con simpáticos ancianitos paseando sus golden retriever con melena de león o un gato convertido en estrella fotográfica a su pesar. Ya adelanto que el animal más curioso que vimos pasear a alguien fue un buho en Osaka.

Shin-Nakamise, primera parada de compritas

Por la tarde nos dirigimos al distrito de Asakusa, para visitar el templo budista Sensoji. Os recomiendo que no vayais demasiado tarde, ya que muchas tiendas cierran sobre las siete y el propio templo también. Saliendo en la parada de metro de Asakusa, podréis hacer algunas compras y comer algo en la calle comercial Shin-Nakamise, una galeria cubierta que corre perpendicular a la calle Nakamise.

Calle Nakamise con la puerta Hozomon de fondo
La calle Nakamise es una atestada calle comercial que comienza en la puerta Kaminarimon, la más exterior del templo, y donde encontraréis todo tipo de recuerdos. En esta primera puerta, un gran farol de papel de 4 metros cuelga del centro, mientras que dos deidades sintoistas se situan en los extremos de la puerta: Fūjin, el dios del viento, y Raijin, el dios de los truenos y los rayos. Si bien es verdad que el Sensoji es un templo budista, lo cierto que el eclecticismo religioso japonés hace que no sea extraño encontrar deidades y simbolos prestados recíprocamente.

Puerta Hozomon
La puerta Hozomon es la que da acceso al complejo interior del sensoji. Cuenta con tres inmensos faroles de papel y dos estatuas de Kongōrikishi o Niō, que son musculosas deidades protectoras de Buda. Como casi todo el templo, la puerta original, una reconstrucción a su vez de la desaparecida en un incendio en 1631, fue destruida durante la 2ª Guerra Mundial. La actual es de los años sesenta y las estatuas están inspiradas en luchadores de sumo reales de la misma época.

El Sensoji al atardecer
Llegados a este punto, ya podréis admirar el sensoji en todo su esplendor, con pequeñas tiendecitas para adquirir amuletos del templo. El Sensoji tiene el honor de ser el templo budista más antiguo de Tokio, al haber sido fundado el 645 DC, si bien, por las calamidades antes mencionadas y otras más, como el gran terremoto de Edo de 1923, queda bien poco de las construcciones originales y mucho de la perseverancia japonesa para reponerse ante el infortunio.

Con la llegada del crepúsculo, el senso-ji y la torre Tokyo Skytree adquieren un aspecto fantasmagórico
Desde Asakusa se tiene además una vista increible de la inmensidad de la Tokyo Skytree y sus más de 600 metros de altura. Las vistas que ofrece desde sus miradores a 350 y 450 metros quita el aliento, pero también el precio de sus entradas (2000 yenes por el primer nivel, y otros mil para llegar al segundo desde el primero). Como capricho, vale la pena.

Ahora, a descansar. !Oyasuminasai! 


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