miércoles, 4 de abril de 2018

Un notario español en la Rusia de los Soviets

El triunfo de la Revolución Bolchevique atrajo una inmensa atención en todo el mundo y no dejó a nadie indiferente. Las posiciones en la prensa y literatura de la época estaban muy enfrentadas y era difícil hacerse una idea real de qué ocurría realmente en un país tan grande. Con el término de la guerra civil que sacudió el país, se hicieron inmediatamente populares los viajes de intelectuales occidentales, la mayoría convencidos comunistas o de izquierdas, con una visión tremendamente complaciente de lo que veían y muy pocas críticas, que deseaban conocer las bondades del nuevo sistema. En la época, sólo unos pocos como Herbert George Wells, Arthur Koestler o André Gide, hombres de izquierdas no obnubilados en su juicio por el dogmatismo, se atrevieron a criticar el régimen soviético. Esto les valió a su vez serios ataques por parte de la intelectualidad de izquierdas occidental.


Entre los intelectuales europeos que visitaron Rusia en las dos primeras décadas tras la Revolución, también se cuentan un buen número de españoles, algunos de los cuales ocuparon puestos de responsabilidad en el gobierno de la II República, quienes publicaron las impresiones de su viaje: Fernando de los Rios (Mi viaje a la Rusia Soviética), Ángel Pestaña (Setenta días en Rusia, 1924, si bien el texto narra su viaje de 1920), Isidoro Acevedo (Impresiones de un viaje a Rusia, 1923), Julio Álvarez del Vayo (La nueva Rusia, 1926; Rusia a los doce años, 1929), Rodolfo Llopis (Como se forja un pueblo. La Rusia que yo he visto, 1929), Julián Zugazagoitia (Rusia al día, 1932) y, por último, Diego Hidalgo Durán, que ocuparía el cargo de Ministro de la Guerra y sofocaría la Revolución de Asturias de 1934, con el libro que nos ocupa, Un notario español en Rusia, 1929.
Para comprender mejor al autor y el libro, es esencial conocer el contexto histórico en que se desarrolla.

Con la Revolución de Octubre de 1917, que supuso el triunfo bolchevique sobre el débil gobierno provisional presidido por Kerenski, quien tomó las riendas del país tras la abdicación del Zar Nicolás II, se inicia el largo periodo de la dictadura comunista en Rusia. Sin embargo, como cualquier inicio, no estaba perfectamente perfilado desde el inicio cómo había de evolucionar ni la forma definitiva que adoptaría. Cierto es que la Revolución fue celebrada, al menos en los primeros tiempos, por amplios sectores de la población, inclusive muchos no comunistas.

Las causas son bastante claras: la Rusia zarista acababa apenas de salir de una larga Edad Media; las condiciones de vida, sobre todo en el campo, eran durísimas; la miseria y el analfabetismo eran rampantes; y para rematar esto, la participación rusa en la 1ª Guerra Mundial fue desastrosa en término de bajas humanas, de soldados sujetos a levas forzosas y mal pertrechados. La impopularidad de este último punto puede explicar en gran medida la caida de Kerenski. Con el fin de las hostilidades.


Lenin estaría al frente en estos primeros momentos revolucionarios antes de su prematura muerte, contando con valiosos colaboradores, como un eficientísimo Trotski que organizó el llamado Ejército Rojo para defenderse de los elementos que se oponían al régimen bolchevique: el Ejército Blanco. Como ocurre cuando un golpe triunfa a medias (En octubre de 1917 los bolcheviques distaban mucho de controlar el conjunto del país), el siguiente paso es una guerra civil. Los enfrentamientos principales de este conflicto interno tuvieron lugar entre 1918 y 1920, si bien algunos focos de resistencia continuaron hasta 1922.

El comunismo de guerra impuesto desde la Revolución, unido a la cruenta guerra civil, pronto llevó la economía soviética al colapso. Esta política suponía la abolición de la propiedad privada, la planificación de la economía y una fuerte disciplina y control férreo de los trabajadores, y tenía como prioridad el abastecimiento de alimentos y bienes al ejército y las masas obreras de las ciudades. Sin embargo, tenía más defectos que virtudes y los críticos, incluso entre las filas bolcheviques, crecían por momentos.

La rebelión de los marinos soviéticos en la base naval de Kronstadt, en el Golfo de Finlandia, en marzo de 1921, reclamando reformas y el fin del monopolio del poder por los bolcheviques, fue el toque final de atención que aceleró la adopción de medidas en el X Congreso del Partido Bolchevique celebrado el mismo mes. Dichas medidas se tradujeron la conocida como New Economic Policy (NEP), un paso atrás táctico para mantenerse en el poder.

Si bien la industria pesada y otros sectores estratégicos como el transporte, la banca y el comercio extranjero seguían bajo un férreo control estatal, se restableció una razonable libertad económica: se permitió de nuevo la propiedad privada, el establecimiento de industrias ligeras y el comercio minorista; los campesinos fueron autorizados a cultivar y poseer tierras, así como vender los excedentes, a la par que pagaban impuestos.

El sistema funcionó razonablemente bien y pronto fue apreciable la mejora económica y de las condiciones de vida de la población. Sin embargo, los problemas de abastecimiento de productos agrarios hacia las regiones urbanas eran periódicos, más por causa de la mala gestión estatal que otra cosa. Por desgracia, la autocrítica nunca fue el fuerte del comunismo y Stalin achacó la culpa a la NEP, que finalizó bruscamente en 1928; colectivizó la agricultura y acabó con todo vestigio de propiedad privada y libertad de comercio. La no consecución de los draconianos objetivos fijados, suponían prueba del sabotaje de los "contrarrevolucionarios", con la consecuente búsqueda de chivos expiatorios. El terror y las hambrunas derivadas de la aplicación de los planes quinquenales posteriores, así como el calamitoso estado real de la economía comunista, solo se conocieron en detalle mucho más tarde.

Diego Hidalgo llega a Rusia en este periodo relativamente feliz y pacífico de septiembre de 1928, inconsciente ante el hecho que Stalin estaba próximo a establecer abiertamente su régimen de terror, que había comenzado arrinconando a sus rivales políticos. Recordemos que Trotski en aquella época estaba "refugiado" en la capital de la actual Kazajistán; Zinoviev y Kamenev, a pesar de sus capitulaciones ante Stalin y "reconocimiento de errores", acabarían siendo fusilados juntos en 1936; y Bujarin, artífice de la NEP y abierto opositor a Stalin, sería también condenado a muerte y fusilado en 1938 durante la Gran Purga.

Lo que Hidalgo se encuentra al llegar a Moscú tras un periplo de varias semanas en París para obtener un visado de entrada, tarea que le hace desesperar por causa de la burocracia -"esa terrible plaga de la civilización, mil veces peor que cualquiera de las de Egipto, que todo lo paraliza y retrasa", según sus palabras- es el canto del cisne de un ciclo que toca a su fin; y no sólo en Rusia. El Crack del 29 será un duro golpe para el mundo capitalista y las frágiles democracias liberales, en un mundo que todavía no se ha recuperado del todo de los estragos causados por la 1ª Guerra Mundial. Muchos ojos se girarán con admiración hacía una Rusia que parece un buen modelo alternativo y más firme, que en apariencia no sufre crisis alguna en ese periodo. Hoy sabemos que realmente no fue así.

Hidalgo llegó bien pertrechado, hasta con un un infiernillo de gas y medicinas, y habiendo tomado medidas de seguridad en lo relativo al dinero que portaba, ante el convencimiento por las noticias que había leido sobre las condiciones de vida en Rusia que se iba a encontrar con un país falto de todo e inseguro. Una vez en la capital, se encontró con que los comercios estaban bien surtidos, el alojamiento era bueno y no especialmente caro, y las calles muy seguras, sin hordas de niños famélicos al más puro estilo dickensiano.

No se le puede culpar, puesto que esto era realmente así en los tiempos del comunismo de guerra previo y el llega en la fase final de la NEP, que ha logrado recuperar la maltrecha economía rusa. Ángel Pestaña, quien sí estuvo en Moscú durante el comunismo de guerra como representante de la CNT, narra su desengaño con lo que se encuentra. Sus críticas al papel del estado bolchevique, debido a la miseria, desigualdad e injusticia que encuentra, son absolutamente feroces: "La realidad, pues, era bien desfavorable al Estado bolchevique. Si dueño y amo absoluto de todo; único comorador y vendedor; en sus manos cuantos medios de circulación y cambio de productos puede poseer un país, no era capaz de entregar a cada individuo sino el veinticinco por ciento de lo que necesitaba, mientras que a través de todos los obstáculos que el Estado ponía al individuo, lograba éste procurarse consus recursos el doble de lo que aquel le entregaba, ¿no nos enseña esto y nos dice claramente sobre la incapacidad del Estado muchísimo más que todas las fantasías de la literatura bolchevique defendiéndolo?"


Otros aspectos de la vida de la nueva Rusia le sorprenden gratamente. Por un lado, la promoción de la cultura y la educación integral de los rusos, por otro, el papel de la mujer en la nueva sociedad. La cantidad de teatros, librerías, bibliotecas y el cultivo individual del estudio, le llenan de alegría. Da cuenta de como la mujer se encuentra en igualdad con el hombre y ocupa inclusive puestos de responsabilidad, como la judicatura.

Le sobrecoge la visita a la tumba de Lenin y el fervor místico del pueblo por el gran caudillo, describiendo con acierto lo más profundo del alma rusa "En el corazón de la raza eslava, mística, creyente, soñadora, el cuerpo incorrupto de Lenin recibe, al mismo tiempo que el homenaje de sus discípulos, de sus obreros, de los convencidos, la adoración de los campesinos, todavía ignorantes, todavía religiosos y necesitados de alguien a quien implorar y a quien decir sus oraciones."

Durante su estancia de dos semanas en Moscú, Hidalgo tiene la oportunidad de conocer a muchos rusos, algunos de los cuales habían estado en España en el pasado y la recordaban con gran cariño, así como españoles residentes en Rusia. Éstos le guiarán y ayudarán en sus recorridos e investigaciones con la mayor diligencia, aunque la imparcialidad no esté tan clara en todos los casos. La Voks (Sociedad Estatal de Relaciones Culturales con el Extranjero), donde llega recomendado, le será de gran ayuda, pero sigue dejándonos con la sensación de que le enseñaron sólo lo que querían que viera.

Por supuesto, Hidalgo no es ciego ni acrítico, y es consciente de las debilidades del sistema. Se da uenta de lo implacable que es la lucha contra la oposición (aunque no pueda imaginarse hasta qué punto), lo que como liberal debe incomodarle, y muestra sus reservas ante un eventual triunfo total del ideario comunista, que elimine no sólo la desigualdad sino también el yo, la propia individualidad. Para él, un pueblo ruso mejor educado, "será un pueblo culto, pero no un pueblo comunista".

Le es autorizada una visita a un establecimiento penitenciario, que encuentra con unas condiciones de vida aceptables y con un afán de reintegrar al interno a la sociedad una vez cumplida su pena, para lo cual se le enseña un oficio y se le paga por su trabajo. Es decir, se sigue, al menos según lo que le contaban, los principios ilustrados de proporcionalidad entre los delitos y las penas y la función de las cárceles como instrumento para la reinserción del penado.

El motivo oficial del viaje, al menos para conseguir el visado, era el estudio del notariado ruso, del que pensaba dar alguna conferencia a su vuelta. En los últimos capítulos del libro cumple con dicha misión y descibre diferencias y similitudes. El notario ruso, cuenta con atribuciones mucho más extensas, incluyendo el derecho marítimo, la instrucción de causas ante los tribunales, así como la notificación y ejecución de sentencias que éstos dicten. Se interesa así mismo por el derecho de familia ruso, increiblemente avanzado para la época con el reconocimiento de lo que hoy llamaríamos parejas de hecho.

Muchas son las experiencias que deja anotadas en forma epistolar, aderezadas con una constante vena humorística que no cae nunca en la caricatura. Como ocurre con estancias de este tipo, su experiencia directa se limita a la gran ciudad de Moscú y, por añadidura, el desconocimiento del idioma ruso le impide adentrarse por sí mismo en la realidad del país. Si bien podría pecar de demasiada buena fe, es significativo de todos modos el cuadro de ambientes que pinta y que no estaba destinado a durar mucho más.

El libro conoció diversas ediciones desde su publicación inicial en 1929, siendo traducida a otras lenguas europeas como el italiano y el francés. En el prólogo de la edición francesa, un exultante Henri Barbusse alaba la ecuanimidad de Hidalgo por no dejarse llevar por lo que se contaba sobre Rusia, haber ido el mismo a comprobarlo y escribir un libro que no es un ataque constante al movimiento bolchevique.

La última española previa a la guerra civil española es de 1931 y luego no volvería a ser reeditado hasta 1985 en España (que también es la última edición a día de hoy), con prólogo de Fernando Claudín, antiguo comunista, y presentado por el entonces Ministro de Justicia del PSOE, Fernando Ledesma. Considero que es hora de una nueva edición. La amenidad del texto y lo jugoso de su fondo, por la gran cantidad de personajes que circulan por sus hojas, lo hace ideal para redescubrir una época histórica que cambió el mundo.

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