El Estado
permanece mientras que los gobiernos pasan y son sustituidos por
otros, del mismo signo o del contrario. El sostén y la razón de la
estabilidad y durabilidad del Estado es la burocracia, la innombrada
octava plaga de Egipto, pero que autores decimonónicos como Robert
Michel, con su Ley de hierro de la oligarquía, o Max
Weber, con el paradigma de
la dominación burocrática, ya entendieron como
inevitable.
El hecho que
cada organización especializada de cierto tamaño acabe teniendo
intereses propios y genere inercias difíciles de romper, tarde o
temprano conduce a que se produzcan disfunciones: departamentos
enfrentados y haciéndose la puñeta mutuamente, empleados públicos
pensando en trabajar lo menos posibley encasquetando su trabajo a
otros, oposición y boicot a las órdenes que, siendo legales, les
resultan gravosas y opuestas a sus intereses, etc.
Esta
situación ha dado lugar también a abundantes sátiras sobre la
administración: desde el Yes, Minister británico, pasando
por "la casa que enloquece" en Las doce pruebas de Asterix y Obelix y terminando por la
pequeña joyita de la que quería hablarles, Los señores
chupatintas, de George Courteline (1858-1929).
El autor,
muy apreciado en la época por sus escritos satíricos y sus obras
teatrales, conocía muy bien el ambiente de la administración
francesa de la segunda mitad del siglo XIX; no en vano trabajó
durante 14 para el Ministerio de Cultura. Supo recoger como nadie la
fauna que se encontró en este particular ecosistema e imprimirle
vida y vigor a través de diálogos frescos, ingeniosos y con un
toque de pillería.
Los señores
chupatintas describen de modo hilarante la imponente adminsitración
francesa, más concretamente, el Departamento de Donaciones y
Legados, de dudosa utilidad y cuyos funcionarios son una perfecta
traslación de todos los tipos que se pueden encntrar en cualquier
organización especializada de cierto tamaño:
- El
discreto, que por no querer llamar la atención, procura tampoco
aparecer por el trabajo, por que sí o excusándose por la muerte,
nacimiento, bautizo, boda o enfermedad, propia o ajena, de parte de
la inacabable familia de la que parece disponer. Un personaje que
acaba resultando simpático por su falta de ambición en lo
profesional y que se contenta con que le dejen vivir tranquilo y
divertirse con su querida.
-
El arribista cizañero,
un mamoncete de apariencia encantadora, bien informado y con el don
de la ubicuidad, que es capaz de soltar con naturalidad comentarios
aparentemente inocentes que perjudican a todos menos a él mismo. Muy
seguro de sus propias capacidades (al menos de presumir de ellas, no
tanto de llevarlas a la práctica), pero escurriendo el bulto en
cuanto puede.
-
El loco. Monomaniacos
y verdaderos enfermos mentales a los que es imposible echar y que
empeoran de día en día, hasta que en un grandioso desenlace en que
el jefe de departamento acaba ensartado como un pincho moruno.
-
El inútil. Aquel
empleado que ya no da más de si, por pura y simple incompetencia.
Físicamente presente, calienta su silla desde hace años sin ganas
de jubilarse. Siente la administración
como su hogar y no está
dispuesto a que le echen (ni la administración especialmente
dispuesta a hacerlo)
-
El buenazo competente.
Una rara y desgraciada (para él) confluencia de ser una persona
honrada y decente, que aspira al reconocimiento por su trabajo y
piensa que todos sus compañeros son dela misma pasta, es
sistemáticamente aprovechado por todos sus compañeros de
departamento.
-
El que todo lo lía.
Una variante del anterior, pero donde antes había competencia, ahora
hay caos. Con una sincera creencia a prueba de bombas en su propia
capacidad y en que todos los demás no valen ni la mitad que él, se
apropia de expedientes que destroza, pierde o, peor aún, "resuelve".
-
Jefes que no quieren problemas.
Una variante del trabajador discreto, pero que ha acabado llegando a
puestos de responsabilidad. Encantador y atento con sus subordinados,
le entran sudores frios solo de pensar en tener que escuchar quejas y
reclamaciones y verse
obligado a tomar decisiones.
En
poco más de 100 páginas, Courteline desgrana
la vida administrativa francesa del último cuarto del siglo XIX,
arrancando más de una carcajada y una sonrisa permanente hasta que
terminamos la lectura de un tirón.
Lo más curioso, es que algo escrito hace más de 100 años siga
siendo hoy tan actual como cuando se concibió: no faltan las
noticias de funcionarios que fichan y se van; otros que encadenan de
modo legal baja tras baja, de modo legal pero tan desvergonzado que
la propia administración no sabe como deshacerse de él; fundaciones
públicas vacías de contenido y actividad, pero consumiendo fondos
públicos; departamentos sobredimensionados; etc.
Sería injusto acusar a todos los funcionarios de llevar a cabo
conductas deshonrosas. De hecho, la mayoría cumplen correctamente
con sus tareas y ven estas situaciones antes descritas como hechos
anómalos que habría que atajar. Sin embargo, se antoja complicado
hacer algo definitivo sin tocar un pilar sacrosanto del mundo
funcionarial: la inamovilidad.
El libro es relativamente sencillo de encontrar en segunda mano,
aunque animaría a cualquier editorial a echarle un vistazo y
plantearse su reedición. Vale la pena.
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