miércoles, 6 de junio de 2018

Cambio radical


Rajoy asiste a la sesión de control al Gobierno en el Congreso. 30/05/2108. Fuente: Pool Moncloa/Diego Crespo

Quien nos hubiera dicho hace menos de dos semanas, cuando el Partido Popular había logrado aprobar los presupuestos con el apoyo del PNV y parecía que la legislatura continuaría sin grandes cambios, que hoy tendríamos un gobierno monocolor socialista presidido por Pedro Sánchez. La sentencia del caso Gürtel, ha sido la proverbial gota que ha colmado el vaso y que ha servido de fantástica justificación para que Pedro Sánchez encabezara una moción de censura que poco antes no habría prosperado.

Nos encontramos ante una pugna entre dos supervivientes; dos políticos que han demostrado una gran resistencia a los envites, ya sean de su propio partido, como Sánchez, o externos, como Rajoy. El ahora expresidente del Gobierno, hombre que quizá carezca de una personalidad carismática en el sentido corriente del término, ha sido el hombre tranquilo, paciente y sereno que España ha necesitado en los momentos más duros de la crisis, tanto la económica como la del desafío del independentismo catalán. Su mesura ha evitado males mayores y ha llevado a cabo reformas impopulares, pero lamentablemente necesarias.

Pedro Sánchez tampoco tiene carisma, pero sí tenacidad y resistencia al desgaste. Lo que queda por ver es su capacidad para afrontar las responsabilidades de gobierno, estando en franca minoría incluso dentro de esa inestable mayoría que respaldó la moción de censura. Por suerte para él, el trabajo sucio ya está hecho y hereda una economía razonablemente saneada y en expansión, con las reformas más impopulares ya implementadas, y, de modo bastante oportuno, el levantamiento del 155 en Cataluña por la constitución, finalmente, de un Gobierno catalán sin huidos ni presos.

Los retos son muchos a pesar de todo. En primer lugar, Quim Torra ya ha anunciado su intención de seguir trabajando para constituir la República Catalana. Su oferta de diálogo y de "correr riesgos juntos", me incita a pensar que será en los mismos términos que con Puigdemont, es decir, se reduce el concepto diálogo a "vamos a hablar de cuando nos vamos". Ni siquiera Pedro Sánchez, y menos aún el PSOE en su conjunto, es tan ingenuo ni blando como para ceder a ese chantaje.

En relación al plano económico, está por ver si finalmente no acaban reformados los presupuestos del PP, a los que con tanto ahinco se opuso Sánchez y que luego prometió mantener (como ofrenda a un PNV que destruye el mito vasco de hombre de honor y respeto a la palabra dada). Caso de ser así, con una exigua "mayoría" de 84 diputados (52 menos que el principal partido de la, ahora, oposición) y unos "socios" poco confiables, tiene las manos atadas para llevar a cabo sus políticas. Todos sabemos que sin asignación presupuestaria concreta, toda promesa se queda en agua de borrajas.

De momento, Sánchez ha comenzado constituyendo un equipo de gobierno monocolor donde priman los perfiles técnicos y con experiencia en gestión pública. Le reconozco una cierta inteligencia en ello y, sobre todo, veo como le devuelve a Podemos la prepotencia y arrogancia que demostró en 2016, cuando, sin hablar siquiera con Sánchez y con una puesta en escena ostentosa que todos recordamos, Pablo Iglesias se postuló como vicepresidente y socio de gobierno. Es una imagen que difícilmente se repetiría ahora, toda vez que buena parte de los que aparecían en esa escena han sido purgados y Podemos lleva perdiendo votantes e importancia política desde entonces...  por mucho que respalden que su líder se compre un chaletazo.

Igual habría hecho mejor Sánchez convocando elecciones de modo inmediato, como pedía Ciudadanos, pero no lo ha hecho así por una razón muy sencilla: en esas circunstancias, en el mejor de los casos habría sido el segundo partido más votado, cuando no el tercero. Es decir, sabedor que esta es su única oportunidad de ser presidente del gobierno, pues en competición electoral no lo lograría, se ha aferrado a ella. No considero necesario poner el grito en el cielo por ello, la moción de censura es una herramienta constitucional perfectamente válida y ha cumplido con sus requisitos. Lo único que lamento es que, aparte de la exigencia de un candidato alternativo, no incluya algún criterio corrector relacionado con la estabilidad posterior del nuevo gobierno.

Mariano Rajoy ha hecho bien en abandonar la presidencia del PP tras la moción. Cumplió con sus cometidos en momentos muy complicados y ahora toca que el partido se reestructure y se establezcan nuevos liderazgos. Todo partido tiene familias y corrientes, y las del PP son bien conocidas. Se llegará, esperemos que pronto, a un nuevo equilibrio con un liderazgo claro (presumiblemente sin necesidad de purgas, salvo que Pablo Iglesias ofrezca asesoramiento en la materia, de la que es experto), o al menos no combatido públicamente, y se preparará para una larga temporada en la oposición.

Nos esperan tiempos apasionantes.

1 comentario

  1. Mariano Rajoy ha sido un grandísimo presidente, que se ha ido por la puerta grande después de sacar a España del caos en que la había dejado zapatero.
    La lastima es la pandilla de mangantes que le había dejado su antecesor (a quien el demonio confunda), Aznar, que por cierto está missing
    Lo dicho gracias Rajoy, y descansa que te lo mereces, tu que puedes; no como otros, que se agarran a la política, porque no han hecho nada de provecho en su vida, y si no están en política, no podrían ni pagar el colegio de sus hijos.
    Un abrazo Presidente !!!

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