lunes, 22 de abril de 2019

Anochecer de Isamov y Silverberg: una reflexión sobre el fin de la civilización

La ciencia ficción literaria tiene mucho más de realidad que muchos libros denominados de no-ficción. Por variados que sean los temas, muchos de estos trabajos son una mera traslación del mundo real; sus debilidades y fortalezas. En todo caso, siempre sirve para hacernos reflexionar sobre cuestiones a las que no solemos prestar atención y relegamos a un lado.


De la colaboración conjunta de dos grandes del género, como son Isaac Asimov y Robert Silverberg, surgió la novela Anochecer, una obra original en su planteamiento, que se centra más en el fin de la civilización por cuestiones meramente psicológicas, más que como producto de una catástrofe física producida por meteoritos gigantescos, la contaminación o guerras nucleares.

La acción transcurre en un mundo similar al nuestro, pero no el mismo. El nivel de desarrollo tecnológico sería el equivalente a finales de los años 80 del pasado siglo. Este mundo goza de luz permanente merced a la existencia de seis soles que aparecen en el cielo en órbitas predecibles según la ley de la gravitación universal. Sin embargo, esta ausencia de oscuridad será su punto débil, puesto que impide ver las estrellas y otros cuerpos celestes. Las mentes de los locales no se encuentran preparadas para la ausencia de luz, fenómeno que consideran antinatural y, como comprueban experimentalmente, puede causar la locura en la mayor parte de personas.

En dicho mundo, una secta de fanáticos religiosos, los Apóstoles de la Llama, predican ciclos de gracia de 2049 antes de un eventual castigo de los dioses por nuestra falta de virtud y corrupción. Nadie les hace caso, pero varios científicos realizan hallazgos inesperados que respaldan sus afirmaciones, si bien buscan, y encuentran, explicaciones más razonables. Ninguno de los dos grupos consigue evitar la anunciada “ira de los dioses” y la locura universal que causa, pero la acción de la novela se adentra más en los pormenores de la reconstrucción posterior.

En torno a este argumento, desfilan cuestiones interesantes: la fragilidad de la civilización, la concepción de la historia, el papel de la religión y la ciencia.

No sólo el cine, la televisión y la literatura nos han mostrado múltiples escenarios de ficción en que algún tipo de cataclismo provoca el fin de la civilización tal como la conocemos; también la propia historia real nos ha dado sobrados ejemplos de lo mismo. Sin embargo, el fin de una civilización no resulta tan simple. Como ocurrió con la caida del Imperio Romano de Occidente el 476 d.C. ni el propio imperio caido ni aquellos que lo hicieron caer se dieron realmente cuenta de ello. Los fines bruscos no son la norma, los desgastes progresivos sí. Por ello, la cuestión de la estabilidad de los sistemas políticos, que ya recoge Asimov en La Fundación, es un tema tan apasionante en ciencia política. Quien consiga el equilibrio perfecto entre dinamismo y estabilidad, merecería un Nobel.

La anarquía total no tiende a darse, puesto que suele haber varios nuevos pretendientes a controlar el territorio del anterior imperio. Lo que sí se produce es una mayor atomización y un menor intercambio comercial y de población. Únicamente algún tipo de unificación posterior mejora las condiciones de vida y disminuye las barreras, produciendo un desarrollo notable, como el caso histórico de las grandes unificaciones europeas de Alemania e Italia durante el siglo XIX. Pero esta unidad lleva tiempo y no está exenta de peligros, fricciones e involuciones, como muestra la triste realidad de las naciones fallidas.

Lo anterior nos lleva a preguntarnos: ¿Qué es la historia? Parece una pregunta simple, pero es sin duda tremendamente difícil de contestar. Nuestro juicio sobre lo que es el pasado o será el futuro a la vista del momento presente y el devenir histórico pasado ha sido muy bien descrito en libros como ¿Qué es la historia? De Edward H. Carr e Historia del futuro de Pablo Francescutti. Dos ideas enfrentadas conviven: la de una historia cíclica y la de una tendencia imparable hacia delante. Muy posiblemente, no sea ni la una ni la otra. El auge, espendor y caida de los imperios antiguos, poco tienen que ver con la realidad de los Estados-Nación actuales. Las visiones más optimistas del futuro se dan por definición en periodos de crecimiento, mientras que en edades más sombrías, la preocupación por algo más que el futuro inmediato se hace complicada.

El libro refleja igualmente la sempiterna lucha entre religión y ciencia con el añadido de una confirmación de las creencias de un grupo fanático. Es la clásica transición del mito al logos. Ya se sabe que el mito del diluvio universal que aparece en el Génesis del Antiguo Testamento es una transcripción de antiguos textos sumerios muy anteriores y que en diferentes culturas existen mitos similares. ¿Significa esto que hubo un diluvio a nivel global, producto del castigo divino a los impíos? Ciertamente no.

Los textos sagrados de muchas religiones evidencian hechos históricos, así como las leyendas y mitos, pero tergiversados e irreconocibles por el paso del tiempo y el añadido de un contenido místico. En un contexto local, pequeño y relativamente aislado, cualquier gran inundación será para la población sobre el terreno algo “universal”; así mismo, careciendo de conocimientos para explicar el porqué, resulta más sencillo hacer referencia a la voluntad de los dioses. La ciencia nos ha liberado de esta esclavitud divina, pero en momentos de verdadera catástrofe es difícil conseguir que el pensamiento racional prospere contra una masa aterrorizada que hará cualquier cosa, por inútil y producto de la superstición que sea, para volver al statu quo anterior.

La ciencia no pasa sin crítica, puesto que a pesar de estar constamente expuesta al falsacionismo popperiano, aquellas hipótesis que desafían el consenso científico imperante en un momento dado, pueden encontrarse con fuertes resistencias por parte de especialistas en la materia que ven su mundo tambalearse. Conste que me refiero a nuevas hipótesis que, sometidas a los mismos requisitos y exigencias que las anteriores, ofrecen una mejor y más completa explicación del mundo; en ningún caso admito fantasías ni complicadas explicaciones conspiranoicas.

Como pueden observar, la ciencia ficción da para mucho y, como opinión personal, debería de incluirse de modo habitual como sugerencias de lectura en los colegios. A la par que volaría la imaginación de los alumnos, se harían más críticos y analíticos.

No hay comentarios

Publicar un comentario

© La Justicia Como Equidad
Maira Gall