martes, 9 de abril de 2019

Viaje por España de Hans Christian Andersen: un país entre el pasado y el futuro

Hans Christian Andersen es mundialmente conocido por sus cuentos, sin embargo, tanto su producción literaria como su personalidad, sobrepasan con creces esta visión limitada.
 
 
Hijo de un mísero zapatero remendón, tan pobre que ni siquiera le admitieron en el gremio, el joven Andersen mostró signos de su inmensa imaginación desde muy joven y logró llamar la atención de protectores que costearon su educación. De la nada llegó al reconocimiento popular ya en vida, especialmente en los países nordicos, Alemania (en puridad, los antiguos estados alemanes independientes, Andersen fallece apenas 5 años después de su unificación) y el mundo anglosajón, donde se codeó con lo más granado de la sociedad y recibió multitud de reconocimientos que alimentaron una vanidad que llegaba a resultar odiosa. 
Entre septiembre y diciembre de 1862 llevó a cabo su largo tiempo postergado viaje a España. El autor había dedicado ya obras a temas españoles en el pasado, pero, aunque tenía interés, carecía de experiencia directa y conocimiento del español. Poco hay que criticar en este aspecto, puesto que España no podía presumir (ni hoy tampoco) de dedicarse intensivamente y con resultados exitosos al cúltivo del estudio de lenguas extranjeras.
 
El relato de su experiencia, profusamente adornado con multiples datos eruditos producto de una documentación posterior, dan la impresión que Andersen conocía España más profundamente de lo que en realidad pasaba. En todo caso, si bien es cierto que abunda el recurso a tópicos románticos  sobre bellas mujeres de ojos negros, la exaltación del pasado árabe y las descripciones pintorescas de los gitanos, por los que parece sentir un cierto interés, la obra nos ofrece una imagen aproximada y veridica de la España de la época. 
 
Estamos ante un país de contrastes, o más bien de pervivencia agónica de un mundo antiguo, condenado a desaparecer por los avances del progreso. Andersen se desplazará en tren, barco y diligencia, ensalzando especialmente el primero y realizando irónicos comentarios sobre la comodidad de la diligencia y sus compañeros de viaje. Sobre sus viajes en barco, digamos que los consideraba mejorables. Al menos, alabará la seguridad de los caminos, en la época con un bandolerismo en franca recesión y una mejora del control por parte de la fuerza pública. No en vano, hacía 18 años que había sido creada la Guardia Civil, a quien tenemos que atribuir el mérito.
 
El alojamiento no será de su gusto en general, pues pasará generalmente mucho frio, pero también un calor sofocante; la descripción de su virtual huida de Toledo ante la perspectiva de quedar atrapado durante el invierno si cortaban la linea de ferrocarril lo dice todo. La ausencia de chimenea en las habitaciones y el uso de braseros para caldearlas, no acababa de aportar a su aterido cuerpo el calor necesario.

En lo relativo a la visita de monumentos significativos, Andersen no tiene queja alguna. La Alhambra y el Generalife de Granada; la mezquita-catedral de Córdoba; la ciudad de Valencia; la Giralda sevillana; la ciudad de Cádiz; el alcazar de Toledo, que en aquel momento no había sido aún reedificado tras el incendio sufrido durante la ocupación francesa en 1810, las obras se iniciarían cinco años después de su visita, aunque la estructura principal del edificio y sus escaleras centrales seguían en pie.

La mayor decepción de Andersen es sin duda la falta de reconocimiento social. En 1862 era un autor plenamente consagrado, donde fuere, recibía invitaciones y honores de todo tipo. España, en buena medida por la dejadez y la falta de interés y visión de nuestros intelectuales e instituciones, resultó una ofensa y frustración para el danés, quien además había venido al país con una buena provisión de cartas de recomendación para figuras importantes del panorama político y social. Sin embargo, o éstos no estaban en casa, no podían recibirle por estar enfermos, o expresaron en la reunión un interés cortés unido a un total desconocimiento de su obra. En su libro sobre el viaje no existen reproches directos, aunque su diario sí que es algo más explícito; a pesar del descontento y la decepción, está claro que no es rencoroso. La intelectualidad española perdió una oportunidad de oro de crear lazos directos con un grande de la literatura, como sí se crearon, por ejemplo, con Charles Dickens en Reino Unido.
 
Quizá no sea la más lograda de las obras de Andersen, pero se lee con interés y nos retrotrae a una España entre el pasado y la modernidad, aderezada por una intangible sensación de decadencia que culminará con la catástrofe del 98.

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