martes, 16 de junio de 2020

Humor castizo: recuperando a Jardiel Poncela

Los años 20 y 30 del siglo pasado, fueron maravillosos para el humor español, con firmas tales como la de Mihura, Neville, Antoniorrobles, Gómez de la Serna, Jardiel Poncela, K-Hito, López Rubio o Palacio Valdés. De hecho, fue tal su popularidad y reconocimiento, que algunos llegaron a trabajar como guionistas de exito en el Hollywood de la Edad de Oro (el propio Edgar Neville, entre otros). Puede sorprender a generaciones modernas la existencia de una educada y cosmopolita sociedad española en el periodo previo a la guerra civil, que demandaba un humor acorde.


El humor del absurdo clásico español, tiene uno de sus máximos exponentes en Enrique Jardiel Poncela (1901-1952). La primera novela que leí de este autor, y que disfruté como un enano, por su irreverencia y desenfado, fue "La tournée de Dios" (1932), que narra el anuncio, por el propio Dios, de su llegada a Madrid, los preparativos para acogerle y el desarrollo de una visita que termina en un mutuo desencanto de creyentes y divinidad. Creanme que no les chafo el final, lo importante es cómo se llega a éste a través de episodios simplemente brillantes como su noche en la catedral de la Almudena, que el Señor descubre con horror, por el frio, la humedad y las corrientes de aire que lo recorren, que es el lugar que sus creyentes consideran como el adecuado para él.

Jardiel Poncela tuvo una vida agitada: redactó un sinfín de relatos cortos, obras de teatro, guiones e inclusive trabajó para Hollywood durante su edad de oro; colaboró en prensa y publicaciones periódicas; en vida suya se adaptaron al cine muchas de sus obras. Sus cuatro y únicas novelas, que obtuvieron un éxito instantáneo, fueron redactadas previamente a la Guerra Civil, y además de la ya mencionada, son: ¡Espérame en Siberia, vida mia! (1929), Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? (1931) y Amor se escribe sin hache (1928), esta última todavía pendiente de leer por un servidor. Su intensa capacidad creativa se volcó con éxito en el teatro, donde nos ha dejado verdaderos clásicos como Eloisa está debajo de un almendro (1940), y Los ladrones somos gente honrada (1941).


¡Espérame en Siberia, vida mía! es una historia del periodo de entreguerras donde vedettes, amantes cornudos, gremios de asesinos, rusos blancos, corsos supersticiosos, osos y japoneses especialistas en jiu-jitsu pululan por sus páginas de un modo perfectamente verosimil; toda la verosimilitud que las situaciones más surrealistas pueden aportar.

Jardiel Poncela fue un verdadero representante del hombre de mundo, capaz de verlo desde la óptica de un humor que va más allá del chiste facil. Ingeniosos juegos de palabras, situaciones absurdas, pero perfectamente factibles (admitiendo lo factible como un concepto laxo y presto a ser retorcido hasta el extremo), y un uso inteligente tanto del argot de los bajos fondos más castizo como del de las clases altas, atrapan la atención del lector desde la primera línea de esta loca novela que nos transportará de Madrid a Siberia, pasando por Córcega y otros lugares.

Tras "Espérame en Siberia, vida mia", caer en los brazos de "Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?" , fue sólo cuestión de tiempo para mi. Jardiel Poncela se vuelve a superar en una de sus novelas más celebradas, que gira en torno al amor, la conquista y la pasión, desde una hilarante y cínica perspectiva que nos mantiene pegados a sus páginas y absorbiendo la sabiduría de sus consejos. Sus protagonistas, Pedro de Valdivia y Vivola Adamant encarnan el hastío por el amor, puesto que de tanto triunfar, han dejado de sentirlo y darle valor, si bien otros, más acomodaticios, viven felices de las migas que estos personajes sueltan.

Resulta triste e indigno el prematuro final de un hombre que innovó como pocos el panorama del humor español, con un majestuoso uso de la estructura dramática, control de los tiempos y habilidad para la creación de situaciones absurdas pero inteligentes. Arruinado, abandonado de sus amigos y físicamente muy deteriorado, falleció con 50 años. Nunca pudo recuperarse de la muerte de su padre a mediados de los cuarenta, y tampoco ayudó el cáncer de laringe que le fue diagnosticado en 1946. El epitafio que se puede leer sobre su tumba es muy revelador de lo que debió de sentir en esos últimos tiempos: "si buscáis los máximos elogios, moríos".

La figura de Jardiel Poncela y su obra, sin embargo, ha resistido bien los envites del tiempo, obteniendo un merecido reconocimiento, aunque no necesariamente una mayor lectura de su obra. Todos conocemos el mal que aqueja a muchos autores, que son más mencionados que realmente leidos; lo que es una pena, porque tomar en las manos una obra de Jardiel Poncela es no parar hasta haberla concluido.

¿Cuál es su obra favorita de don Enrique?


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