viernes, 21 de julio de 2023

Nostalgia comiquera (Parte 1)

Con este, comienzo una pequeña serie de artículos especiales para mi, porque tratan de vivencias personales vistas con la perspectiva que la edad otorga. No puedo evitar una cierta sensación de nostalgia, no tanto por haber dejado de hacer cosas que me gustaban, por fortuna sigo con ellas, sino por el entusiasmo con el que lo vivía.

He sido un ávido lector de cómics desde que tengo memoria. Cuando era un niño, en los años ochenta, no era extraño encontrar en cualquier quiosco una amplia variedad de títulos infantiles: mortadelos, super humores, Pulgarcito, Super López, Don Micky... y no tan infantiles pero dirigidos a un público algo más adulto, como El Víbora, Cimoc, Metal Hurlant... Sin contar con los diferentes títulos de DC, Marvel y otras editoriales norteamericanas.

Una pequeña representación ochentera de lo que nos ofrecían los quioscos

Todavía conservo con mucho cariño muchos de ellos y me sorprendo de la mala leche y lo políticamente incorrectos que podían llegar a ser para los estándares actuales. El cómic en España fue una vía de crítica política y social, gracias en parte a la percepción que se tenía como producto destinado al consumo de niños que no entenderían nada. Por supuesto, también podía servir de método propagandístico. La versatilidad de la viñeta para defender valores patrios o ser un poco canalla, ha sido siempre parte de su encanto.

El fallecido Francisco Ibáñez, fue un verdadero maestro de la crítica a través de la carcajada. Mortadelo y Filemón han reflejado la realidad española durante casi siete décadas, pero no han sidos los únicos.  Otras de sus series y personajes, como Rue del Percebe 13, con su variopinto vecindario o Chicha, Tato y Clodoveo, producto de la crisis del desempleo en España a mediados de los ochenta, se pueden considerar obras costumbristas con toques berlanguianos, aunque no se mencione al Imperio Austro-Húngaro.

La veterana Futurama, fue y sigue siendo punto de referencia en el cómic en Valencia

Por desgracia, el sector comenzó a sufrir una seria crisis precisamente a finales de los años ochenta, con cierre de numerosas publicaciones periódicas. Seguían llegando cosas al quiosco, pero no con la misma variedad. Hasta que no comencé a frecuentar tiendas de cómics en la adolescencia, no conocí de verdad todo lo que el mundillo ofrecía, ya fuera de editoriales consagradas como de fanzines de temática y calidad diversa. Durante años, los viernes tarde junto con amigos estuvieron dedicados al peregrinaje por las principales tiendas de cómics de Valencia, que venían a reducirse a Futurama e Imágenes Cómics (esta última bajó definitivamente la persiana en diciembre de 2022), con alguna pequeña excepción, pero ya orientada a otro tipo de público, como Discomic.

En cualquier caso, y entrando en materia, el manga era un tipo de cómic virtualmente desconocido en España hasta muy finales de los años 80. Antes, series animadas japonesas que llegaron a nuestras pantallas como Sherlock Holmes (cuyos primeros seis capítulos fueron dirigidos por el mismísimo Hayao Miyazaki), Heidi o Mazinger Z, conocieron adaptaciones al cómic realizadas por dibujantes locales, con bastante éxito.

La llegada de las televisiones autonómicas y privadas a España: Canal 9, Telemadrid, TV3, Telecinco, Antena 3 o Canal+ (esta última en abierto sólo 8 horas al día), supuso un aluvión de nuevas series japonesas que ocupaban las tardes entre semana y las mañanas del fin de semana de muchos niños y adolescentes. Oliver y Benji fue un caso especial, ya que se repitió de modo consecutivo tres veces justo antes de los informativos de la noche de Telecinco. No podíamos despegar los ojos del televisor ante chutes imposibles; la catapulta infernal de los hermanos Derrick; el tiro combinado de Oliver y Tom Baker; el tiro de halcón y muchos más, en campos desde los que se divisaba la curvatura terrestre tras horas de correr. Dragon Ball, por su parte, era siempre la comidilla en el patio del colegio, sobre todo en sus inicios, por su humor absurdo unido a combates épicos. 


De todas las adaptaciones a imagen real de la serie, me quedo con la taiwanesa de 1991, mucho mejor que ese fiasco sacrílego e infame que fue Dragon Ball Evolution. Más surrealista todavía, fue Dragon Fall la parodia española de por antonomasia de Dragon Ball, a cargo del Hi No Tori Studio (claro homenaje a la obra Fenix (1967), de Osamu Tezuka, dado que es su título original). Cuando compré el primer número de la Serie Lila, circuló tanto entre compañeros del colegio que acabé comprando otro por el desgaste que había sufrido. Como mínimo, no se trataba que hubiera quedado pegajoso, si se hubiera tratado de un número de Kiss Comix.


Con el tiempo, desaparecieron los dibujos de la franja de tarde, para concentrarse en la mañana; algo bastante absurdo, porque para cuando comenzaban las cosas interesantes uno ya estaba en clase De buena mañana, antes de ir al colegio, puedo acordarme todavía de estar viendo el Galaxy Express 999 de Leiji Matsumoto en Canal+, porque era una de las series que se emitía más temprano.

Por fortuna, como joven avezado en las nuevas tecnologías de entonces, un servidor sabía programar el video vhs de casa para grabar y poder visionar lo que se había perdido durante la merienda. Como anécdota, durante una larga temporada el video fue retirado y guardado en un armario por mi padre, pero mi hermano y yo lo escondimos en el último cajón de nuestra mesa de estudio, hicimos un agujero por detrás que no se notaba, y conectamos el video para grabar a escondidas. No lo supo nunca y fue ciertamente maravilloso por disfrutar al volver del colegio de todo el anime que se podía. Buena parte de Ranma 1/2 y Sailormoon fue vista así.

Hasta aquí, ¿os trae algún recuerdo que queráis compartir?


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