lunes, 8 de abril de 2013

Apuntes al natural de un erasmus en Suecia (4) Luz, nieve y hielo

La mayoría de la gente ha oido historias acerca la corta o larga duración del día según la época del año en el norte de Europa, pero hasta que no se vive en primera persona, sobre todo siendo de procedencia mediterránea, resulta difícil comprender la verdadera influencia de la luz solar en nuestras vidas. Grosso modo, en España contamos con un mínimo de 8 horas de luz en invierno y unas 16 en verano. Imaginad lo que supone cuando esta relación pasa de 4 a 20, o incluso peor si nos encontramos más allá del Círculo Polar Ártico.

Tuve la suerte de llegar en pleno verano a Suecia, principios de agosto de 2004, con noches cortas y amaneceres tempranos. Me encantaba esa sensación de estar bañado por la luz y encontrarme con la naturaleza en todo su apogeo estival. Es verdad que refrescaba por las noches, pero salvo un par de días de lluvia y frio en los que tuve que sacar ya el jersey y la chaqueta, se estaba muy bien. Sin embargo, rápidamente me di cuenta de la velocidad con que se reducía la duración de las horas de luz y comencé a imaginar cómo sería más adelante. Mis temores no tardaron en convertirse en realidad. Ya para octubre comenzaba a notarse como un bajón de energía. Pero lo peor estaba por llegar. Levantarse de noche, y no precisamente por madrugar en exceso, y acostarse muchas horas después del anochecer, sin ser tampoco especialmente noctámbulo, se convirtió en una verdadera rutina difícil de sobrellevar. Salir de marcha hasta el amanecer se tornaba una gesta gloriosa; demasiadas horas.

Vista de Sundsvall desde Nacksta. Casi todo el suelo estaba cubierto de hielo y por las mañanas echaban gravilla para lograr más agarre, pero en vano para nosotros.
Incluso dentro del invierno, conviene distinguir entre el invierno sin nieve y con nieve. Cuando aún no han comenzado las nevadas, el frio es mucho más intenso y las noches mucho más oscuras. Con la nieve todo cambia, la poca luz lunar que pueda haber se refleja sobre el manto blanco que hay por todos lados y, por fin, dejamos de sentir la deprimente sensación de opresión. Además, y para gran alegría de personas como yo, que la nieve la había visto por televisión y poco más, comienza una fabulosa época de diversión y deportes de invierno. Todos los barrios disponían de zonas de deportes al aire libre y, donde normalmente había campos de futbol, en invierno los cercaban, echaban agua y los transformaban en grandes pistas para patinar sobre hielo y jugar a hockey. Eso sí, como hacía años que no patinaba, al principio creí que me rompía la crisma. Aprender a jugar a hockey hielo al mismo tiempo que uno pugna con, simplemente, mantener el equilibrio y no caerse solito, no es una buena idea. En fin, también nos tiramos colina abajo en trineos improvisados y los más atrevidos llegaron a hacer snowboard (con algún accidental rompimiento de mano por no medir bien la distancia).

Con la nieve a todos nos sale la parte de niño que llevamos dentro.
Por cierto, que a nadie le asombre ver todo el año, incluyendo lo más crudo del invierno, a suecos más tostados que cualquier español tras un verano tumbado en la playa cual lagartija. Tiene truco: los solariums. Dichos negocios proliferan como setas, aunque allí todavía tiene su razón de ser, ya que la luz que proporciona es muy parecida a la del sol real y, psicológicamente, puede calmar o mitigar la depresión producida por la falta de luz. De hecho, un cierto número de erasmus acabaron recurriendo a ellos porque no aguantaban más. Lo curioso es que en España, sobrando el sol en muchos puntos, proliferan igualmente los solariums; y aquí no tenemos excusa, salvo que alguien de modo consciente quiera envejecer su piel con mayor rapidez y aspirar a un melanoma más fulminante.

Otro hecho identificativo de los suecos es su modo de lidiar con el frio y sus efectos secundarios, particularmente el hielo. La nieve nunca fue un problema, ni el el frio. Pero cuando se vive en la cima de una pequeña colina, con una pendiente importante para acceder a ella, la presencia de hielo es una putada, y de las gordas. Los suecos no parecían tener problemas para subir con hielo pendientes imposibles, pero los estudiantes de intercambio, en el mejor de los casos, debíamos dar un largo rodeo por otra zona con menos pendiente, resbalando igualmente. Fue entonces cuando, hartos de meternos indecentes costalazos, "descubrimos" que en los supermercados vendían unas especies de plantillas de goma con remaches metálicos, a modo de clavos, que se ajustaban en los zapatos cubriendo la suela, y permitían que no nos deslizáramos y andáramos con una cierta normalidad. Así que íbamos todos tan ufanos y satisfechos de nosotros mismos, por lo listos que éramos y lo bien que habíamos solucionado el problema, hasta que nos dimos cuenta de que los suecos nos miraban y sonreían. Si veis un sueco sobrio que no os conozca sonriendo (lo digo desde el cariño y usando el estereotipo del sueco callado), dad por hecho que algo le resulta muy gracioso. Como tenía confianza con algunos, les pregunté y la respuesta que me dieron vino a ser: "Eso sólo lo utiliza la gente muy mayor... y algunos extranjeros". Normal que se rieran. Por supuesto, nada de lo anterior obsta para que jugáramos en los charcos helados que se formaban o que anduviéramos sobre un Sidjön, lago próximo a donde estábamos, completamente helado (y que corriéramos como alma que lleva el diablo al sentir un sospechoso "crack" de la capa de hielo en alguna ocasión).

Mi añorado Nacksta (Sundsvall). Puede no parecer muy empinado, pero con hielo, ir por la pequeña cuesta por la que va el caballero de la derecha, era un infierno
Claro que no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista. Las estaciones se suceden y el invierno da paso a la primavera (Como puede verse en la foto de abajo, primavera no significa siquiera que haya tenido que derretirse el hielo). Es entonces cuando surge un nuevo problema: el exceso de luz. Tras tantos meses acostumbrados ya a que el sol no nos afectara el sueño, comenzamos a sufrirlo cada mañana. La orientación de las habitaciones de los pisos donde nos alojábamos daba al este. Podríamos haber bajado las persianas para que no entrara la luz, pero... coño, si resulta que los suecos parecen desconocer la propia existencia del término. No usan persianas y las cortinas son, generalmente, finas como papel de fumar, y no siempre cubren todo el ventanal siquiera. Recuerdo haber leido, aunque ahora mismo no puedo encontrar la fuente, que la explicación tiene que ver con la moral protestante. En resumen, que si ocultas el interior de la casa de las miradas ajenas es que algo malo tienes que esconder. Aunque en origen esa explicación puede tener mayor virtualidad, hoy día ni se lo plantean. De hecho, tiene hasta ventajas, ya que por navidad todas las ventanas suecas suelen tener un Adventsljusstake (Corona de Adviento) con forma de pirámide coronada por velas (eléctricas), que dan un poco de alegría.

Sidjön (Sundsvall). Típicos suecos tomando el sol en primavera sobre un lago helado.

El ingenio de un estudiante que ve desvelado su sueño a partir de las tres de la madrugada, no tiene límite. Sé que lo más sencillo parece sustituir las cortinas por otras más gruesas, pero todos sabemos que, si hay soluciones que cuesten aún menos dinero, se recurrirá a ellas. No es por tacañería, es una cuestión de principios. Así que, si tenéis a mano unas cuantas bolsas de basura, cinta aislante y algunos cartones, podéis forrarlos convenientemente hasta conseguir el tamaño de la ventana. Luego sólo queda colocarlo cada noche en la ventana y ya está. Este sistema fue "refinado" más tarde usando tela de lona gruesa. He podido ver en algún blog que alguien ponía incluso en pequeño colchón frente a la ventana para tapar la luz. Si alguien conoce algún otro método original, loco o WTF, que lo ponga en los comentarios.

Salir de marcha hasta el amanecer, imagen romántica que se tiene de todo estudiante joven, en algún lugar elevado mientras el sol surge de una colina, era el pan nuestro de cada día. Si bien no hay mucho mérito cuando la noche va de las diez a las dos de la madrugada en el climax del estío. No estaba tan al norte como para disfrutar del sol de medianoche, pero sí lo suficiente (más al norte que San petersburgo) como para vivir las noches blancas. En esencia, el sol sí llega a ponerse, pero nunca llega a haber oscuridad completa, todo lo más un tono azul oscuro del cielo. Era impresionante. Pero, como dice la canción de Tomas Ledin, Sommaren är kort (el verano es corto). Por ello, hay que aprovecharlo.

Espero que os haya gustado. ¿Alguien tiene alguna experiencia que compartir?

3 comentarios

  1. Siempre me cuentas que lo has pasado genial! Me gustaría tener esta experiencia y desgraciadamente ya no llego :) No sé como llevaría con el tema de falta y exceso de luz pero bueno, la nieve siempre me encanta!!! Lo recomiendo a todo el mundo que es una experiencia inolvidable. :)

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  2. Yo estoy ahora en Sundsvall y vivo en Nacksta y lo de la gravilla es muy cierto, yo me he caido ya varias veces, los abuelos aqui seran expertos y salen ilesos porque sino no me lo explico. Pero es verdad que el sitio tiene mucho encanto :)

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    1. Y tanto. Luego se le echa mucho de menos. Sobre todo por la gente. Tendrás batallitas además para toda la vida (y si se os ocurrió destilar vuestro propio alcohol como a algunos les pasó, muchas más)

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