lunes, 26 de agosto de 2013

Alegato por la democracia: nadie desea vivir en una sociedad del terror (II) Las primaveras árabes y la claridad moral

En la primera parte de esta entrada me he centrado en una sociedad del miedo muy concreta, la antigua unión Soviética, y en las causas que explican su hundimiento, inesperado por parte incluso de los analistas internacionales más avezados. Aunque lo importante no es que finalmente cayera, sino que podría haber caido mucho antes de haber llevado a cabo las políticas de presión adecuadas, basadas en hacer depender cualquier tipo de ayuda o colaboración del respeto a los derechos humanos.

¿Y qué relación tiene todo esto con la primavera árabe? Durante años, se ha estado apoyando a regímenes que, si bien podían no ser tan cruentos como sus respectivas alternativas (No perdamos de vista el contexto de Guerra Fria anterior a 1991), distaban mucho de ser democráticos. Se consideraba la existencia de un dictador fuerte como la mejor opción para la estabilidad. Si, de algún modo, se hubiera hecho como con la Unión Soviética, haciendo depender la cooperación técnica y económica del cumplimiento de los derechos humanos y la implantación de reformas que construyeran una sociedad civil sólida y unas instituciones confiables y relativamente transparentes, a buen seguro nos encontraríamos con un escenario diferente. Como aprendió Sharanski de su gran mentor, Sajarov, "el mundo no puede depender de líderes que no dependen de su propio pueblo".

Isaac Rabin, Yaser Arafat y Bill Clinton durante la firma de los acuerdos de Oslo el 13 de septiembre de 1993 en Washington D.C. Quien más sonríe es quien menos iba a cumplir de los acuerdos. Fuente: Wikipedia
Yaser Arafat es una ejemplo de libro. Con la firma de los Acuerdos de Oslo en 1993, Cuando se transfiere a la OLP el control de la Franja de Gaza y Cisjordania (comenzando por Jericó) se piensa que, por un lado, será un aliado más confiable y moderado (renunciaba con este acuerdo a su objetivo de destruir Israel, al menos sobre el papel) y, por otro, que logrará terminar con el problema del terrorismo.

En realidad, no pasó ni lo uno ni lo otro. Cada fracaso (mala palabra, pues para fracasar en algo primero hay que intentarlo) en controlar el terrorismo era usado para defender la necesidad de fortalecer la posición de Arafat. El problema es que esto se hacía obviando el trato que daba a su pueblo, el desvio de fondos a sus cuentas privadas y el hecho que en ningún momento desmanteló la infraestructura terrorista en su territorio. La fuerza policial de 40.000 hombres con la que contaba estaba más orientada a controlar a su gente, que a darle seguridad. La población, especialmente los niños desde que entraban en el sistema educativo y a través de los medios de comunicación palestinos, ferreamente controlados, eran adoctrinados en el odio a Israel, siguiendo la lógica del enemigo externo que mencioné con anterioridad. Resumiendo, se le hacían progresivas concesiones "para no debilitarle", a pesar de los repetidos incumplimientos de todos los acuerdos que firmaba. Como también controlaba todo el sistema de ayudas, poco interés tenía en la creación de infraestructuras y zonas industriales en su territorio, pues una mejora de la economía y de la independencia económica de los ciudadanos, haría disminuir su control sobre ellos.

Egipto, Tunez o Argelia han sido otros casos bien conocidos de apoyo a regímenes autocráticos en aras de la estabilidad internacional. Como el caso anterior, al no exigirles el cumplimiento de ciertos estándares de derechos humanos y de reformas que consolidaran una verdadera democracia, el descontento creciente de la sociedad hacía que una parte derivara hacia el mismo islamismo que se pretendía evitar y a un mayor control de la propia población, con la consiguiente pérdida de recursos usados para reprimir incluso la oposición política más democrática. Los doblepensadores aumentaban a medida que la presión aumentaba y se creaba el caldo de cultivo para una revuelta en masa.

El cambio que supuso el 11-S en la mentalidad mundial, y en especial la estadounidense, llevó a cambiar el paradigma que había regido hasta entonces su política exterior. Cuando antes la promoción de los derechos humanos y la democracia se dejaban aparte, por considerarlo una intromisión en cuestiones internas y que no afectaba a la seguridad, se dieron cuenta que la existencia de sociedades democráticas era vital para una estabilidad real y duradera: "un país que no respeta los derechos de su propia gente, no respetará los derechos de sus vecinos tampoco". Lamentablemente, creo que dicha reacción llegó tarde y con problemas de ejecución, pero al menos llegó.

La penetración de las ya no tan nuevas tecnologías en los países del norte de África, permitieron a los doblepensadores darse cuenta de su número y fuerza. Poder difundir y denunciar a través de las redes sociales la represión de revueltas pacíficas y las exigencias de democracia y libertad, y sentir que el mundo les veía y compartía su lucha, es lo que hizo prender una llama que dura hasta hoy, aunque con ciertos problemas. Es imposible crear una sociedad con cultura democrática de la noche a la mañana, cuando nunca la ha habido. Unas prematuras elecciones han permitido que los movimientos islamistas en estos países hayan capitalizado, términos de réditos electorales, la desconfianza de buena parte de la población a algunos candidatos con posibilidades que veían como representantes aún de lo que pretendían dejar atrás. Mi opinión para estos casos, sería la creación de un gobierno transitorio de unidad nacional y un plan de reformas para fortalecer la sociedad civil y crear verdaderas estructuras democráticas en un plazo de varios años (menos de tres lo veo muy precipitado). A esto habría que añadir un serio escrutinio de la sociedad internacional, que obligara al cumplimiento de esta hoja de ruta.

Como sé que más de un defensor de las "democracias" del estilo cubano o venezolano posiblemente me opondrán los "horrores" de la democracia liberal, haciendo una descripción casi irreconocible de una realidad que, por fortuna, suele distar mucho de lo que ven, adelanto ya que no hay democracia perfecta, pero eso no es excusa para poner al mismo nivel sociedades del miedo con sociedades libres. Pongamos claridad moral. La diferencia entre una sociedad libre y una sociedad del miedo son las consecuencias. Sharansky pone el ejemplo de las diferentes consecuencias que habría para los ciudadanos si éstos expresaran sus ideas en la plaza pública. Mientras que la libertad de expresión es un derecho fundamental garantizado en cualquier sociedad democrática, en aquellas que no lo son, las consecuencias de ejercerlo van desde el simple hostigamiento hasta la eliminación física, pasando por toda suerte de situaciones intermedias, como pérdida de empleo, torturas, encarcelamiento y amenazas a su entorno.

En resumen, no existe ninguna razón histórica que condene a ningún pueblo a la tiranía, ni siquiera en Oriente Medio, sino más bien lo contrario. La democracia y la libertad de los ciudadanos es lo que aporta estabilidad a medio y largo plazo; nunca puede darse carta blanca a un "dictador amigo", sino presionar para crear las condiciones que permitan no depender de éstos. La claridad moral es esencial para no poner al mismo nivel a víctimas y verdugos. De verdad, les recomiendo encarecidamente la lectura del libro de Sharansky pues además arroja luz sobre el futuro de la democracia en Oriente Medio y sobre el funcionamiento de la política y la sociedad israelí, mucho más compleja y rico de lo que se suele pensar.

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