miércoles, 30 de diciembre de 2015

Lecturas irreverentes: la Tournée de Dios

La literatura debe ser irreverente, la apelación a la reverencia o respeto debido a lo que pueda ser considerado sagrado, no es excusa ni justificación para eludir toda crítica, pues esta actitud sólo conduce al miedo, la autocensura y el empobrecimiento cultural. ¿Qué sería la historia de la literatura y el pensamiento ilustrado sin la pluma mordaz de Voltaire o escatológica de Rabelais? La literatura "sería" está muy bien, pero como un ensayo bien contruido, por bien argumentado que esté, puede en ocasiones aburrir hasta a las piedras, el humor es la herramienta más poderosa de la irreverencia para poner al descubierto los absurdos cotidianos y plantearse qué hay de necesario y qué de contigente (en "Amanece que no es poco" lo tienen perfectamente claro)


En la línea de lo irreverente hacia lo divino, Enrique Jardiel Poncela alcanzó verdadero virtuosismo con "La Tournée de Dios". Escrito en los albores de la II República, el libro narra la llegada de Dios a la tierra de los años treinta. Dios se presenta primero ante el Papa para anunciarle la noticia (dejándole casi apoplético del susto). Al compartirlo con el mundo, la reacción es la normal en un caso similar: cachondeo puro y duro. Dios se ve obligado a aparecer una segunda vez (y chamuscar un par de tapices de los aposentos papales) y prometer un milagro: destruir y reconstruir la Torre inclinada de Pisa. Cumplir lo cumple, incluso salva a un niño que se colocó debajo de la torre que caía (la única pega es que para ello la hace caer del lado contrario, donde estaba congregado un abundante público). Sobre la reconstrucción, digamos que Superman y él tuvieron la misma idea.


Dios acude a la tierra como hombre, pero al plantearse los organizadores dónde alojarle, piensan que lo más correcto sería en la casa de Dios (dado lo que iba a suceder, Dios habría aceptado encantado una habitación en el Ritz), así que le ponen una cama en medio de la Catedral de San Isidro y éste duerme hasta las tres de la tarde del día siguiente. Bueno, en realidad a esa hora sale, la realidad es que pasa una noche malísima por las corrientes y la humedad, y terminó dentro de un confesionario arropado como pudo.

Adelantarles que la visita divina termina mal, a pesar de los esfuerzos del C.O.O.D.F.Y.A.D.A.S.H.  (Comité Oficial Organizador De Festejos Y Agasajos Dedicados Al Supremo Hacedor) con Dios abandonando Getafe en tren, no es hundirles la novela. La humanidad tiene una expectativas muy altas de respecto a Dios, y demasiadas ideas preconcebidas debido a lo que había hecho su hijo cuando visitó la tierra (el ser humano asume una fluida relación paterno-filial, pero la realidad es que ésta es más bien tirante, como confiesa al Nuncio Apostólico al decirle: "Pero yo nunca he estado de acuerdo con mi Hijo"). El discurso dado en la plaza de toros, de una honestidad brutal, acaba provocando el abandono masivo de sus seguidores, incapaces de escuchar a alguien que les recuerda que la mayor parte de las cosas que le piden, no dependen de nadie más que de ellos mismos.

El libro está repleto de diálogos ágiles y mordaces y situaciones desternillantes. El surrealismo más delirante campa a sus anchas, a lo que contribuye también la peculiar numeración no lineal de los capítulos y otros recursos estilísticos del autor. Les recomiendo encarecidamente que lo lean y, si no lo tienen aún, que lo incluyan entre sus propósitos para el nuevo año (pero de los que esperan cumplir, no como apuntarse al gimnasio, no comer en exceso en las fiestas o dejar de fumar).

2 comentarios

  1. Buenísimo. Tan divertido, que ha de leerse en la intimidad, para no correr el riesgo de que a una la tomen por loca. Jardiel, el mejor autor cómico de todos los tiempos. Jamás tuvo mala fe. Ingenioso como un quijote que sabe salir airoso de cualquier situación. He leído buena parte de su obra (78 comedias, aunque sólo estrenó 30). De sus 4 novelas, la más crítica y la más profunda es ésta. Sin duda. Para mí, fue un autor preterido. Eso sí, murió muy joven (50 años). Eso sí, envuelto en una bandera de España como mortaja. Como está mandado.

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    1. Creo que resulta difícil expresar mejor que como lo has hecho la altura literaria de Jardiel. Con un humor delirante logra encubrir una crítica muy meditada. Fue una verdadera lástima el modo que pasó sus últimos años, se merecía algo mejor.

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