lunes, 18 de enero de 2016

¿Es que nadie va a pensar en los niños? Cuentos a lo bruto

Los cuentos y las leyendas, los de verdad, no se parecen en nada a las versiones dulcificadas actuales, pensadas para no herir la sensibilidad de los más pequeños y que, conforme pasan los años, se vuelven más políticamente correctas, igualitarias y respetuosas para no ofender a nadie. Vamos, que pierden toda su gracia porque demasiada gente piensa que los niños son pequeños subnormales y los tratan como tales. Por otro lado, debo reconocer que leer versiones políticamente correctas de cuentos clásicos, como las de James Finn Garner, me han hecho reir como un poseso.

En cualquier caso, los relatos antiguos tenían una intención moralizante,quizás algo maniquea para mi gusto, pero la simplificación tiende a ser enemiga de los matices (y la matización excesiva, un discurso político que pretende contentar a todos). La lucha entre el bien y el mal; la virtud y el vicio; el egoismo frente a la bondad más pura o el temor de Dios, son temas universales. Sin embargo, su tratamiento por nuestros antepasados puede hacer que se nos ericen los pelos como escarpias y dejar a películas como la saga SAW a la altura de un trabajo de aficionados.

Veamos algunos ejemplos concretos:

- Caperucita Roja. Un lobo travestido que habla y una niña que no reconoce a su abuela (o la niña padece prosopagnosia o su abuela tiene después de todo un cierto parecido al lobo si sufre de hipertricosis) es lo más normal y suave de todo el cuento. En la época, no había ningún representante de PACMA para defender al pobre animal por ser lo que era (además de gerontófilo) y no se pudo evitar su fin, descalabrado después de que le llenasen el estómago de piedras tras rajarle para sacar a la abuelita. Al menos el cazador que le despelleja lo hace después de muerto.

- La Cenicienta. Un caso de maltrato familiar en toda regla y de ambición desmedida, que lleva a las hermanastras de Cenicienta a cortarse parte de los pies para que les entre el zapatito de cristal. Esa automutilación les sirve de poco y, además, cuando se presentan en la boda con la intención de congraciarse con Cenicienta, acaban perdiendo ambos ojos.Cuidado con las palomas.

- Blancanieves. La malvada reina que no quiere que haya otra mujer más hermosa que ella es mala como ella sola, pero cuando todo ha terminado y vencido el amor del príncipe encantador, acaba falleciendo. Que te calcen zapatos de hierro incandescente a la fuerza no puede ser sano.

- Los zapatos rojos. Este relato se los debemos a Hans Cristian Andersen y es una curiosa mezcla de puritanismo y gore. En esencia, Dios castiga a una niña porque le gustan mucho sus zapatos rojos nuevos y los lleva puestos a misa y, en fiesas, baila con ellos. Para poder librarse de ellos tiene que acabar pidiendo al verdugo de la ciudad que le corte los pies. Lo hace, los pies y los zapatos rojos siguen con lo suyo y ella recibe una piernas de palo y unas muletas. Eso sí, se ha dado cuenta que ha sido una niña mala y pide perdón y gracias al Señor a un tiempo por lo que le ha pasado. Enternecedor.

- Simbad el Marino. Las adaptaciones cinematográficas nos presentan su lado más pillo y alegre, pero el pobre las pasa verdaderamente putas y no tiene especiales reparos en matar. Durante su quinto viaje, se le sube al cuello un hombrecillo que no le suelta ni a sol ni a sombra y que orina y defeca sobre él. Esto puede explicar por qué después de emborracharle le machaque la cabeza con una piedra mientras duerme la mona. En otro de sus viajes, acaba en un reino donde tienen la costumbre de enterrar al cónyuge superviviente, ya sea el hombre o la mujer, con el difunto en una gruta y un poco de agua y comida. El pobre Simbad, que se había casado allí, tiene la desgracia de que su mujer muere. Encerrado en la gruta, sobrevive matando a hombres y mujeres que entierran posteriormente y apoderándose de su comida y bebida (y, listo él, de sus pertenencias). Lo curioso es que sigue haciéndolo incluso cuando encuentra el método de escapar. Mucho altruismo, no hay por su parte.

- Helmbrecht. Se trata de una leyenda alemana, recogida en "Leyendas alemanas" de Herman Hesse. Posiblemente menos conocida por el gran público, pero que es un claro ejemplo de la brutalidad que era norma en ciertos tiempos de la Edad Media. El pieza de Helmbrecht no se conforma con la vida que le espera como labriego y aspira a más. Lamentablemente, dirigir una panda de bandidos y vanagloriarte quebrar espaldas, triturar huesos, arrancar la piel de la cabeza y colgar de los tendones a los que se te opongan, no es camino para una larga vida. Caido en desgracia, le traspasan ambos ojos, es repudiado por sus padres (nada de hijo pródigo aquí) y, finalmente, es colgado por una pequeña turba a la que había robado, hecho daño o violado a algún ser querido. Casi nada.

¿Ven ahora los cuentos con otros ojos?

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