Espectáculo bochornoso, sainete, comedia de enredo o tragedia griega. La situación a la que se enfrenta el Partido Socialista no tiene precedentes en España y resulta más que complicado explicarla en el extranjero. Lo más alarmante del tema es que ni siquiera se trata, como tantas veces antes en países como Italia, de frágiles coaliciones en el gobierno que acaban saltando por disputas internas. Hablamos del principal partido de la oposición que, literalmente, se ha partido en dos bloques que no se reconocen mutuamente y no están dispuestos a dar ninguna concesión al otro.
Recreación de la última ejecutiva socialista reunida |
Romper puentes y perder apoyos ha sido una constante en Pedro Sánchez desde el mismo momento de su elección como secretario general. Sin embargo, las derrotas electorales son una cuestión secundaria que se le podría haber
perdonado y atribuido, en parte con razón, a la aparición de nuevos
partidos. Lo que realmente le ha perdido es la toma de decisiones sin encomendarse a Dios ni al Diablo, que ha herido a demasiada gente en el partido, y la tozudez en el NO a la formación de gobierno por parte del Partido Popular.
Que Podemos se atribuya haber tensado las costuras del PSOE, aunque suponga atribuirse más importancia de la que tiene, no acaba de estar desencaminado. A demasiados socialistas se les ponen los pelos como escarpias ante la perspectiva de pasar por una nueva sesión de investidura abocada al fracaso, liderada por un débil Partido Socialista con 85 escaños, con un apoyo (que a buen seguro no será gratuito) de Podemos y los nacionalistas. Además de inútil, el coste electoral en unas terceras elecciones sería inmenso.
La última esperanza de Sánchez es que la militancia le respalde... y eso únicamente para mantenerse como secretario general, porque está por ver el poder real que tendría sobre cargos orgánicos del partido en las federaciones socialistas rebeldes, que no son precisamente de segunda fila. Y no sólo eso, los actuales diputados electos críticos con Sánchez, podrían romper con la disciplina de voto del partido y darse la inédita situación de votar, el mismo grupo parlamentario, cada uno por su lado.En realidad, de durar mucho más esta fractura interna, puede producirse una escisión en toda regla, con ambas partes reclamando para sí las siglas históricas del PSOE.
Susana Díaz ha señalado con acierto que un partido no es sólo de los militantes (que son importantes, pero porcentualmente minoritarios en comparación con el número final de votantes), sino también del resto de electores que alguna vez depositaron su voto en favor del PSOE; electores que han ido retirando su apoyo elección tras elección, lo que no conviene desoir.
De momento, Sánchez y sus fieles aguantan atrincherados en Ferraz como los últimos de Filipinas,o más bien como Nerón y su guardia pretoriana tras incendiar Roma. Porque mientras los primeros mantenían una actitud heroica más allá del esctricto cumplimiento del deber, los segundos sucumbían por la soberbia y decisiones erróneas de un solo hombre.
Es preciso que el Partido Socialista resuelva cuanto antes sus diferencias y ponga los intereses de España por encima de los particulares. No es sólo la recuperación económica y la creación de empleo lo que peligra, sino la propia unidad de España. El desafío soberanista catalán tiene ahora fecha, septiembre de 2017, para la celebración "sí o sí" de un refendum de autodeterminación. Se requiere una respuesta conjunta, clara y contundente de todos los partidos nacionales que, a día de hoy, no parece cercana.
¿cómo continuará el sainete socialista? Hagan sus apuestas.
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