Aunque estemos ahora mismo en un
momento de relajación de la tensión del desafío independentista,
en parte gracias a ese inesperado balón de oxígeno que fue la
efímera declaración de independencia y el jarro de agua fría para
el independentismo, los acontecimientos se siguen sucediendo y el
lunes pueden comenzar a pasar cosas.
Ese es el último día que se dio de
plazo a Carles Puigdemont en el requerimiento del Gobierno para que
aclarase si había declarado la independencia o no. Un sí
precipitaría la aplicación del artículo 155, con el respaldo de
los partidos mayoritarios relevantes de ámbito nacional (IU es a
todos los efectos irrelevante y Podemos un trilero en el que no se
puede confiar); un no, supondría acabar de perder cualquier
credibilidad que le quedara ante sus socios independentistas y una
crisis difícil de cuantificar en un PDeCat donde los más críticos
con la deriva de la antigua Convergència sentirán que han hecho el
imbécil apoyando a una panda de locos que les llevaba al desastre;
para finalizar, una respuesta ambigua, incluso que sea reenviado el
discurso íntegro leido en el Parlament, no es descartable y el gobierno ya ha advertido que lo interpretará como un sí. Lo cierto a estas horas es que no parece haber nada decidido, lo que alarga la incertidumbre.
El intento de internacionalización del
conflicto sigue sin surtir los efectos deseados para el gobierno de
Puigdemont. Juncker ha sido tajante al declarar recientemente que no
apoya una independencia (y menos aún unilateral) de Cataluña, por
el peligro de contagio a otras regiones de Europa; desde la Lombardía
a Córcega, pasando por Escocia, raro es el estado europeo que no
cuenta con un potencial conflicto independentista. Parece que estos
nacionalismos locales y excluyentes no han tomado nota de lo que la
balcanización significa. Podemos dividirnos y separarnos ad
infinitum porque nos diferenciemos del vecino (o creamos que nos diferenciamos) por la lengua o
razones aún más peregrinas, como que lleve pantalones de pana y
nosotros chinos o se peinen con raya a la derecha a y nosotros a la
izquierda; quien quiere encontrar excusas para no actuar
racionalmente, lo hará.
En Cataluña como mucho se pueden tener
quejas de una peor financiación autonómica; y sólo en términos
relativos, ya que hay que tener una visión de conjunto para calibrar
lo que el hecho de estar en España les aporta. La actual fuga de
empresas debería darles una pista de estas ganancias, que pierden
por la incertidumbre y la inseguridad jurídica. Rara vez se gana
dividiendo, pero casi siempre si se suma. Ningún catalán va a vivir
mejor por el hecho de transformarse en país independiente. Los cálculos en que se apoyaban los "economistas" independentistas partían siempre del escenario irreal de que una Cataluña independiente se mantendría automáticamente en la UE, sin fuga de empresas al exterior e intercambios comerciales que apenas sufrirían cambios con el resto de España; justo lo contrario de lo que ya está pasando.
La situación de "opresión"
que el independentismo intenta vender en el exterior, no se sostiene.
Las cargas policiales del día del referendum, aunque dieron lugar a
fotos que ahora distribuyen hasta el hartazgo, ni fueron tan
globales, ni produjeron el número de heridos que se mantiene, ni
mucho menos son el pan nuestro de cada día. Cataluña ha contado y
cuenta con una notable autonomía. Cualquier tipo de discriminación
hacia la lengua que pudiera existir, cesó hace más de 35 años. De
hecho, la situación se pervirtió en poco tiempo y dio un giro
radical. La educación, que fue dejada virtualmente sin supervisión
del estado durante este tiempo, derivó en un adoctrinamiento en una
historia de Cataluña ajena a la realidad histórica y dirigida a
provocar un sentimiento de rechazo y alienación hacia España y lo
español.
Intentar equiparar Kosovo, que con
bastante buen criterio sigue sin estar reconocido por España, a
Cataluña, para defender la idea de una separación terapéutica,
debida a una infracción grave de las normas internacionales o uso
ilegal de la fuerza, es sólo un despropósito más de la dialéctica
independentista. La legalidad constitucional y autonómica ha sido
violada por ellos, no por el estado, y los derechos pisoteados son
los de la mayoría de catalanes contrarios a la independencia y la
oposición política en el Parlament, que fue privada de voz y voto
en todo el Procés.
Seamos serios: es la realidad, estúpido.
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