domingo, 26 de noviembre de 2017

Un poco de seny

Desde el inicio del desafío soberanista, y especialmente desde los bizarros y surrealistas acontecimientos del mes de octubre, independencia interruptus incluida, que llevaron al Gobierno, con el apoyo de buena parte de la oposición, a activar por vez primera el artículo 155 de la Constitución, nada es normal.
 
Ricard Ustrell entrevistando a Carles Puigdemont el 26 de noviembre de 2017
Estamos ya en precampaña y los partidos soberanistas, al mismo tiempo que niegan legitimidad a la convocatoria de elecciones del 21 de diciembre, se han apresurado a presentar sus listas. Sin embargo, si alguna vez pretendieron dar una imagen de unidad, ésta no existe ahora. Finalmente han optado por ir por separado; unos, como Esquerra Republicana, porque saben que las encuestas les son muy favorables y no quieren dejarse arrastrar por partidos en declive; otros, como el caso del PDeCat, porque no les ha quedado más remedio, a pesar de intentarlo con todas sus fuerzas, conscientes del inmenso batacazo que les espera. En conjunto, las estimaciones de voto arrojan ya una igualdad entre los bloques soberanistas y constitucionalistas (ninguno de los dos con mayoría de escaños en el Parlament) y la llave la tendrán los Comunes de Ada Colau.

Con todo, lo inédito es la imagen de un ex-president de la Generalitat, prófugo de la justicia, presentar la lista de Junts per Cataluña (JxCat), el nuevo nombre del PDeCat, en Bruselas. Y hacerlo además, con un discurso chulesco y alejado de la realidad, permitiéndose incluso "regañar" a la Unión Europea por ser "insensible al atropello de los derechos humanos y democráticos de una parte del territorio" y calificarla de "club de países decadentes y obsolescentes". Incluso llega a "amenazar" con que quizá los catalanes deban votar su permanencia o no en la Unión. Qué miedito. Me disculparán si lo pongo en otros términos más castizos pero malsonantes: A Carles le ha entrado la pataleta de un niño consentido al que no hacen ni puto caso. No es nueva esta actitud pendenciera de Puigdemont, quien en el acto con sus 200 alcaldes que vinieron en vuelo charter (pagado a saber con cargo qué fondos) y trajeron hasta sus varas de mando, que elevaban hacia los cielos con regocijo y extasiados ante su mesías, se atrevía a  reprender a Juncker y Trajani por considerar el desafío soberanista un asunto interno del estado español.

El no reconocimiento de la DUI en Cataluña por ningún país ni figuras políticas de renombre debería servir de advertencia a los independentistas de que igual algo falla. Una sana autocrítica y un mínimo estudio de la historia de la construcción europea lleva ya dos conclusiones: nada queda más lejos de los valores UE que los nacionalismos. Éstos fueron los principales responsables de las dos grandes guerras que asolaron Europa en la primera mitad del siglo XX y la antigua CEE era la solución para superar las divisiones existentes y avanzar, etapa por etapa, hacia una mayor integración y una nueva etapa de estabilidad, paz y prosperidad compartida. Aunque es cierto que el movimiento euroescéptico crecerá en Cataluña a resultas de la falta de apoyo recibida, prevista en realidad por todos, pero negada reiteradamente por independentistas hasta que llegó el momento de ponerla a prueba en la realidad, lo cierto es que la mayoría de catalanes seguiría optando por quedarse en la UE a pesar de las bravuconadas de Puigdemont.

Como segunda conclusión: es hora de darse cuenta del lamentable espectáculo que presentan ante el mundo. En la medida que nadie se cree, porque la realidad es tozuda y se empeña en no plegarse a sus designios, el relato de un estado español opresor, violento y violador de derechos humanos, perseverar en esa mentira sólo servirá para tardar más en volver al sentido común y comenzar a cerrar heridas. Realizar acusaciones temerarias e injustificadas, sobre un hipotético uso de la "violencia extrema por parte del estado español" en caso de seguir adelante con la DUI (en lugar de huir en coche amparado por la oscuridad a Marsella), suena más a paranoia que a realidad. Por otro lado, plantearse si el estado español aceptará el resultado de las urnas si no le gusta, es en realidad desconocer lo que es la democracia. Lo único que se pide desde el estado es respetar la legalidad, es decir, no cambiar las reglas de juego a mitad de partido, durante y después, como hicieron los independentistas con su reforma del reglamento del Parlament en septiembre, por poner un ejemplo. O como pretender que seguían un mandato demócratico, si por tal entienden llegar al 40% escaso de partidarios de la independencia.  

Un poco de seny, señores

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