Del análisis de mis lecturas iniciado en el anterior post, se desprende que el segundo
gran género que ocupan mis lecturas es el de la fantasía. Terry
Pratchett, fallecido demasiado
prematuramente, ocupa un lugar destacado por las novelas de la
saga del Mundodisco, donde
el humor irreverente e inteligente, combinado con un desfile
constante de personajes únicos y
entrañables, nos muestra un trasunto de nuestra propia sociedad. Por
mucho que puedan ustedes no ser lectores de fantasía, caerán
rendidos a los pies de las brujas de Lancre y la cabezología de Yaya
Ceravieja (Comiencen con Ritos iguales
y Brujerías. Pero si
prefieren ir directos a Mascarada,
disfrutarán además del mundo de la ópera y de su peculiar
fantasma). Lo bueno de los libros de Pratchett es que, a pesar de ser
muchos y transcurrir dentro de un universo coherente, se pueden leer
de modo independiente y sin
seguir un orden estricto.
Siento también fascinación por las historias donde el terror es
algo sutil, algo que se intuye más que se muestra abiertamente.
William H. Hodgson (Los botes del "Glen Carrig";
Un horror tropical y otros relatos) es uno de esos autores que
saben mantenerte en vilo, pegado al libro, dando retazos de
información que aportan tantas respuestas como interrogantes.
También un verdadero maestro a la hora de mantener al lector en
tensión, es Henry James. Cuatro fantasmas reune cuatro
historias donde el componente sobrenatural encubre en ocasiones
dramas familiares y críticas a la sciedad de la época. Si han leido
Otra vuelta de tuerca, disfrutarán de estos relatos.
Siempre he pensado que una buena narración no tiene por qué ser
especialmente académica ni darse demasiadas ínfulas. Si bien soy
partidario de saber dominar el lenguaje e incluso realizar
experimentos con él, me siento también muy cómodo con historias
dinámicas y no especialmente complicadas que pretenden sólo
entretener. Quizá por ello siento admiración por Jack London
y su capacidad de transmitir la intensidad de una vida en el lado
salvaje y el espíritu de frontera norteamericano. Siete cuentos
de la patrulla pesquera y otros relatos es una obrita corta que
reune precisamente estas cualidades de vitalismo y sencillez, en que
el desenlace no es necesariamente el esperado.
Los mares del sur parecen tener una especial atracción para los
aventureros y las almas bohemias y atormentadas. La historia que nos
presenta William Somerset Maugham en Soberbia va más
allá de la historia de un hombre con una vida convencional que lo
deja todo, incluyendo el abandono de su mujer en una precaria
situación económica, para dedicarse a su pasión, la pintura, sin
importar lo que piensen los demás. Es una historia en que la
autodestrucción va de la mano de del descubrimiento y de alcanzar
finalmente, no sólo el reconocimiento póstumo, sino la propia
satisfacción de saber que se ha llegado al objetivo buscado, por
alto que fuera el precio.
Historias sencillas y verdaderas fábulas sobre la búsqueda de la
unidad y la unión con el ser amado y Dios, encontramos en The
selected stories from Masnavi, del sabio místico sufí Mevlana.
A diferencia de los dislates cometidos por diferentes sectas del
Islam, como la wahabi y otras, empeñadas siempre en prohibir todo lo
que pueda sonar a diversión, Mevlana creía que se podía llegar a
Dios a través de la música, la poesía y el baile. De hecho, sus
seguidores fundaron la orden de los famosos derviches danzantes en
Konya (Turquía).
Joseph Conrad, por el hecho de ser un escritor extranjero en
lengua inglesa, con un particular bagaje cultural y vital, es capaz
de crear obras que ofrecen el contraste entre la mentalidad
Occidental y la del nacionalismo eslavo, más concretamente ruso, que
tan bien conocía. Bajo
la mirada de Occidente, describe con un notable dinamismo y
verosimilitud el característico ambiente de intrigas nacionalistas y
revolucionarias rusas de inicios del siglo XX. Pero no sólo eso,
Conrad ahonda además en las diferencias entre la mentalidad rusa y
la occidental; una tendencia a la introspección, al conflicto
interno y la huida de la racionalidad, que es sustituida por un
sentimentalismo apasionado extremo.
Herman Melville demuestra su calidad como cuentista con El
estafador y sus disfraces, donde encadena durante un viaje en
vapor por las aguas del Mississippi, como si de unos nuevos cuentos
de las mil y una noche se tratara, una pléyade de personajes que son
a su vez los trasuntos literarios de Emerson, Thoreau, Hawthorne e
incluse Edgar Allan Poe, y nos muestra las múltiples caras del
fraude a través de una sociedad americana en plena efervescencia.
Todo ello teñido de un fino toque de humor e ingenio.
El mismo humor despliega en Bartleby el escribiente y otros
cuentos, del que, y esto es una suposición personal sin ninguna base
histórica, podría haber sacado la base de su doctrina de
resistencia no violenta. El "preferiría no hacerlo" de
Bartleby, pasará a los anales de la historia como un modelo de
resistencia pasiva.
También les reconozco mi debilidad por la edad de oro de la novela
de detectives británica, aquella que transcurre en el periodo de
entreguerras. Disfruto con detectives "amateurs" con
personalidad, como el Lord Peter Wimsey, dandy, de educación
exquisita y gran atleta, de Dorothy L. Sayers en Veneno
Mortal y Roger Sheringham, novelista que resuelve crímenes en su
tiempo libre, que descubrimos en El misterio de Layton Court
de Anthony Berkeley. Que el asesino no es el mayordomo, ya se
lo imaginarán.
(Finaliza en parte 3)
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