jueves, 22 de febrero de 2018

La transmutación fisica del independentismo catalán

Acojonante. No encuentro otra palabra describir de modo objetivo el despropósito independentista catalán que no acaba de morir, sino que adopta nuevas formas, cada cual más surrealista que la anterior.

Las elecciones de diciembre del año pasado volvieron a constatar que no existe una verdadera mayoría independentista en Cataluña (y mucho menos que sea abrumadora), pero sí una sociedad profundamente fracturada en dos mitades a causa de la huida hacia adelante de una Convergència que, para no asumir el coste político de los recortes a los que obligó la crisis, e intentar evitar que ERC les comiera terreno, echaron mano del "España nos roba" y ondearon, como si hubieran nacido con ella, la bandera del independentismo.
El resultado ya lo conocemos, con sucesivos cambios de nombre y cada vez más debilitados, pues las sucesivas elecciones suponían una progresiva sangría de votos en favor de ERC, aunque ganaran, Convergència se hundía cada vez más en una vertiginosa espiral de sinsentidos y dependencia respecto de sus socios; y tener socios antinatura como la CUP cuando tu ideario político es más bien liberal, no puede conducir a nada bueno.

Artur Mas, el gran conductor de este proceso es una suerte de rey Midas, sólo que al reves; todo lo que este hombre toca se convierte en polvo y podredumbre. Su sucesor con pinta de Beatle despeinado sólo ha continuado con el camino marcado por su predecesor. Hoy, ni siquiera parece haber sucesor porque el independentismo está más dividido que nunca. 

Las mentiras y falsedades vertidas durante años en relación a lo que suponía una eventual independencia se toparon con la dura realidad, no sólo del estado de derecho español, que actuó con mesura y contundencia, sino con la reacción internacional de apoyo a la integridad territorial de España y la actuación de sus instituciones. Ninguna nación europea ni del resto del mundo abrió los brazos y reconoció a la "República catalana interruptus". Resulta que, después de todo, igual Cataluña no acababa de ser esa nación que el mundo deseaba ver libre del yugo del malvado estado español.

Bromas aparte, todo este sainete ha llevado a una verdadera parálisis institucional y política en Cataluña, que ya se resiente económicamente tras la salida de miles de empresas y de la congelación de la inversión de muchas de las que continuan; en el sector turístico los despidos han comenzado ya y miles de puestos más están amenazados. Los independentistas catalanes, acostumbrados todos estos años a posponer la gestión de lo público y las demandas reales de los ciudadanos, en pos del objetivo final de la independencia, que permitiría atar los perros con longanizas mientras todos montan a lomos de unicornios que cagan gemas, siguen olvidando cuales deben ser las prioridades reales de un gobierno.

Ahora acudimos a una transmutación de los principales actores del proces y de lo que defendían: lo que era vinculante e inamovible, producto de un "mandato popular abrumador", ha pasado a ser meramente simbólico, y sus defensores, se pliegan ante una constitución y unos tribunales cuyas decisiones se han pasado por el forro durante años.


Pero lo más espectacular es la elección de nueva residencia de los huidos de la acción de la justicia. Puigdemont, viviendo a todo trapo  en una Bélgica que le mira con una mezcla de estupor, desconcierto y franca desconfianza a partes iguales, y Anna Gabriel, refugiada en Ginebra, ciudad Suiza que todos conocemos por su lucha contra el capitalismo y por coincidir punto por punto con el programario de la CUP. Por mucho que esta última haya reaparecido con un cambio de apariencia y de discurso, que la acerca más a una pastoril Heidi rubia y de mofletes sonrosados que a la cara y tono de mala leche continua a que nos tenía acostumbrados, no nos engaña; es sólo cuestión de tiempo que los suizos tiren de internet y vean lo que les espera.

Lamentablemente, el independentismo no acaba de comprender las razones de su derrota y se niega a dar marcha atrás de forma clara. Gobernar desde Bruselas, no se puede, y no lo dice unicamente el gobierno, sino los propios socios de Puigdemont y el propio Fray Junqueras desde su retiro espiritual en Estremera. Las presidencias simbólicas con un gobierno efectivo y otro en una suerte de limbo, tampoco parece de recibo. Mientras se les ocurre alguna nueva tontería, evitan enfrentarse a la realidad y, cuanto más tarden, más lleno estará el cubo de mierda con el que les tocará lidiar.

Es duro, pero lo sensato es volver al statu quo anterior al inicio del proces por el señor Artur Mas, dedicarse a pensar en los ciudadanos y no hacer el gilipollas.




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