domingo, 12 de agosto de 2018

Melmoth, el errabundo: un estudio sobre la naturaleza humana

Charles Maturin (1782-1824) es unánimemente considerado como el último de los grandes de la novela gótica. Publica en 1820 Melmoth, el errabundo, obra que habría de darle fama y reconocimiento universal, incluso de autores posteriores como el propio H. P. Lovecraft, pero que fue considerada un verdadero escándalo por sus ataques al catolicismo y el papel protagonista de una suerte de Mefistófeles.


La novela sigue con rigor los tópicos del género, que se caracteriza por una atmósfera tenebrosa y claustrofóbica, manuscritos misteriosos, el peso de terribles secretos y antiguos pecados que persiguen a familias enteras durante generaciones y apariciones sobrenaturales. Dichos estereotipos fueron objeto de una deliciosa parodia por parte de Jane Austin en la abadía de Northanger, publicada tres años antes que Melmoth.

La narración es mucho más que la descripción de las desventuras de un inmortal, que vaga eternamente sobre la tierra para tentar a los hombres en momentos de gran necesidad. Es un excelente estudio de costumbres de la época y una reflexión continua sobre las pasiones humanas y la poca coherencia entre palabras y actos. A esto cabe añadir que Maturin fue un gran lector en su época y Melmoth se encuentra plagada de referencias literarias que así lo atestiguan.

La acción, a través de tremendos flashbacks, transcurre principalmente entre Irlanda, España, Alemania y, aunque no identificada con precisión, Goa. España ocupa un papel preponderante en la historia, lo que no debe sorprendernos dado su papel de potencia mundial, aunque en franco declive cuando aparece el libro, y de defensa de la fe católica. Se pinta un vívido cuadro de una España mojigata y rígida. La comparación con otros países no nos deja en muy buen lugar.

La Iglesia Católica no sale muy bien parada. Bajo una apariencia de bondad, las maquinaciones para lograr poder e influencia, a costa de la justicia, subyacen a toda la trama. La descripción de la vida monástica ahonda en las miserias de la Iglesia. Los monjes, en su vida retirada, son mezquinos y rencorosos; se habla mucho de Dios y su gloria, pero poco hay de cristiano en su comportamiento, cuya falta de solidaridad y humanidad es abrumadura; los ritos se cumplen maquinalmente, sin convencimiento real de sus corrompidos espíritus; no se duda siquiera en falsear milagros. Todo sirve en el nombre del Señor.

La leyenda negra de la Inquisición nos acompaña. Los "crímenes ante Dios" aparecen como infinitamente peores que el parricidio, la tortura y el asesinato. Aunque algunas de las críticas pueden resultar algo exageradas, verdaderamente describen cuestiones que se daban en la época: nepotismo, simonía (compra de cargos eclesiásticos) e influencia de las instituciones religiosas sobre el poder terrenal.

Hoy puede resultar extraño, pero durante siglos el acceso a la Biblia estaba limitado. El Concilio de Trento (1545-1563) solo autorizaba una única versión de la Biblia en latín, la Vulgata, frente a la reforma protestante, que impulsó su traducción a las lenguas vernáculas, permitiendo el acceso directo a los textos sagrados del vulgo.

No extraña el tono de sus críticas cuando su familia proviene de hugonotes huidos de Francia, ni tampoco resultan carentes de conocimiento de causa, toda vez que el propio Maturin es un clérigo de la Iglesia Anglicana. Su preocupación por la intolerancia religiosa se hace patente con su crítica a la lucha entre diferentes religiones por lograr la supremacía y el monopolio, enseñándose mutuamente el odio y la desconfianza hacia aquellos que no la compartan; crítica no centrada únicamente en el cristianismo y que se amplía al papel como ciudadano de segunda que se da a la mujer. Cierto es que su reflexión termina con una verdadera loa al cristianismo; solo en comparación con el barbarismo de las demás.

Dentro del mismo cristianismo, no puede dejar de apuntar el contrasentido que supone beber todos de la misma fuente, sin discutir los hechos básicos, pero diferir hasta el extremo en nimiedades que nos separan. La referencia apunta no solo a las grandes corrientes cristianas de la época: católicos, protestantes u ortodoxos, sino también a la competencia entre las diferentes órdenes monásticas por ser más piadosas que la competencia o por determinar cual es el lado correcto para atar el cordón de la túnica.

De modo tragicómico, pone en boca de una apenada y atribulada madre, palabras de absoluto horror que narra a su confesor por que su hija piensa que "la religión debería ser un sistema cuyo espíritu fuera el amor universal [...] Que debe haber algo que incline a quienes la profesan a hábitos de benevolencia, amabilidad y humildad, por encima de toda diferencia de credo y de forma". Una idea verdaderamente espantosa, ¿no creen?

Lo cierto es que la descripción de la vida monástica, un ambiente cerrado que se alimenta a sí mismo, puede ser extrapolada a la de cualquier organización o pequeña comunidad. La falta de estímulos externos produce una magnificación de las faltas y ofensas (que muy probablemente no consideraríamos como tales normalmente) y convierten la vida en un verdadero infierno. La ambición y el deseo siempre insatisfecho conduce a la creación de nuevos e ingeniosos métodos para hacer la vida del prójimo menos aceptable.

Entre tantas escenas de, en ocasiones, forzado patetismo e impiedad, siempre hay espacio para algún contrapunto cómico en momentos de climax, como la descripción de un anciano monje rogando con fervorosa devoción (esta vez de verdad) por el fin de su dolor de muelas. Algo logra después de todo, ya que su dolor pasa de la mandíbula inferior a la superior. Tampoco el proverbial buen apetito de los clérigos pasa desapercibido, que se sienten más relajados y beatíficos tras entregarse a los placeres terrenales de la carne (mejor cordero o ternera) y los caldos de la tierra (sobre todo tintos).

También se hace notar la influencia del contractualismo en la obra, con su clásica dicotomía entre el campo y la ciudad; el buen salvaje y la sociedad que nos corrompe. La vida en un ámbito urbano, no representa la panacea. El hacinamiento y la falta de salubridad son el caldo de cultivo perfecto para incendios, epidemias y otras catástrofes. La protección que la ciudad puede ofrecer, queda eclipsada por una desigualdad social más acusada y males más refinados.

Una obra decididamente completa e indispensable que les dará que pensar. Disfruten de su lectura. 

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