miércoles, 13 de mayo de 2020

No esperamos volver vivos: testimonios japoneses para la reflexión

Hay pocas cosas más tristes que una guerra, pero existen. Leer cartas y extractos de diarios de jóvenes soldados y oficiales fallecidos en combate, desaparecidos o ejecutados siendo apenas unos muchachos me llena de tristeza. Este es el contenido de No esperamos volver vivos. Testimonios de kamikazes y otros soldados japoneses, selección y edición de Diego Blasco Cruces, quien tomó como base dos compilaciones de cartas y diarios de combatientes japoneses realizadas en 1947 y 1949 por estudiantes de la Universidad de Tokio, posteriormente ampliadas y enriquecidas: Harukanaru sanga ni (En los lejanos montes y rios) y Kike wadatsume no koe (escuchad las voces que llegan del océano).


Los textos seleccionados fueron escritos en su totalidad por estudiantes universitarios movilizados forzosamente a partir de 1937, tras concluir la carrera, e incluso sin concluirla, a partir de finales de 1943, cuando las cuantiosas pérdidas humanas del ejército japonés en la Guerra del Pacífico forzó al general y primer ministro japonés, Hideki Tojo, a terminar con las exenciones temporales al alistamiento de los universitarios, salvo escasas excepciones de aquellos matriculados en carreras técnicas y científicas. Si bien sólo un escaso 0,3% de la población de la época llegaba a la universidad, fue un verdadero escándalo nacional y minó mucho la confianza en el militarista gobierno de la época.

Resulta paradójico e hipócrita este clamar al cielo por la movilización de estudiantes universitarios, cuando buena parte de la sociedad japonesa hasta ese momento había criticado la exención de alistarse de los estudiantes universitarios, sometiéndoles a una enorme presión que hizo que un número nada despreciable se presentara voluntario, pese a no desear en absoluto formar parte de esa carnicería.

El contenido está ordenado de modo cronológico, partiendo de la segunda guerra sino-japonesa desde 1937, hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, con la captura y juicio por crímenes contra la humanidad de unidades militares japonesas tanto en China como en otros países ocupados.

Formar parte de una suerte de élite intelectual del país, convierte sus escritos en valiosos testimonios de lo que una parte de los japoneses hubieran deseado decir en alto: críticas al militarismo imperante, la disciplina castrense, el mal trato dado a chinos, coreanos y prisioneros de guerra occidentales; el deseo de poner fin a la guerra y volver a una situación de cooperación con el resto del mundo. Muchos de estos jóvenes cuyas vidas se vieron prematuramente sesgadas, muestran una sensibilidad netamente japonesa junto con un profundo conocimiento de las ideas filosóficas occidentales y admiración del liberalismo, por su defensa de la libertad del individuo sobre la masa.

Un libro desgarrador, pero necesario, para el que me limitaré a hacer un breve resumen histórico que permita a quien esté interesado en su lectura apreciar mejor el paso de una nación aislada unilateralmente durante 251 años, con un bajo desarrollo de la tecnología y la ciencia por la falta de intercambios culturales, lo que supuso su inicial debilidad frente a las grandes potencias decimonónicas, a una nación imbuida de un nacionalismo bélicoso agresivo.

Japón se abrió (forzosamente) al mundo en 1854, tras el segundo viaje del comodory Matthew Perry, que culmina con la firma del Tratado de Kanagawa, con el que se abren los puertos japoneses al comercio con Estados Unidos, a la vez que se establece una representación diplomática permanente y se concede el beneficio de la extraterritorialidad a los ciudadanos extranjeros occidentales. En los años siguientes, la mayoría de potencias occidentales de la época firmarían sucesivos tratados desiguales con Japón. España, lamentablemente, no aprovechó a tiempo ni desarrolló la oportunidad que se le ofrecía, sobre todo teniendo en cuenta la relativa cercanía de las Islas Filipinas.

Mutsuhito, el emperador Meiji, con ropas tradicionales en 1872 y uniforme militar un año más tarde
En la mentalidad japonesa, y no sin razón, esta época fue vista como deprimente y oscura, pero el fin del shogunato Tokugawa, con la restauración del poder en el emperador Meiji en 1868, abrió un periodo de ilustración y modernidad sin parangón en la historia de la humanidad. Convencidos de la necesidad de ponerse al nivel de las potencias occidentales, evitando convertirse en una suerte de colonia como China, el nuevo gobierno Meiji adoptó una política proactiva de búsqueda de talento extranjero que pudiese formar a la nueva élite intelectual del país, así como el envío de multitud de oficiales, estudiantes y profesores al extranjero, para aprender y conocer de primera mano sus formas de gobierno, organización y últimos adelantos científicos.

Se reorganiza el gobierno y se mira a los gobiernos británico y alemán a la hora de configurar la nueva jerarquía estatal. El ejército es remodelado bajo los parámetros del ejército prusiano, sobre todo, aunque también se reciben instructores franceses, ingleses y norteamericanos, y dotado de armamento moderno. La rápida introducción del ferrocarril refuerza el comercio y vertebra un país de naturaleza mayoritariamente montañosa, salvo las grandes llanuras de kanto, donde se ubica Tokio, y Kansai, con Osaka como segunda gran ciudad del país.


Numerosos testimonios de diplomáticos y viajeros occidentales a Japón dan fe de esta radical transformación en pocos años. Por nombrar unos pocos, fácilmente accesibles en ediciones españolas, contamos como:
- Japón en Otoño, de Pierre Loti (1889). Este autor francés recoge las impresiones del viaje realizado a Japón en 1885, menos de veinte años después del fin del shogunato y la restauración de la autoridad imperial. Con momentos de absoluto lirismo, es fácil apreciar la transición del feudalismo a una acelerada revolución indusrial
- Viaje al Japón, de Rudyard Kipling (1920). Narra sus impresiones sobre el país tras su visita de 1889, en la que, con ciertas dosis de humor, trata sobre el tema de la burocracia japonesa, el orgullo por la constitución recién aprobada y describe el ejército japonés y el deseo de la nación japonesa de ser tratada en pie de igualdad con las naciones civilizadas, pese a que estas naciones no tenían ningún interés en ser tratadas de modo ordinario, toda vez que seguían rigiendo los tratados desiguales del final del shogunato.
- En el país de los dioses, de Lafcadio Hearn (1890-1904). Hearn tuvo una vida azarosa y sólo encontró reposo y paz de espíritu en Japón, país al que llegó en 1890 y que ya nunca abandonaría. Adquirió la nacionalidad japonesa,se convirtió al budismo y se casó con una mujer japonesa. Si bien nunca logró una integración plena con su país de acogida, sentía una profunda admiración por éste, y publicó doce volúmenes sobre Japón del que este libro es una selección.
- En la corte del Mikado, de Francisco de Reynoso (1904). Diplomático español destinado brevemente en Japón entre 1903-1904, nos presenta una deliciosa visión del país aderezada con estadísticas e información complementaria sobre su progreso económico, educacional, religión y otros.
- La vuelta al mundo de un novelista, de Vicente Blasco Ibáñez (1924). El más universal de los autores valencianos, afincado en los años veinte en la localidad francesa de Merton, donde fallecería en 1928, emprende en otoño de 1923 un viaje alrededor del mundo en el velero Franconia. Japón es parte de este viaje, arribando a Edo (actual tokio), pocos meses después del gran terremoto de la bahía de kanto que dejó destruida la ciudad y causó más de 100.000 muertos. Visitó también Kioto y Nara, e incluso fue recibido en la universidad de Tokio, donde dio una conferencia.

En suma, este esfuerzo resultó exitoso y, apenas tres décadas más tarde (del fin del shogunato), se encontraron en condiciones de vencer en la primera guerra sino-japonesa (1894-1895) y en la guerra ruso-japonesa (1904-1905). La guerra con China cambió las áreas de influencia en el este de Asia, pasando Corea a ser un estado vasallo de japón y tomando control de la isla de Taiwan. Sin embargo, es la guerra con Rusia la que considero como el verdadero punto de inflexión y germen del militarismo y ansias expansionistas que conducirán a su participación en la Segunda Guerra Mundial.

Asegurada su posición en Asia y habiendo encontrado su lugar entre las grandes potencias, Japón conoce un desarrollo con luces y sombras. Inicialmente, las zonas rurales han soportado con su trabajo buena parte del peso económico de la transformación y modernización del país, pero sin sentir sus efectos, que se concentran en las grandes áreas urbanas, con una rápida industrialización y la creación de inmensos conglomerados industriales conocidos como Zaibatsu, de los que hoy sobreviven algunos como Mitsubishi, Mitsui o Nissan.

Con todo, las mejoras acaban llegando a las zonas rurales, sobre todo la educación. Japón logra unos niveles de alfabetización absolutamente excepcionales para la época. El problema radica en la centralidad de su sistema educativo y el nacionalismo de su plan de estudios, adoctrinando y ensalzando la sumisión al emperador y la entrega al país por encima de todo; situación que se agudizó todavía más durante la convulsa y breve era Taisho (1912-1926).

Ello explica el surgimiento a principios del siglo XX de diversas sociedades patrióticas que defendían la expansión japonesa por Asia y de las que formaron parte masiva la población de las áreas rurales, mientras que en las áreas urbanas más desarrolladas y dinámicas culturalmente, su calado resultó mucho menor. En cualquier caso, a medida que pasaba el tiempo resultaba más difícil escuchar voces críticas con la escalada militarista. El ataque a traición sobre Pearl Harbour en diciembre de 1941, por exceso de confianza, supuso el principio del fin del Gran Japón.

La Guerra del Pacífico fue para Japón un verdadero desastre. Cometiendo un error de novato, quisieron abarcar demasiado, y esa avaricia les perdió. En apenas seis meses desde su entrada en la guerra, Japón sufrió serias derrotas en la Batalla del Mar del Coral y la Batalla de Midway, perdiendo ya la iniciativa a partir de entonces. Los submarinos estadounidenses entorpecieron en gran medida la cadena de suministro japonesa, de modo que un gran número de soldados fueron abandonados a su suerte, sin refuerzos, armas, medicinas ni víveres, en un sinfín de islas del Pacífico.

La situación no era mucho mejor en el corazón del territorio japonés, que sufría constantes incursiones aéreas del enemigo y se veía cada vez más reducido en su acceso a materias primas y material militar. Las unidades especiales de ataque creadas en 1944, no eran más que una respuesta desesperada al avance de las tropas aliadas, si bien rodeadas de un discurso formal de gloria y entrega máxima; gesto inútil e indeseado por la mayoría de los elegidos forzosamente, no tanto voluntarios, para formar parte de estos grupos suicidas.

Cúpula de la bomba atómica en el Parque de la Paz de Hiroshima. Impresiona verlo de cerca
El final del conflicto, tras el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki el 6 y 9 de agosto de 1945, es de sobras conocido. Japón fue ocupado y reducido al conjunto de sus islas principales. Bajo la tutela aliada, se restituyó la autoridad formal al emperador Showa, Hirohito, pero como figura utilitaria que ayudara a mantener el control del país y evitar resistencias; perdiendo, eso sí, su carácter divino. La constitución Meiji, promulgada el 11 de febrero de 1889, quedó suspendida tras la ocupación y fue sustituida en 1947 por la actual.

Confío en que se animen a leer el libro. Vale la pena.

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