Keiko Furukura tiene 36 años y trabaja por horas en un konbini. Esta es la base argumental sobre la que se articula la décima novela de la japonesa Sayaka Murata (1979), "La dependienta" ganadora del prestigioso premio Akutagawa en 2016 y que, tras una trama aparentemente simple, esconde una complejidad y profundidad que merece ser analizada, no faltando tampoco ciertos tintes autobiográficos en la misma.
![]() |
Portada de la edición española de "La dependienta" |
Nadie es una burbuja aislada, menos aún el escritor. Las experiencias personales y el ambiente en que se desenvuelve acaban siendo reflejados en sus novelas, lo que en caso de Sayaka Murata es bastante literal. Ella misma ha trabajado a tiempo parcial durante 18 años en un supermercado; incluso ahora que es una autora consagrada, trabaja a tiempo parcial en el comedor de su editorial tokiota, pues ella misma explica que se trata de una rutina que le permite seguir con su labor como escritora.
La protagonista de la novela sabe que es diferente desde que era niña; sus reacciones excesivamente racionales y con una aparente falta de empatía le conducen a ciertas fricciones con otros estudiantes y profesores, así como causa preocupación a su familia, pero aprende a pasar desapercibida. Sin ser experto en la materia, podríamos estar ante un caso de Asperger, y en la sociedad japonesa, ser diferente no es sencillo.
Casualmente, durante su etapa universitaria, comienza a trabajar en un konbini recién inaugurado, descubriendo que el trabajo le apasiona, sobre todo lo estructurado y organizado, siguiendo una directrices y esquemas claros de los que no hay que salirse. Así, pasan 18 años y ella es la única de las personas que inauguraron el local y, además de trabajar por horas en él cinco días a la semana, sigue soltera.
Aquí toca hacer varios incisos. El sistema laboral japonés puede resultar (y de hecho resulta) algo extraño para el occidental medio. Si una persona quiere tener un empleo estable, debe someterse al shukatsu (versión abreviada de shūshoku katsudō), que es el proceso de búsqueda de empleo que comienza el año antes de la graduación. Los estudiantes visitan las empresas de su interés y pasan rondas de entrevistas, asegurándose un empleo antes de graduarse. El problema es que este rígido sistema dificulta enormemente que luego un graduado superior pueda acceder a un empleo estable si no ha pasado por este filtro, con independencia de la titulación que ostente. Hay que entender que, tradicionalmente, la compañía que te emplea es al que da la formación desde cero, dando un valor relativamente bajo al título que tenga el nuevo empleado. Eso sí, las horas extras obligatorias y no remuneradas, da igual el tipo de trabajo que tengas, siguen siendo lamentablemente habituales en Japón.
![]() |
Una imagen familiar para cualquiera que haya estado en Japón: el interior de un konbini. Fuente: Fotos propias |
Esta situación está cambiando en los últimos años, debido a la baja natalidad y la competencia de compañías extranjeras, con procesos de selección más flexibles, que pueden hacerse con los mejores estudiantes dándoles condiciones laborales más favorables. Con todo, y aquí el sexo importa, la mujer japonesa, deja su empleo al casarse y se convierte en ama de casa en porcentajes notablemente superiores a los de otros países desarrollados. Esto se debe a un sistema que todavía defiende al hombre como principal proveedor de ingresos del hogar. Es verdad también que la baja natalidad ha hecho que más mujeres sigan trabajando, aunque sea a tiempo parcial, pero no ha sido el único cambio. Aunque Japón es un país donde si no se es japonés y no se habla con un nivel muy alto del idioma, es virtualmente imposible obtener empleo, la novela refleja una realidad que este mismo 2025 pude observar de primera mano: la presencia de personal extranjero (vietnamitas, filipinos, chinos y coreanos mayoritariamente, pero también de otros países) que trabajan en konbinis y otros establecimientos de hostelería.
Es sorprendente la cantidad de datos y variables que manejan los konbini, como máquinas bien engrasadas que no dejan nada a la suerte. Son la tabla de salvación en zonas urbanas de toda una legión de sarariman que acuden puntualmente y con demasiado cansancio en el cuerpo a largas jornadas de trabajo, además de ser para el turista lugares repletos de manjares maravillosos, bebidas exóticas (las dedicadas a quitarte la fatiga, la resaca y otros males, merecerían todo un artículo aparte) y hasta ropa interior.
Los arubaito (trabajos a tiempo parcial) en contraposición con el shigoto (trabajo indefinido o a tiempo completo) son muy comunes entre los estudiantes, pero realizarlos más allá de ese periodo, deriva en un verdadero estigma social y la imposibilidad de obtener mejores empleos en el futuro. Es por ello que los más de tres lustros de nuestra protagonista en el sector, unidos a que sigue soltera, cuando se espera que esté casada o en algún tipo de relación, con independencia de si es buena o mala, la convierten en un verdadero bicho raro desde la perspectiva japonesa. Sin embargo, como la propia autora, en el konbini encuentra la paz y el equilibrio que necesita para su vida, con independencia de lo que puedan pensar los demás.
Es una novela íntima y valiente, que defiende la posibilidad de elegir cómo se quiere vivir, sin que las convenciones sociales te arrastren por un camino que, en realidad, deseas evitar porque no te hace feliz.
¿Qué pensáis vosotros?