sábado, 9 de agosto de 2025

La dependienta de Sayaka Murata: una mirada al Japón más desconocido

Keiko Furukura tiene 36 años y trabaja por horas en un konbini. Esta es la base argumental sobre la que se articula la décima novela de la japonesa Sayaka Murata (1979), "La dependienta" ganadora del prestigioso premio Akutagawa en 2016 y que, tras una trama aparentemente simple, esconde una complejidad y profundidad que merece ser analizada, no faltando tampoco ciertos tintes autobiográficos en la misma.

Portada de la edición española de "La dependienta"

Nadie es una burbuja aislada, menos aún el escritor. Las experiencias personales y el ambiente en que se desenvuelve acaban siendo reflejados en sus novelas, lo que en caso de Sayaka Murata es bastante literal. Ella misma ha trabajado a tiempo parcial durante 18 años en un supermercado; incluso ahora que es una autora consagrada, trabaja a tiempo parcial en el comedor de su editorial tokiota, pues ella misma explica que se trata de una rutina que le permite seguir con su labor como escritora.

La protagonista de la novela sabe que es diferente desde que era niña; sus reacciones excesivamente racionales y con una aparente falta de empatía le conducen a ciertas fricciones con otros estudiantes y profesores, así como causa preocupación a su familia, pero aprende a pasar desapercibida. Sin ser experto en la materia, podríamos estar ante un caso de Asperger, y en la sociedad japonesa, ser diferente no es sencillo.

Casualmente, durante su etapa universitaria, comienza a trabajar en un konbini recién inaugurado, descubriendo que el trabajo le apasiona, sobre todo lo estructurado y organizado, siguiendo una directrices y esquemas claros de los que no hay que salirse. Así, pasan 18 años y ella es la única de las personas que inauguraron el local y, además de trabajar por horas en él cinco días a la semana, sigue soltera.

Aquí toca hacer varios incisos. El sistema laboral japonés puede resultar (y de hecho resulta) algo extraño para el occidental medio. Si una persona quiere tener un empleo estable, debe someterse al shukatsu (versión abreviada de shūshoku katsudō), que es el proceso de búsqueda de empleo que comienza el año antes de la graduación. Los estudiantes visitan las empresas de su interés y pasan rondas de entrevistas, asegurándose un empleo antes de graduarse. El problema es que este rígido sistema dificulta enormemente que luego un graduado superior pueda acceder a un empleo estable si no ha pasado por este filtro, con independencia de la titulación que ostente. Hay que entender que, tradicionalmente, la compañía que te emplea es al que da la formación desde cero, dando un valor relativamente bajo al título que tenga el nuevo empleado. Eso sí, las horas extras obligatorias y no remuneradas, da igual el tipo de trabajo que tengas, siguen siendo lamentablemente habituales en Japón.

Una imagen familiar para cualquiera que haya estado en Japón: el interior de un konbini. Fuente: Fotos propias

Esta situación está cambiando en los últimos años, debido a la baja natalidad y la competencia de compañías extranjeras, con procesos de selección más flexibles, que pueden hacerse con los mejores estudiantes dándoles condiciones laborales más favorables. Con todo, y aquí el sexo importa, la mujer japonesa, deja su empleo al casarse y se convierte en ama de casa en porcentajes notablemente superiores a los de otros países desarrollados. Esto se debe a un sistema que todavía defiende al hombre como principal proveedor de ingresos del hogar. Es verdad también que la baja natalidad ha hecho que más mujeres sigan trabajando, aunque sea a tiempo parcial, pero no ha sido el único cambio. Aunque Japón es un país donde si no se es japonés y no se habla con un nivel muy alto del idioma, es virtualmente imposible obtener empleo, la novela refleja una realidad que este mismo 2025 pude observar de primera mano: la presencia de personal extranjero (vietnamitas, filipinos, chinos y coreanos mayoritariamente, pero también de otros países) que trabajan en konbinis y otros establecimientos de hostelería.

Es sorprendente la cantidad de datos y variables que manejan los konbini, como máquinas bien engrasadas que no dejan nada a la suerte. Son la tabla de salvación en zonas urbanas de toda una legión de sarariman que acuden puntualmente y con demasiado cansancio en el cuerpo a largas jornadas de trabajo, además de ser para el turista lugares repletos de manjares maravillosos, bebidas exóticas (las dedicadas a quitarte la fatiga, la resaca y otros males, merecerían todo un artículo aparte) y hasta ropa interior.

Los arubaito (trabajos a tiempo parcial) en contraposición con el shigoto (trabajo indefinido o a tiempo completo) son muy comunes entre los estudiantes, pero realizarlos más allá de ese periodo, deriva en un verdadero estigma social y la imposibilidad de obtener mejores empleos en el futuro. Es por ello que los más de tres lustros de nuestra protagonista en el sector, unidos a que sigue soltera, cuando se espera que esté casada o en algún tipo de relación, con independencia de si es buena o mala, la convierten en un verdadero bicho raro desde la perspectiva japonesa. Sin embargo, como la propia autora, en el konbini encuentra la paz y el equilibrio que necesita para su vida, con independencia de lo que puedan pensar los demás.

Es una novela íntima y valiente, que defiende la posibilidad de elegir cómo se quiere vivir, sin que las convenciones sociales te arrastren por un camino que, en realidad, deseas evitar porque no te hace feliz. 

¿Qué pensáis vosotros? 

 

domingo, 8 de diciembre de 2024

La batalla de Galípoli: Un episodio épico de la 1ª Guerra Mundial

Pronto se cumplirán 110 años de la Batalla de Galípoli (Çanakkale Savaşı) uno de los episodios más épicos y emotivos de toda la 1ª Guerra Mundial, en que las bajas conjuntas de ambos bandos superaron ampliamente el medio millón, con más de cien mil muertos, pero que eventualmente sentaría las bases para la fundación de una nueva Turquía y, en el caso de los ANZAC, afianzaría la unidad política australiana, que existía como tal desde hacía poco más de una década, y la conciencia nacional neozelandesa.

Al inicio de la Gran Guerra, el debilitado Imperio Otomano tomó una pésima decisión y entró en guerra del lado alemán. Las potencias aliadas, demasiado condescendientes, desdeñaron las capacidades militares otomanas, lo que se demostró un error fatal. Ciertamente existían fallos, pero no dejaba de ser una fuerza numerosa y motivada en la defensa de su patria.

Churchill defendió desde el inicio la necesidad de controlar el estrecho de los Dardanelos para poder proveer de armamento al Imperio Ruso, que se encontraba rodeado de enemigos (Imperio Alemán, Austro-Húngaro y Otomano), así como para intentar atraer hacia la Entente a Bulgaria y Grecia, creando un nuevo frente. No se logró el objetivo y la Rusia zarista acabó cayendo por la revolución bolchevique, con funestas consecuencias.

Mustafa Kemal (cuarto por la izquierda) en los Dardanelos. Imagen de dominio público. Fuente: Australian War Memorial

Desde el inicio, la campaña fue un desastre porque los turcos, a quienes los aliados habían mirado desdeñosamente, estaban comandados por Otto Liman Von Sanders (1855-1929) y tenían entre sus filas al teniente coronel Mustafa Kemal (1881-1938). Ambos fueron capaces de prever los movimientos enemigos y preparar la defensa en consecuencia. De hecho, los primeros y torpes intentos de tomar los Dardanelos se vieron frustrados por la inteligente colocación de minas y redes submarinas. Igualmente, se reforzó el número de efectivos en tierra, con un elevado grado de movilidad.

Así, cuando el 25 de abril de 1915, los ANZAC (Australian and New Zealand Army corps), inician el desembarco y logran establecerse en la llamada Cala Anzac (Anzac koyu), apenas se moverían de allí en ochos meses, hasta su evacuación final en diciembre del mismo año. Ello no significa que no hubiera enfrentamientos, por el contrario, estos fueron tenaces y constantes por ambos bandos, con las pérdidas humanas que conllevó. Por ser, además, respetuosos con la verdad histórica, es preciso recordar que, junto con los ANZAC, desembarcaron cuerpos expedicionarios británicos, franceses, indios y senegaleses.

Cabe destacar la ofensiva otomana de 19 de mayo de 1915, que concluyó estrepitosamente para estos, con tal cantidad de bajas que llevaron a la única tregua oficial de la campaña para poder retirar los cuerpos que quedaron atrapados en tierra de nadie. En esta ofensiva caería el camillero australiano John Simpson Kirkpatrick (1892-1915), quien no llegando a estar ni un mes allí, se hizo increiblemente popular por sus rescates de compañeros heridos a lomos de burros y contribuyó a la creación del conocido como "espíritu Anzac" (Buen humor, compañerismo, coraje, cierta irreverencia ante la autoridad y desdén hacia las diferencias de clase; una suerte de idealización de la forma de ser australiana). 

Sello conmemorativo australiano del 50 aniversario de los ANZAC en 1965 con el reconocible burro de John Simpson Kirkpatrick

En la retirada de la Cala Anzac, en diciembre de 1915, hay que reconocer el ingenio aliado, al lograr encubrir la progresiva disminución de tropas mediante dispositivos de tiro automático y otras argucias, pero debiendo abandonar una abundante cantidad de armamento, del que rápidamente se apoderaron los otomanos, siempre escasos de material de artillería y municiones.

Con posterioridad, en 1934, se atribuyó a Atatürk una emotiva carta a las madres de los ANZAC:

"Esos héroes que derramaron su sangre y perdieron la vida... Ahora yacen en el suelo de un país amigo. Por tanto, descansen en paz. Para nosotros no hay diferencia entre los Johnnies y los Mehmets donde yacen uno al lado del otro aquí en este país nuestro... Vosotras, las madres que enviasteis vuestros hijos desde países lejanos, enjugad vuestras lágrimas; vuestros hijos yacen ahora en nuestro seno y están en paz. Después de haber perdido la vida en esta tierra, se han convertido también en nuestros hijos."

Si bien existen dudas razonables sobre si estas palabras en concreto fueron pronunciadas por Atatürk, lo cierto es que no estaría muy lejos de lo que pensaba, teniendo en cuenta que la esencia del anterior texto se encuentra recogida en otras declaraciones o escritos. Mustafa Kemal siempre mostró un exquisito respeto por el adversario, sobre todo cuando este había mostrado su valor, y ya había dado muestras en el pasado de esto. Así, tras la toma de Esmirna en septiembre de 1922, cuando se le ofrece pisotear la bandera griega (la turca había sido repetidamente pisoteada por los griegos, que ocuparon militarmente la ciudad desde 1919), dijo lo siguiente: "Las banderas son sagradas; Nadie tiene derecho a faltarles al respeto, incluso si es tu enemigo."

En 1930, Ataturk, elogió específicamente a los ANZAC en medios australianos, diciendo: “Cualesquiera que sean las opiniones que nosotros, las generaciones presentes o futuras de turcos, podamos tener con respecto a lo bueno o lo malo de la guerra mundial, lo haremos. Nunca sentiré menos respeto por los ANZAC y sus hazañas cuando lucharon contra nuestros ejércitos... Estaban más cerca de lograr lo aparentemente imposible de lo que nadie en el otro lado se da cuenta".

Ataturk, dijo al Daily Mail de Brisbane el día de Anzac de 1931 que los ANZAC fueron un digno enemigo: "Los turcos siempre pagaremos nuestro tributo en el suelo donde la mayoría de sus muertos duermen en las tierras baldías azotadas por el viento de Galípoli".

Igualmente, el día de Anzac de 1934, Ataturk escribió en el periódico australiano Star: “El desembarco en Galípoli en abril de 1915 y los combates que tuvieron lugar en la península nunca serán olvidados. Mostraron al mundo el heroísmo de todos aquellos que allí derramaron su sangre. Cuán desgarradoras fueron para sus naciones las pérdidas que causó esta lucha”.

Sello turco conmemorativo del 50 aniversario de la batalla de Galípoli, que muestra el memorial erigido en honor de los contendientes en Çanakkale

Hoy día, Çanakkale sigue siendo un memorial y recordatorio de la valentía y resistencia unos hombres, de ambos bandos, que hubieran preferido no enfrentarse y perecer en la flor de la juventud, y a los que se debe un reconocimiento por su sacrificio. También es un caso inédito en que a un comandante enemigo se le realiza un abierto reconocimiento, como en el caso del Memorial Kemal Atatürk en Canberra.


domingo, 10 de noviembre de 2024

Nathaniel Hawthorne: un cuentista de Nueva Inglaterra

Nathaniel Hawthorne (1804-1864), fue uno de los mayores cuentistas norteamericanos del siglo XIX, con relatos de temática gótica, trágicos y escalofriantes en ocasiones, pero siempre elegantes; el terror puede venir en palabras suaves, sugiriendo más que mostrando. No fue de menor calidad su obra larga, reflejada en cuatro novelas, entre ellas la celebérrima “La letra escarlata”, publicada en 1850. 

 

“La casa de los siete tejados”, publicada en 1851, parece a priori la típica novela gótica, con intrigantes males y espíritus diabólicos, pero esconde mucho más. La novela transcurre en su Salem natal, en plena Nueva Inglaterra, iniciándose cuando el coronel Pyncheon, tras unas disputas legales amañadas, logra hacerse con los terrenos de Mathew Maule, acusado de brujería, y edifica su casa familiar allí, falleciendo misteriosamente de lo que se atribuye a una maldición pronunciada por Maule mientras le ajustician: “Dios le dará sangre para beber”. Posteriormente, la acción se traslada al siglo XIX, en el mismo escenario, pero mucho más decrépito y decadente, con algunos de los descendientes del coronel, venidos a menos, como protagonistas. El final resulta sorprendente por su sencillez y completamente inesperado.

Nueva Inglaterra es una zona que parece haber sido proclive a la imaginación de los escritores, destacando H. P. Lovecraft, pero que tiene su razón de ser vista en su contexto histórico. Lo que hoy se conoce como Nueva Inglaterra, lo componen seis estados: Maine, Nuevo Hampshire, Vermont, Massachusetts, Rhode Island y Connecticut. Todos ellos comparten el mismo origen, haber sido colonizados por puritanos desde inicios del siglo XVII, lo que ha dotado de una identidad propia y compartida a la región, que mantiene una casi esquizofrénica convivencia entre el puritanismo y el liberalismo.

Esto tuvo sus consecuencias sociales, que la literatura reflejó. La rigidez de la moral puritana y un equivocado sentido de la dignidad, condujeron a muchas familias de rancio abolengo a languidecer y extinguirse, incapaces de adaptarse a los nuevos tiempos, que requerían de mayor flexibilidad y funcionalismo. Un sentido de clase que les llevaba a no juntarse, menos aún casarse, con personas que no fueran de su clase social, les dio la puntilla. Cierto es que el mismo clasismo lo plasman las novelas de Dickens, Wilkie Collins, Balzac o Zola (el hidalgo arruinado de “El lazarillo de Tormes” sería también un magnífico e ilustrativo ejemplo), pero no con un aire tan funesto de destino fatal inevitable.

domingo, 8 de septiembre de 2024

Nueva selección de libros para conocer la historia turca

Turquía es un país fascinante, rico en tradiciones, cultura e historia, que se expande desde el Imperio Otomano del siglo XIII hasta la actual República de Turquía, en la que la figura de Kemal Atatürk juega un papel clave; el hombre adecuado, en el momento adecuado; producto del contexto histórico y el tanzimat, periodo de reformas en el seno del Imperio Otomano llevadas a cabo entre 1839 y 1876, como respuesta a la situación de debilidad que vivían, y que supuso el inicio de la modernización política, económica y burocrática turca, así como la introducción de nuevas ideas.

Cada vez que visito Turquía, como amante de los libros que soy, amplío mi biblioteca personal de historia otomana y republicana. Por fortuna, cada vez se edita más en inglés, dado que mi turco es, por desgracia, lamentable. Este año no fue diferente y la lista incluye:


- “A short history of the Ottoman Empire”, de Erhan Afyoncu. Una historia compacta, pero completa, que condensa los principales acontecimientos de la larga vida de la historia otomana y cuya lectura no asusta, sino que se hace ligera y amena.


- “Ottoman sultans”, de Erhan Afyoncu. Libro breve pero colorido que nos habla de la vida privada de los sultanes (con un número sorprendente de ellos viviendo en cautiverio hasta que un número suficiente de sus predecesores han sido depuestos o asesinados) y las acciones que tomaron mientras reinaron.


- “Gallipoli 1915 through Turkish eyes”, de Haluk Oral. Gallipoli ocupa un lugar especial en la historia turca. Durante la Primera Guerra Mundial, el Imperio Otomano se puso del lado de los alemanes, lo que llevó a las fuerzas aliadas a atacarlos. Sin embargo, subestimaron las capacidades turcas para defender su territorio, y el intento fallido de apoderarse de Gallipoli (Çanakkale) en 1915 fue también el momento en que un joven y relativamente desconocido Mustafa Kemal se distinguió en el campo de batalla y emergió como líder. Este libro reúne múltiples documentos y testimonios de testigos del campo de batalla para ofrecer una visión multifocal única de los acontecimientos.

 

 - “Atatürk. An intellectual biography”, por M. Şükrü Hanioğlu. Mucho se ha dicho sobre el kemalismo como ideología, a veces desde puntos de vista realmente opuestos, dado que casi cualquier persona en Turquía, conservador o liberal radical, se considera kemalista hasta cierto punto. Sin embargo, los pensamientos reales de Atatürk sobre muchos asuntos parecían haber quedado en un segundo plano y el libro de Hanioğlu llena este vacío y nos ayuda a conocer mejor lo que estaba sucediendo dentro de la mente de Atatürk, además de brindarnos su contexto.

 


- “Turkish Folktales”, editado por Jake Jackson. Me gustan los cuentos populares, que considero importantes para comprender una cultura, ya que los mensajes y la moraleja de las historias dan una idea del sistema de valores de una sociedad. Este libro tiene una selección bastante buena, que incluye también algunas historias humorísticas de Nasreddin Hoca (que en realidad existió y vivió en el siglo XIII) que he leído anteriormente.

 


 


sábado, 7 de septiembre de 2024

La faceta más tierna de la obra de Yoko Ogawa

Yoko Ogawa (1962), es una autora por cuyas obras siento un especial cariño, ya sean oscuras o enternecedoras, pues su polivalencia en este sentido es destacable. “La niña que iba en hipopótamo a la escuela” (2006), pertenece a este segundo grupo, que la autora inició con “La fórmula preferida del profesor”.

 

Ambientada en los años setenta, nos cuenta casi por entero el año que la protagonista, Tomoko, de apenas 12 años, pasó viviendo con la peculiar familia de su tía. El título no engaña, pues incluye realmente un hipopótamo enano, Pochiko, en el que Mina, su prima, ligeramente menor que ella y de salud delicada, va todos los días a la escuela. El tío de Tomoko, sin envanecerse nunca, tiene una personalidad arrolladora, aunque sus largas desapariciones le resultan sospechosas; su tía es una pertinaz buscadora de erratas; la tía abuela Rosa, alemana llegada a Japón antes de la Segunda Guerra Mundial, es como un recuerdo de otro tiempo.

El año en que transcurre la historia, 1972, no deja de ser muy especial y trágico a nivel mundial. Los japoneses tienen relativamente fresco el recuerdo de la Exposición Universal de Osaka de 1970, que fue un verdadero éxito, con las colas formadas para admirar la roca lunar traída por el Apolo 11 en 1969, expuesta en el pabellón de Estados Unidos. Ahora, el país se ilusionaba por los juegos olímpicos que tendrían lugar en Munich ese año, y en que la selección masculina de Voleibol aspiraba a la medalla de oro, habida cuenta que había obtenido ya el bronce y la plata en los juegos precedentes. La salvaje acción terrorista de un grupo palestino, secuestrando a parte del equipo olímpico israelí, y la desastrosa operación de rescate alemana, deslucieron lo que debía haber sido un acontecimiento gozoso.

Capa a capa, se va revelando información sobre cada uno de los miembros de la familia, sus inquietudes y sus secretos. Tomoko hace viajes a la biblioteca local para pedir libros que, en realidad, lee su prima Mina, estableciéndose ambiguas conversaciones con el bibliotecario, quien recomienda como primera lectura “La casa de las bellas durmientes”, de Yasunari Kawabata. No es este el típico título que recomendaría a una preadolescente, pues la reflexión sobre el sexo y la muerte que contiene puede resultar perturbadora incluso a un lector adulto.

En conjunto, es una historia teñida de nostalgia; sensible, pero no sensiblera; costumbrista, pero aderezada de una atmósfera ligeramente mágica. Aunque el curso de la historia parezca predecible, Ogawa nos deleita con diversos giros que dan más interés a la trama.

¿Qué trabajo de Ogawa os ha gustado más?

martes, 20 de agosto de 2024

Las colaboraciones literarias de H. P. Lovecraft

H. P . Lovecraft (1890-1937), será siempre recordado por el ciclo de sus Mitos de Cthulhu, pero no estuvo solo en esta creación. Criado de un modo peculiar tras la temprana muerte de su padre, sobreprotegido por su madre y sus tías maternas y niño prodigio autodidacta con acceso a la amplía biblioteca de su abuelo materno, Whipple Van Buren Phillips, no parecía un hombre destinado a las grandes relaciones sociales, pero sí dejó tras de sí una extensa comunicación epistolar de casi 100.000 cartas con otros escritores y amigos, como Robert Bloch, Clark Ashton Smith, Robert E. Howard y August Derleth.  


Este último, junto con Donald Wandrei, fundarían la editorial Arkham House en 1939 para publicar todos los relatos de Lovecraft tras su muerte, consolidando su legado y evitando que sus historias cayeran en el olvido. Es más, el propio Derleth sería en buena medida el responsable de establecer el marco canónico de los relatos de Lovecraft y ampliarlos con los suyos propios y de otros autores del Círculo de Lovecraft.

En lo económico, conoció penurias casi toda su vida, sobre todo desde el fallecimiento de su abuelo materno, y no contrajo matrimonio hasta después de la muerte de su sobre protectora madre en 1921, que apenas duró dos años (1924-1926), con Sonia Green. Curiosamente, sólo se supo muchos años después del fallecimiento de Lovecraft que éste no había firmado los papeles finales del divorcio, con lo que el matrimonio de Green con el doctor Nathaniel Abraham Davies constituyó bigamia.

Los problemas económicos hicieron que Lovecraft realizará funciones de negro literario, con resultados y remuneraciones dispares. De hecho, sus tarifas de 1933 estaban incluso por debajo de la media y no era raro que la remuneración no se discutiera hasta el final, recibiendo cantidades más bien exiguas por su trabajo. Con todo, de dichas colaboraciones han salido relatos muy dignos en los cuales se nota la impronta del maestro, quien no atendía demasiado a lo desagradecidos que podían ser a la hora de pagar.

“Horror en el museo y otros relatos”
es una de las primeras recopilaciones de colaboraciones que leí, repitiéndose en la presente “Muerte con alas y otras colaboraciones”, algunos nombres, como Hazel Heald o Zealia Bishop. Las narraciones se ubican en los Estados Unidos, pero en zonas relativamente ignotas y normalmente llenas de nativos, con conocimientos de leyendas y saberes sin sin edad. Por supuesto, el recurso a la Atlántida, Lamuria u otras zonas fantásticas remotas no resulta extraño, ni las referencias a saberes y dioses abominables y blasfemos. Todo ello se alterna con una curiosa cualidad de los relatos de Lovecraft, ubicar ese horror en un contexto de una cierta normalidad, como si la mayoría de la gente no se viera afectada, a menos que preguntara demasiado.

Desconozco si esta recopilación en concreto habrá sido reeditada en castellano, ya que la mía es una edición de Caralt de 1981, aunque sospecho que no será difícil encontrarla de segunda mano.

¿Cuál es vuestro relato favorito de Lovecraft?

lunes, 20 de mayo de 2024

Reseña de "La barrera Santaroga" de Frank Herbert

Frank Herbert (1920-1986), universalmente conocido por su saga Dune, cuyo primer libro, publicado en 1965, por fin ha conocido una digna adaptación cinematográfica, de la mano de Denis Villeneuve, escribió otros igualmente interesantes e hijos de un tiempo muy concreto, como es el caso de "La barrera Santaroga" (1968).

Portada de la edición española de Acervo de 1978

Por establecer el contexto, dentro del marco de la Guerra Fría, los años sesenta en los Estados Unidos se vieron marcados por un fuerte rechazo a la guerra de Vietnam y el ascenso de movimientos contestatarios y contraculturales, que hacían un uso intensivo de diferentes sustancias que alteraban la percepción, con el LSD a la cabeza. La crisis de los misiles en Cuba de 1962 seguía muy fresca en la memoria de la gente, así como el temor a una devastación nuclear si las grandes potencias decidían atacarse mutuamente.

En realidad, el interés por las sustancias psicotrópicas, previo a su prohibición total precisamente por su uso recreativo por la contracultura estadounidense, resultó bastante más serio por parte de los estados y el mundo intelectual, pues, entre otras cosas, habría nuevos caminos en el tratamiento de enfermedades mentales. Destacables son las experiencias de Aldous Huxley (1894-1963) con la mescalina, LSD y psilocibina, entre 1953 y 1963, que recogería en dos obras cortas: "Las puertas de la percepción" (1954) y "Cielo e infierno" (1956).

En esta obra, el psicólogo Gilbert Dasein, es contratado para realizar una investigación en el valle de Santaroga, una zona donde cualquier negocio de fuera está abocado al fracaso, ya que la población local no compra en ellos. Varios psicólogos enviados previamente han muerto en diversos accidentes, pero la empresa que le envía tiene mayor confianza en sus posibilidades de éxito, ya que sabe que tuvo una relación afectiva con una local, Jenny Sorge. Si bien es cierto que sobrevivirá, casi desde el primer momento sufrirá accidentes (cuando no burdos intentos de asesinato), de los que se salvará casi de milagro.

Dasein observará rarezas en los santaroganos, que rápidamente atribuirá al consumo de alimentos expuestos al misterioso "Jaspers" y que parece cambiar la química interna del cuerpo de sus consumidores, pero que, por algún motivo, no puede ser exportada fuera del valle, ya que dura poco una vez afectado por el aire, el calor y la luz. El propio Dasein consumirá Jaspers, comprendiendo en parte a los santaroganos, pero al mismo tiempo luchando contra la sustancia. A nadie se le escapa que el Jaspers y la especia de Dune están inspirados en el mismo tipo de sustancias y que Herbert usó de inspiración en ambos casos, incluso en sus presuntos efectos de presciencia.

Herbert no se posiciona en la obra sobre qué parte tiene razón, si los santaroganos o el resto del mundo, aunque algunas simpatías por los primeros parecen claras. La crítica al mercado capitalista, que no acepta el hecho que sus productos no sean comprados, la oposición a la guerra y una defensa de una suerte de colectivismo individualista, resultan obvias. Con todo, se termina la novela de un modo ambiguo y abierto y un sentimiento de tensión contenida.

Me consta que el libro se encuentra descatalogado en español, pero encontrarlo en la edición de Acervo es relativamente sencillo. Ojalá el éxito de Dune en cine, además de la reedición de los libros de la saga escritos por Herbert, y las precuelas y secuelas escritas por su hijo Brian y el escritor de ciencia ficción Kevin J. Anderson, lleve al interés de las editoriales por volver a publicar el resto de su obra.

¿Qué otros libros poco conocidos de autores consagrados recomendáis?

domingo, 12 de mayo de 2024

Merienda de negros, el colonialismo en África visto por Evelyn Waugh

La historia del mundo contemporáneo no puede entenderse si se deja fuera el colonialismo, un fenómeno de expansión de las potencias occidentales que se dio en dos fases bien diferenciadas. Primero, del siglo XV al XVIII, portugueses y españoles, a los que se unieron británicos, franceses y holandeses, que dominaron por completo el continente americano y algunas remotas zonas de Asia y África. La segunda fase, incluye también a las colonias recientemente independizadas de América, especialmente Estados Unidos, y las naciones occidentales más desarrolladas durante la Revolución Industrial, que vuelven su mirada a África, virtualmente virgen e inexplorada en su mayor parte a principios del siglo XIX, y Asia, que salvo Corea y Japón, para la Primera Guerra Mundial quedaría virtualmente toda bajo control europeo.

 

Este contexto es importante porque el novelista Evelyn Waugh (1903-1966), nacería y se criaría en Gran Bretaña en el momento álgido del colonialismo de la primera mitad del siglo XX. Las posesiones británicas se extendían por toda África, Asia y Oceanía, con la India como verdadero tesoro de la Corona. Waugh, de hecho, visitaría África en 1930 y la tomaría de base para su "Merienda de negros" (Black mischief) de 1932.

Ubicada la acción en la inexistente nación africana independiente de Azania, se relata como Seth, el nuevo emperador de Azania, «tirano de los mares y licenciado en Oxford», ofrece a su antiguo condiscípulo Basil Seal (ocioso, poco disciplinado y buscador de emociones que le permitan escapar del camino trillado que le ofrecen por su familia y posición como miembro del parlamento) el cargo de «ministro de modernización» del país. Los choques entre la inercia de la tradición y la extensión de los tentáculos de la civilización, no se hacen esperar. Mientras que las clases altas azanias parecen abrazar los cambios, el resto de la población los recibe con una mayor tibieza, cuando no se los comen (y no hablo de gente); la tragicomedia, con momentos surrealistas dignos de "Amanece que no es poco", está servida.

El humor negro, por partida doble en este caso, tan habitual en las obras de Waugh, aparece aquí en todo su esplendor. Las naciones europeas quedan retratadas como más interesadas por las apariencias que por la realidad (la descripción de la abolición de la esclavitud en el país es un buen ejemplo, además de absolutamente desternillante); la nutrida colonia de expatriados, encabezado por un griego con escasos escrúpulos y un gran olfato para los negocios, forma un mundillo aparte que resulta casi incoherente con su entorno; los esfuerzos del joven "Ministro de modernización" se ven entorpecidos en buena medida por el propio Seth, cuya educación en Oxford y su comprensión de la civilización occidental fueron más bien superficiales también, cambiando constantemente de dirección ante cada nueva lectura que hace y malinterpreta.

En la edición revisada de 1962, el propio Waugh reflexionó sobre el momento en que fue escrita la novela y lo poco que nadie podía imaginarse el proceso descolonizador posterior que se aceleraría tras el fin de la 2ª Guerra Mundial. Razón no le faltaba, aunque tampoco debió sentirse especialmente sorprendido, ya que era conocedor de dos grandes títulos de la literatura de ensayo como "La decadencia de Occidente" (1918, revisada en 1923) de Osward Spengler e "Historia de la decadencia y caída del Imperio romano" (1776) de Edward Gibbon, que además inspiraron el título de su primera novela publicada, "Decadencia y caida" (1928), inspirada en sus años estudiantiles en Oxford y acerada crítica de las clases altas y sus tradiciones.

La elección del título para la edición española de Anagrama me parece sencillamente maravillosa, reflejando con precisión el desarrollo de la acción, en medio de una gran confusión y desorden. Confío que en años venideros se mantenga y no ceda ante el revisionismo de lo políticamente correcto, porque el humor no es ni debe ser correcto.

martes, 19 de marzo de 2024

Jerome K. Jerome: El arte de cuidar y gobernar a las mujeres

Jerome K. Jerome (1859-1927), fue un conocido escritor satírico británico, especialmente reconocido por su su obra, "Tres hombres en barca" (1889), que recoge un viaje parcialmente autobiográfico por el Támesis, siendo los personajes, salvo el perro, trasuntos de sus mejores amigos. Las localizaciones son tan reconocibles hoy como en el momento que se escribió, lo que explica la cantidad de reimpresiones habidas hasta la fecha. Su continuación, "Tres ingleses en Alemania", no alcanzaría el mismo éxito, pero merece la pena leerla pues algunos episodios, como el de las almohadas y los besos (Kissen y Küssen son cosas realmente diferentes), son especialmente hilarantes.

 

La infancia y juventud del autor podría hacer salido de cualquier obra dickensiana, ya que fue complicada y marcada por la pobreza, viéndose obligado a dejar la escuela y ejercer diferentes trabajos desde que queda huérfano a los 13 años. Sin embargo, salió adelante tras ejercer diferentes oficios que pasaron de la recogida de trozos de carbón caídos de los trenes para una compañía ferroviaria, a la enseñanza y un bufete de abogados. Tras unos tímidos pero prometedores comienzos literarios con "Pensamientos ociosos de un ocioso" (Idle Thoughts of an Idle Fellow) en 1886, el éxito de "Tres hombres en barca" le dio la estabilidad económica que siempre buscó y le permitió dedicarse por entero a la literatura. Durante la Gran Guerra, fue rechazado como voluntario por el ejército británico, pero acabó sirviendo para el francés como conductor de ambulancia, una experiencia que le marcaría.

Esta admirable edición en tapa dura de 1946 de Ediciones Lauro, dentro de su colección El club de la alegría, bajo el engañoso título "El arte de cuidar y gobernar a las mujeres", recoge en realidad "Second thoughts of an idle fellow" (1898), continuación directa de su primer libro de 1886. La estructura es similar, recogiendo cada capítulo deliciosos relatos que pueden ser leídos de modo independiente sobre la felicidad conyugal (ese gran oxímoron) y como mantenerla (especialmente destacables, los consejos sobre la luna de miel); las convenciones sociales; la (falta de) racionalidad del hombre y la mujer; el horror de la navidad y otros muchos temas tratados con ironía y verdadera flema británica.

Para haber sido escrito hace más de 125 años, sorprende lo poco que han cambiado las situaciones descritas, recubiertas ahora de una pátina mayor de tecnología, pero iguales en lo esencial.

viernes, 12 de enero de 2024

Una de fantasmas: Historias sobrenaturales de M. R. James

Soy una persona escéptica y poco dado a creer en espíritus, pero eso no es óbice para que adore las historias de fantasmas. Estamos en una época muy tecnificada y con inmensos avances en todos los campos del conocimiento, pero eso no significa que no nos sintamos atraídos por lo desconocido, lo (aparentemente) inexplicable y lo macabro. Exactamente la misma sensación tenían nuestros contemporáneos de la segunda mitad del XIX y principios del XX, que habían visto progresos agigantados tras las sucesivas revoluciones industriales, situación que paradójicamente llevó también a un aumento del interés por la parapsicología y el ocultismo por parte de personas formadas, como fuera el propio Arthur Conan Doyle, y una edad dorada del cuento de fantasmas.


Montague Rhodes James (1862-1936), erudito británico especializado en la Edad Media y las antigüedades, encontró tiempo para escribir y publicar entre 1894 y su fallecimiento una treintena de relatos de fantasmas en los que la influencia del irlandés Sheridan Le Fanu (1814-1873), no solo es reconocible sino reconocida por el autor, quien siente gran admiración por él y así lo manifestó en reiteradas ocasiones. A su vez, recibió elogios del propio Lovecraft, con quien compartía no pocas similitudes en la composición de sus historias.

Los relatos de James son muy realistas, con personajes de entornos que el autor conocía muy bien: profesores, bibliotecarios, anticuarios, estudiosos de la religión... y, a diferencia del género gótico o los cuentos victorianos de fantasmas clásicos, situados en el presente, dentro de una normalidad que, merced a la creación de una atmósfera adecuada nos va conduciendo a un final opresivo; arrojando pequeñas pistas que cobran sentido en el desenlace final. 

El realismo de las situaciones se acrecienta con la invención de textos en latín y referencias a libros que no existen, técnica que emplean con éxito escritores contemporáneos como Lovecraft con su Necronomicón o el texto de R'lyeh. Su faceta erudita ayuda a dar verosimilitud a estas referencias, de las que tampoco abusa. 

Los relatos incluidos en el volumen "Historias Sobrenaturales" (Mirach S.A., 1991) son básicamente los recogidos en sus primeras dos recopilaciones de relatos: "Historias de fantasmas de un anticuario" y "Más historias de fantasmas de un anticuario", editados ambos en España por Valdemar. Entre ellos, "El fresno" (ya no mirarás las ramas del árbol cercano a tu ventana del mismo modo), "El número 13" (conocerás un hotel menos en que alojarte) y "El maleficio de las runas" (donde se demuestra que, donde las dan, las toman; si lo leen, entenderán justo al final) me parecen especialmente destacables y no dejo de ver una huella de humor negro e incluso de justicia poética en ocasiones. 

¿Qué relatos de fantasmas me pueden sugerir?

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Maira Gall