Kobo Abe
(1924-1993). publica en 1962 la obra con la que obtendría
reconocimiento universal. La mujer de la arena,
un inquietante y
claustrófobico relato en que un entomológo aficionado, Jumpei,
llega a una aislada localidad de pescadores en busca de variedades
desconocidas de escarabajos. Las gentes del pueblo, desconfiadas y
hurañas, una vez se han
asegurado que nadie le reclamará, le engañan para pasar la noche en
la casa de una viuda, rodeada entre dunas de arena que amenazan con
sepultarla, y a la que sólo se puede acceder a través de una
escala. Poco tarda en darse cuenta el protagonista que se trataba de
una artimaña para retenerle y formar parte de una comunidad cuyo
único objetivo es frenar el avance de las dunas mediante el trabajo
manual de sacarla en cubos. Con el tiempo, el protagonista va
descubriendo al conversar con la joven viuda que no es el único
prisionero y que nadie había conseguido escapar antes, aunque lo han
intentado.
La
literatura japonesa puede resultar chocante al lector occidental
medio. Quizá ello sea producto de la particular historia de
aislamiento de Japón. Su posición insular no le impidió
beneficiarse de las influencias de la cultura china y coreana en
tiempos pasados, a la vez que mantenía su independencia y se
desarrollaba una refinada cultura local con personalidad propia. Sin
embargo, tras el periodo Sengoku de guerras civiles que
culminó con la unificación de Japón gracias a Oda Nobunaga,
Toyotomi Hideyoshi e Ieyasu tokugawa a finales del siglo XVI, se abre
una nueva era de profundo aislamiento que durará hasta el final
forzado del shogunato Tokugawa en la segunda mitad del siglo XIX.
Hideyoshi,
no sin razón, desconfiaba del cristianismo que se extendía por
Japón desde mediados del siglo XIX, concentrado principalmente en la
isla de Kyushu, de la mano de misioneros jesuitas (San Francisco
Javier arriba a costas japonesas en 1549); labor misionera aderezada
de intercambios comerciales, entre los que las modernas armas
occidentales, como los arcabuces, no eran las menos importantes. Esta
influencia política pesó más que las consideraciones religiosas,
dado que los japoneses se han caracterizado siempre por una inmensa
capacidad de sincretismo religioso.
La sociedad
y cultura resultante de este periodo sin influencias exteriores, pero
de más de 200 años de paz ininterrumpida, lejos de degenerar, dio
lugar a una actividad cultural fascinante. La manera de relatar,
considero que tiene mucho que ver con este contexto histórico. Con
la Restauración Meiji en 1868, surgirán nuevos movimientos
literarios inspirados en las nuevas corrientes occidentales,
especialmente del naturalismo, pero también de otros géneros, como
el detectivesco. Ello no fue óbice para la conservación de una
literatura netamente japonesa; el sincretismo japonés se extiende
mucho más allá del aspecto religioso.
En
la novela aparecen referencias veladas a factores esenciales de la
mentalidad japonesa, como es la primacía de lo colectivo sobre lo
individual. El objetivo de detener el avance de las dunas mediante un
trabajo arduo y sin cuartel, es proteger a los pueblos vecinos del
destino casi inevitable que ya atenaza aquel al que llega Jumpei.
Como no se trata de una vida fácil ni con muchas oportunidades, las
personas que quedan en el pueblo son las que no han podido mudarse a
otras localidades y los incautos quede vez en cuando aparecen por el
pueblo. En todo caso, el
individuo no cuenta, sólo el grupo. La
oposición a la voluntad colectiva conduce, en el mejor de los casos,
al ostracismo.
Como
complemento de lo anterior, podemos
apreciar también la dicotomía entre el medio rural y el urbano y
el éxodo constante del campo a la ciudad. No es algo en lo que se
diferencia del resto de economías industrializadas del mundo, pero
vale la pena reseñar que compartió los mismos problemas de
despoblación del mundo rural y de expansión acelerada de las areas
urbanas, acrecentados por la particular orografía montañosa del
país, que reducía las areas de cultivo y habitables a menos de un
tercio del territorio. Sólo una adecuada planificación y un
espíritu férreo y disciplinado como el japonés podría haberlo
logrado con éxito sin destruir sus escasos recursos naturales, si
bien eso no elimina la natural alienación de la población rural
recién llegada a la ciudad, con sus frios bloques de apartamentos de
hormigón y cemento y el asfalto que cubre las calles, como venas de
un gigantesco organismo.
El
sexo hace su aparición sin tapujos entre
los dos personajes atrapados en un mundo delirante y
condenados a luchar perpetuamente contra la arena;
una sensualidad tórrida y brutal en un ambiente viciado y
asfixiante. Cuerpos sudorosos perpetuamente cubiertos de arena y una
fijación por zonas que en occidente ni se mencionarían, salvo como
fetichismos. Ciertamente hablamos de sexo en una situación que dista
mucho de ser normal, con un considerable estrés y desesperanza, pero
no deja de ser un tratamiento relativamente común en la literatura
japonesa. Kawabata o Mishima
son también expertos en retratar esta voluptuosidad cargada de
lascivia.
Existe una versión cinematográfica de 1964, en la que el propio Abe trabajó de guionista, a cargo del cineasta Hiroshi Teshigahara; galardonada en Cannes y nominada a mejor película extranjera el mismo año.
La
novela tiene poco de previsible, a la vista de un final sorprendente
que no les desvelaré. Disfruten de la lectura.
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