La
ciencia ficción literaria tiene mucho más de realidad que muchos
libros denominados de no-ficción. Por variados que sean los temas,
muchos de estos trabajos son una mera traslación del mundo real; sus
debilidades y fortalezas. En todo caso, siempre sirve para hacernos
reflexionar sobre cuestiones a las que no solemos prestar atención y
relegamos a un lado.
De
la colaboración conjunta de dos grandes del género, como son Isaac
Asimov y Robert Silverberg, surgió la novela Anochecer,
una obra original en su planteamiento, que se centra más en el fin
de la civilización por cuestiones meramente psicológicas, más que
como producto de una catástrofe física producida por meteoritos
gigantescos, la contaminación o guerras nucleares.
La
acción transcurre en un mundo similar al nuestro, pero no el mismo.
El nivel de desarrollo tecnológico sería el equivalente a finales
de los años 80 del pasado siglo. Este mundo goza de luz permanente
merced a la existencia de seis soles que aparecen en el cielo en
órbitas predecibles según la ley de la gravitación universal. Sin
embargo, esta ausencia de oscuridad será su punto débil, puesto que
impide ver las estrellas y otros cuerpos celestes. Las mentes de los
locales no se encuentran preparadas para la ausencia de luz, fenómeno
que consideran antinatural y, como comprueban experimentalmente,
puede causar la locura en la mayor parte de personas.
En
dicho mundo, una secta de fanáticos religiosos, los Apóstoles de la
Llama, predican ciclos de gracia de 2049 antes de un eventual castigo
de los dioses por nuestra falta de virtud y corrupción. Nadie les
hace caso, pero varios científicos realizan hallazgos inesperados
que respaldan sus afirmaciones, si bien buscan, y encuentran,
explicaciones más razonables. Ninguno de los dos grupos consigue
evitar la anunciada “ira de los dioses” y la locura universal que
causa, pero la acción de la novela se adentra más en los pormenores
de la reconstrucción posterior.
En
torno a este argumento, desfilan cuestiones interesantes: la
fragilidad de la civilización, la concepción de la historia, el
papel de la religión y la ciencia.
No
sólo el cine, la televisión y la literatura nos han mostrado
múltiples escenarios de ficción en que algún tipo de cataclismo
provoca el fin de la civilización tal como la conocemos; también la
propia historia real nos ha dado sobrados ejemplos de lo mismo. Sin
embargo, el fin de una civilización no resulta tan simple. Como
ocurrió con la caida del Imperio Romano de Occidente el 476 d.C. ni
el propio imperio caido ni aquellos que lo hicieron caer se dieron
realmente cuenta de ello. Los fines bruscos no son la norma, los
desgastes progresivos sí. Por ello, la cuestión de la estabilidad
de los sistemas políticos, que ya recoge Asimov en La Fundación,
es un tema tan apasionante en ciencia política. Quien consiga el
equilibrio perfecto entre dinamismo y estabilidad, merecería un
Nobel.
La
anarquía total no tiende a darse, puesto que suele haber varios
nuevos pretendientes a controlar el territorio del anterior imperio.
Lo que sí se produce es una mayor atomización y un menor
intercambio comercial y de población. Únicamente algún tipo de
unificación posterior mejora las condiciones de vida y disminuye las
barreras, produciendo un desarrollo notable, como el caso histórico
de las grandes unificaciones europeas de Alemania e Italia durante el
siglo XIX. Pero esta unidad lleva tiempo y no está exenta de
peligros, fricciones e involuciones, como muestra la triste realidad
de las naciones fallidas.
Lo
anterior nos lleva a preguntarnos: ¿Qué es la historia? Parece una
pregunta simple, pero es sin duda tremendamente difícil de
contestar. Nuestro juicio sobre lo que es el pasado o será el
futuro a la vista del momento presente y el devenir histórico pasado
ha sido muy bien descrito en libros como ¿Qué es la historia?
De Edward H. Carr e Historia del futuro de Pablo
Francescutti. Dos
ideas enfrentadas conviven: la de una historia cíclica y la de una
tendencia imparable hacia delante. Muy
posiblemente, no sea ni la una ni la otra. El auge, espendor y caida
de los imperios antiguos, poco tienen que ver con la realidad de los
Estados-Nación actuales. Las visiones más optimistas del futuro se
dan por definición en periodos de crecimiento, mientras que en
edades más sombrías, la preocupación por algo más que el futuro
inmediato se hace complicada.
El
libro refleja igualmente la sempiterna lucha entre religión y
ciencia con el añadido de una confirmación de las creencias de un
grupo fanático. Es la clásica transición del mito al logos. Ya se
sabe que el mito del diluvio universal que aparece en el Génesis del
Antiguo Testamento es una transcripción de antiguos textos sumerios
muy anteriores y que en
diferentes culturas existen mitos similares. ¿Significa esto que
hubo un diluvio a nivel global, producto del castigo divino a los
impíos? Ciertamente no.
Los
textos sagrados de muchas religiones evidencian hechos históricos,
así como las leyendas y
mitos, pero tergiversados e
irreconocibles por el paso del tiempo y el añadido de un contenido
místico. En un contexto local, pequeño y relativamente aislado,
cualquier gran inundación será para la población sobre el terreno
algo “universal”; así mismo, careciendo de conocimientos para
explicar el porqué, resulta más sencillo hacer referencia a la
voluntad de los dioses. La ciencia nos ha liberado de esta esclavitud
divina, pero en momentos de
verdadera catástrofe es difícil conseguir que el pensamiento
racional prospere contra una masa aterrorizada que hará cualquier
cosa, por inútil y producto de la superstición que sea, para volver
al statu quo anterior.
La
ciencia no pasa sin crítica, puesto que a pesar de estar constamente
expuesta al falsacionismo popperiano, aquellas hipótesis que
desafían el consenso científico imperante en un momento dado,
pueden encontrarse con fuertes resistencias por parte de
especialistas en la materia que ven su mundo tambalearse. Conste que
me refiero a nuevas hipótesis que, sometidas a los mismos requisitos
y exigencias que las anteriores, ofrecen una mejor y más completa
explicación del mundo; en ningún caso admito fantasías ni
complicadas explicaciones conspiranoicas.
Como
pueden observar, la ciencia ficción da para mucho y, como opinión
personal, debería de incluirse de modo habitual como sugerencias de
lectura en los colegios. A la par que volaría la imaginación de los
alumnos, se harían más críticos y analíticos.
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