Roald dahl (1916-1990), escritor británico de origen noruego, reconocido en todo el mundo tanto por sus obras literarias más juveniles, como Charlie y la fábrica de chocolate, James y el melocotón gigante, Las brujas, Matilda... y sus respectivas adaptaciones cinematográficas; así como por obras más adultas, como las dedicadas al inefable tio Oswald; es un verdadero ejemplo de versatilidad, buen hacer y capacidad para construir mundos de fantasía muy reales con base en sus propias vivencias.
Claramente, Dahl creía que los niños eran capaces de asumir sin traumas el contenido de sus libros, lo que explica el tremendo lio que se armó cuando poco antes de su muerte, se filma una adaptación de Las Brujas en que se cambia el final (relativamente trágico) del libro. Por ello, tengo serías dudas que se sintiera muy feliz al leer el artículo publicado por The Guardian, que recogía cómo Puffin Books, sello infantil de la británica Penguin Books, ha tenido a bien dar una lección de inclusividad al mundo, contratando a "lectores sensibles" (Inclusive Minds) para reescribir pasajes completos de sus obras, de modo que puedan ser disfrutados por las nuevas generaciones.
Según parece, la Roald Dahl Story Company, encargada de la gestión de los derechos de las obras, ha defendido los cambios, entendiendo que no es inusual revisar el lenguaje empleado y que los cambios son menores, aunque posiblemente sea algo discutible considerar menor dejar fuera palabras como gordo o feo o que los UmpaLumpas pasen a ser de género neutro (personas pequeñas, en lugar de hombres pequeños), eliminar directamente párrafos enteros o añadir otros.
Las reacciones no se han hecho esperar, desde aquellos que, llevados por sus elevados valores morales, inclusivistas hasta la médula, han aplaudido con entusiasmo esta barbaridad, hasta otros que, de modo más reflexivo y con bastante más sentido común, han advertido con acierto sobre los problemas que este tipo de reescritura conlleva.
Un ejemplo destacable es el de Suzanne Nossel, CEO de la centenaria Pen America, organización decana de la defensa de la libertad de expresión en el ámbito literario, quien plantea que "el problema de tomarse la licencia para reeditar obras clásicas es que no existe un criterio limitador. Empiezas queriendo reemplazar una palabra aquí y una palabra allá, y terminas introduciendo ideas completamente nuevas.". Añade también que "la literatura se supone sorprendente y provocadora. Eso es parte de su fuerza. Al intentar eliminar cualquier referencia que pueda ofender, se diluye el poder de la narración."
Comparto ambas preocupaciones, puesto que sucumbir a la tentación de añadir cosas que no estaban allí, o eliminar aquellas que resultaban sustanciales, altera el conjunto de la obra y olvida el contexto en que fue escrita. Así mismo, pretender evitar cualquier sentimiento de ofensa por parte de cualquier individuo o colectivo, es misión imposible. Por el contrario, la literatura, como cualquier expresión artística, debe poder sorprender y ofender, so pena de caer en una espiral de autocensura sin límite.
Es hora de dejar de considerar a los niños (y los no tan niños) como
seres inmaduros, incapaces de comprender y asimilar temas presuntamente
adultos, así como incapaces también de afrontar puntos de vista
contrarios u ofensivos. Si queremos adultos maduros, capaces de
enfrentarse al mundo real sin sufrir una frustración constante por
toparse definitivamente con creencias y puntos de vista opuestos a los
suyos, lo que es normal en toda sociedad democrática sana.
Resulta mucha mejor solución incluir una nota introductoria que contextualice el texto y dejar la obra en su formato original, permitiendo que el sea el lector el que aprecie los cambios sociales y morales producidos. Por desgracia, no se da siempre esta oportunidad, porque se considera al lector, sea cual sea su edad, como un menor de edad de inteligencia insuficiente para digerir por sí mismo lo que lee y reflexionar sobre ello.
Es peligroso que sólo unos pocos parezcan tener derecho a decidir si el resto de la humanidad puede acceder al conocimiento directamente o a través de un filtro previo. El dinamismo, el cambio, es propio de toda sociedad humana. Ciertamente no se puede pretender que los valores de ayer sean los mismos que ahora, pero tampoco pretender su cancelación, como si nunca hubieran existido, ni restar valor a obras o autores porque no cumplan los estándares morales actuales.
A Dahl pueden haberle alterado partes de su obra dirigida a un público infantil y juvenil (y que los adultos seguimos disfrutando, pues apreciamos otros matices que se les escapan a los más jóvenes), pero no es raro ver en países del mundo anglosajón que obras de autores como Mark Twain desaparecen de las bibliotecas escolares o que se juzga la obra de Rudyard Kipling sin haberla leido, centrándose en su figura que se tilda de racista, cuando buena parte del mundo era posiblemente más racista que el paternalismo benevolente que se apreciaba en sus obras.
No sé cuánto tiempo tardará esta tendencia, pero es preocupante y debe ser combatida en aras de la libertad de expresión, que debe poder fundamentarse en el libre debate de ideas y el acceso a las fuentes originales sin intermediarios. Verdaderas autoridades, como Salman Rushdie, califican de "censura absurda" las modificaciones introducidas en los textos destinados al mercado anglosajón.
De momento podemos respirar aliviados en lo referente a las ediciones en español y francés, ya que la española Alfaguara y la francesa Gallimard han anunciado su intención de no cambiar sus respectivas traducciones del texto original. Es más, Hedwige Pasquet, directora de ediciones juveniles de Gallimard, es muy clara al respecto al afirmar que "no hemos modificado nuestras versiones en los Folio Junior y no pretendemos cambiar los textos. Respetamos el trabajo del autor. Si al final hubiera que hacer algo, sería contextualizar la obra de Roald Dahl, es decir, la época en que se escribieron sus textos. Y ya puestos, ¿por qué no cambiar los cuentos de hadas? Todos los textos deberían ser revisados..."
¿Qué opinan sobre la tentación de reescribir obras antiguas para "adaptarlas" a los nuevos tiempos?
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