Estar en internet implica estar sometido al escrutinio público, de modo que cualquier acción puede tener una reacción que no sea necesariamente la esperada por el emisor del mensaje. Esto es exactamente lo que ha ocurrido con la brillante idea de la Roald Dahl Story company, en colaboración de Penguin Books, poseedora de los derechos de publicación de la obra de Roald Dahl en lengua inglesa, de anunciar la "revisión" del lenguaje de sus obras por el equipo de"lectores sensibles" de la británica Inclusive Minds; compañía que a día de hoy no se ha pronunciado públicamente sobre la polémica.
Retrato de Roald Dahl por Carl van Vechten. Fuente Wikipedia |
Dudo mucho que esperasen una reacción en contra tan firme en todo el mundo, que incluso ha llevado a la actual reina Camilla a realizar claras declaraciones en defensa de la libertad de expresión y contra la revisión retrospectiva de las obras literarias, sin nombrar abiertamente a Roald Dahl por razones de protocolo.
En todo caso, como pasó con la nueva fórmula de la Coca-Cola, que fue tal fiasco que la compañía dio marcha atrás, Penguin Books ha anunciado oficialmente que recula y que mantendrá las ediciones clásicas sin modificar, pero que a través de su sello juvenil, Puffin Books, publicará las versiones revisadas, para que el lector pueda elegir.
En estas circunstancias, pueden ocurrir dos cosas: que las ventas de las ediciones clásicas sean un abrumador éxito, de modo que las revisadas nunca se vuelvan reeditar o, lamentablemente también posible, que las ediciones revisadas consigan ventas suficientes para ser reimpresas. Lo segundo no deja de ser una posibilidad, pues bien puede ocurrir que sean las opciones preferidas por los colegios norteamericanos y británicos para evitarse problemas con padres woke, que pueden ser pocos en número, pero increiblemente molestos y vociferantes contra opiniones contrarias a las suyas, cuya censura buscan de modo sistemático.
Otro ejemplo que pasó más desapercibido fue el de la revisión de las obras de Enid Blyton a mediados de los años 80 del siglo pasado, para cambiar temas de raza, género e incluso de castigos corporales. Como lector precoz que fui, devoré los libros de Los Cinco, Los Siete Secretos y Las Torres de Malory, entre otros, con la suerte de poder leer todavía las versiones sin modificar. Haber leído sobre como, por desgracia, se recurría a castigos corporales en la educación y otras cuestiones espinosas, no me ha hecho aceptarlas como normales, sino estar más alerta frente a ellas. Debe permitirse a los lectores sacar sus propias conclusiones y no defenderles a toda cosas de cualquier palabra que pueda ofenderles.
Me siento contento que un frente unido por la libertad de expresión haya
conseguido detener un chapucero intento de censura disfrazado de mera
adaptación del lenguaje a los nuevos tiempos, pero sé que no será la última vez que ocurrirá. Se me ponen los pelos como escarpias pensando que hagan lo mismo con London, Twain o Rider Haggard. No me quiero imaginar una versión woke de Las minas del Rey Salomón.
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