Michael Moorcock (1939) es un conocido escritor de fantasía, con el ciclo de Elric de Melniboné a la cabeza, pero quizá no tanto por su ciencia ficción, en la que quiero centrarme con su "He aquí el hombre". Este relato recibió en 1966 el Premio Nébula en la categoría de novela corta, y fue posteriormente ampliado por Moorcock para ser editado en formato de novela estándar en 1969.
El protagonista, Karl Glogauer, un tipo inteligente, pero con una tendencia innata a boicotear cualquier conato de felicidad que pueda llegarle, se encuentra en uno de sus momentos más bajos, sin nada que perder, y acepta ser el conejillo de indias humano en una máquina del tiempo experimental. Contra todo pronóstico, y absolutamente molido, llega a la época de Jesús, siendo acogido por una comunidad de esenios encabezada por el mismísimo Juan Bautista, pero con la duda de si el recién llegado es un enviado de Dios o un espía romano.
El libro se estructura en múltiples saltos al pasado, seguidos de la vuelta al presente, gracias a los que descubrimos que la vida de Glogauer está llena de traumas, partiendo de la temprana pérdida del padre, pasando por algún clérigo que hubiera deseado que fuera una niña, y terminando por una curiosa fijación por las cruces de plata sobre unos generosos pechos.
No es de extrañar que se vuelva hacia la psicología analítica de Carl Gustav Jung, por cuya obra siente franca adoración, y que acaba dando la sensación en ocasiones de encontrarse en el diván de un psicoanalista. Precisamente la psicología junguiana, hace buena pareja con el misticismo de la obra, en la que el componente de ciencia ficción queda reducido al viaje en el tiempo y es más lo que aprendemos de la realidad política y social de tiempos de Jesús que de cualquier detalle científico.
Oriente medio es una región del planeta que, por razones desconocidas para mi, parece generar pasiones religiosas desde la antigüedad a niveles sin paralelismos en el resto del mundo. La variedad de sectas religiosas, con una larga historia de profetas a sus espaldas y mensajes muchas veces contradictorios, hacían de Israel una zona muy compleja. Zelotes, fariseos, saduceos, y esenios, entre otros, iban desde: el integrismo religioso de los primeros; la mayor rigidez y observación de los preceptos religiosos de los segundos (al menos de puertas para fuera); el conservadurismo saduceo, que no creía en la resurrección ni la llegada del nuevo reino; y el pacifismo de los esenios, grupo en el cual se especula que el Jesús histórico pudo haber formado parte.
Como en toda novela de ciencia ficción con viajes en el tiempo, se presentan inquietantes paradojas y reflexiones sobre la predestinación y el libre albedrío, pero dejaré al lector que aprecie por sí mismo cuáles son.
¿Qué impresión os ha causado esta obra?
No hay comentarios
Publicar un comentario