Hace pocas semanas, el siempre polémico Boris Johnson, realizó unas declaraciones sobre la cuestión del velo integral, ya sea en su forma de niqab o burka, comparando a las mujeres que lo llevaban a buzones de correos. Lo que Boris Johnson vino a decir, era que consideraba absolutamente ridículo que alguien eligiera ir como un buzón de correos, si bien en esas mismas declaraciones abogaba por permitir (aunque mostrándose en todo momento en contra del burka como tal) que quien lo deseara pudiera vestir de ese modo.
Dando la cara en una entrevista. Fuente: Ulania con licencia Creative Commons |
Las reacciones no se hicieron esperar con un asunto que periódicamente vuelve a las páginas de actualidad de los periódicos y que, por desgracia, está muy lejos de encontrar una solución pacífica y no controvertida. Como a Johnson, me resulta virtualmente imposible imaginar a nadie que quiera realmente negarse como individuo por razones religiosas (más bien por una interpretación desvirtuada, interesada y bastarda de unos textos religiosos que admiten mucho más margen de actuación). Si bien es posible que aquellas mujeres que opten por llevarlo en Europa, lleguen a hacerlo libremente, merced al derecho a la libertad de religión y de no discriminación por esta razón, lo cierto es que resulta un uso perverso de las libertades fundamentales que los textos constitucionales occidentales recogen. Los países donde el burka y el niqab son obligatorios, distan mucho de ser democracias consolidadas y su reproducción y mantenimiento en un contexto abierto y liberal como el nuestro, debe preocuparnos.
Esto ha llevado a que ya en varios países europeos se hayan dictado leyes prohibiendo totalmente el burka o niqab en espacios públicos (Francia, Bélgica, Dinamarca, Austria, Letonia y Bulgaria), o realizando prohibiciones parciales (En Alemania, para funcionarios que trabajen cara al público; en Holanda en cualquier tipo de oficina de la Administración del Estado; Noruega en sus escuelas). En Italia y España se han aprobado controvertidas ordenanzas municipales para impedir su uso en el espacio público.
Nuestro Tribunal Supremo tumbó en 2013 las ordenanzas munipales, alegando tanto una falta de competencia de los municipios en la materia como una ilegítima limitación de la libertad religiosa. Sin embargo, el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, ya ha respaldado en dos ocasiones la prohibición: en 2014, la ley francesa, y el 11 de julio de 2017 la ley belga. Los motivos fueron los mismos: garantizar la "convivencia en la sociedad", y la "protección de los derechos y libertades de los demás". De este modo, tales medidas legales pasan "por necesaria(s) en una sociedad democrática".
En Reino Unido el debate es candente. Por "coloridas", en palabras del padre de Boris Johnson, que hayan podido ser las palabras de su hijo: "dijo lo que tenía que decirse. De hecho, me hubiera gustado que hubiera ido un poco más allá. Estaba en contra de 'prohibir el burka', pero seguramente existen circunstancias donde sería conveniente una prohibición o restricciones adecuadas". Según los sondeos, el 53% de los votantes conservadores están también a favor de sus palabras, lo que hace virtualmente imposible que sus palabras le supongan una reprimenda por ningún tipo de comité, como se le exige a Theresa May, quien ya tiene bastante con intentar dirigir las negociaciones de un desastroso Brexit.
Entre quienes exigen algo más que una disculpa por parte de Johnson, se cuenta un grupo de unas 100 británicas que usan velo integral, quienes han dirigido una carta abierta pidiendo inclusive una investigación detallada sobre la islamofobia en el partido conservador, para resolver la cuestión de una vez por todas. Reconocen que su elección es extraña y minoritaria, pero aseguran haberla hecho libremente y, según mantienen, Johnson hizo "una elección deliberada para exacerbar las tensiones de modo que facilita a los intolerantes su delito de odio contra nosotras".
En realidad, no considero que sus palabras merezcan castigo y las entiendo amparadas por la libertad de expresión, que puede llegar a ofender. Estamos ante un debate público sobre una cuestión que afecta notablemente a la convivencia social y pone en duda la integración en la sociedad de ciertos individuos. El burka o el niqab sólo constituye la parte más vistosa de una actitud cerrada y restrictiva de la sociedad y de los derechos y deberes inherentes a la persona. Si creen que exagero, echen un vistazo a la Declaración de los Derechos Humanos en el Islam, más conocida como Declaración del Cairo, de 1990, que además de reconocer menos derechos humanos que la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, terminan con la coletilla de "en tanto no contradiga la sharia". Es decir, se supeditan los derechos humanos a la religión, cuando deberían estar siempre por encima.
También han salido en defensa de Boris Johnson voces dentro del mundo musulman británico que le apoyan. La defensa del niqab y de la mujer musulmana son dos cosas muy diferentes. Un prominente imam británico Taj Hargey, de la Congregación Islámica de Oxford, afirmaba que Johnson no debería disculparse por decir la verdad a través de unos comentarios que ni siquiera fueron lo suficientemente lejos. Hargey resume muy bien la esencia de la argumentación que siguió el TEDH "Para que Gran Bretaña se convierta en una sociedad plenamente integrada, nos corresponde oponernos firmememente a las prácticas culturales, preferencias personales y costumbres comunales que agraven la división social".
No hay que tener miedo de debatir sobre cuestiones que afectan a la convivencia en sociedad y a la propia pervivencia de los valores democráticos y derechos fundamentales universales, sólo por miedo a ser tildados de intolerantes e islamófobos. Este último apelativo esconde en realidad una insana negación del principio de libertad de religión y que existen derechos y deberes por encima de ellas. Ninguna religión debe contar con patente de corso que la deje fuera del ámbito de la sana crítica, incluso aunque puedan resultar poco elegantes en ocasiones las palabras con que se expresen. El propio TEDH, siempre muy cauteloso a la hora de poner límites a derechos fundamentales, ya ha apoyado las restricciones al velo integral en interés de la sociedad democrática.
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