Franco ha
vuelto. No al tercer año, como en la famosa novela de Fernando
Vizcaino Casas, sino más de 40
años tras su muerte. El franquismo está más presente que
nunca, aunque aquellos que puedan ser calificados como tales sean muy
pocos e incapaces de articular proyecto político alguno con garantía
de un mínimo éxito.
Curiosamente, su figura y su recuerdo perviven más en sus detractores, que le ven por todas partes, que en sus seguidores: muy pocos, pésimamente organizados y sin influencia política real. Lo que es más grave, es que muchos de estos activistas antifranquistas de sofá, nacidos la mayoría con Franco muerto y enterrado, y con un pobre y difuso conocimiento de nuestra historia reciente, no tienen escrúpulos en calificar de facha y fascista a todo aquel que no coumlga con sus ideas, e incluso de tachar todo el actual entramado institucional español de franquista.
Curiosamente, su figura y su recuerdo perviven más en sus detractores, que le ven por todas partes, que en sus seguidores: muy pocos, pésimamente organizados y sin influencia política real. Lo que es más grave, es que muchos de estos activistas antifranquistas de sofá, nacidos la mayoría con Franco muerto y enterrado, y con un pobre y difuso conocimiento de nuestra historia reciente, no tienen escrúpulos en calificar de facha y fascista a todo aquel que no coumlga con sus ideas, e incluso de tachar todo el actual entramado institucional español de franquista.
Así, nos
encontramos con un delirante independentismo catalán, que ve España
como un Estado represor, heredero directo del franquismo, obviando de
modo peligroso el modo en que han pretendido imponer su proyecto
soberanistas sobre la mayoría de la población catalana. Poco de
democrático hay en el modo en que aprobaron las leyes de desconexión
o modificaron el reglamento del Parlament para evitar que la
oposición pudiera decir nada. Ahora que gobierna el PSOE, la burbuja
independentista se desinfla y los antiguos socios andan con los
cuchillos en alto, les cuesta un poco más mantener esa ficción
producto de la autosugestión, lo que ayuda a separar los conceptos
de ejecutivo y Administración: los gobiernos, que en democracia
pueden ser de cualquier signo, pasan, pero la Administración
permanece (Un fabuloso ejemplo de esta afirmación es la serie de la
BBC, Sí,
Ministro).
También
aqueja este mal a Podemos, ahora en retroceso y con un creciente
interés y experiencia en las purgas internas, que se muestra incapaz
de concebir la existencia de una derecha, centro o izquierda (que no
sean ellos), no sospechosa de ser fascista o simpatizar con el
fascismo.
Hace apenas
quince años, esto no era así. Cuando yo era un joven estudiante de
ciencias políticas, asistí a una conferencia del historiador
Charles Powell, actual director del Real Instituto Elcano y
especializado en la política de la España contemporánea. En 2001
había publicado España en democracia: 1975-2000, que
repasaba de modo pormenorizado el periodo de la Transición y su
desarrollo hasta el fin de siglo. Era un libro ameno, bien
documentado y que ofrecía una visión completa de las luces y
sombras del proceso, pero considerando como muy positivo el resultado
final.
La sociedad
española de los primeros años del siglo XXI, estaba razonablemente
de acuerdo con esa visión. Las heridas de la Guerra Civil parecían
sanadas. Se celebraba la generosidad, las cesiones mutuas y el
sentido común que presidió el espíritu de la transición y que
convirtió España en un modelo mundial de cómo pasar de una
dictadura a una régimen netamente democrático. A día de hoy, no se
me ocurre otro ejemplo de suicidio de un régimen autocrático para
dar paso a un proceso democrático constituyente, como el de las
Cortes franquistas con la Ley
para la Reforma Política que impulsó Suárez.
No fue un
proceso perfecto, inmaculado y libre de tachas. Nada lo es, forma
parte de la naturaleza humana. Sin embargo, todas las partes
estuvieron de acuerdo en no repetir los errores que precipitaron el
final de la II República (tampoco un periodo de virtud sine
macula), ni transmitir los odios
y rencillas a hijos y nietos. Decidieron
juntos redactar un nuevo contrato social, la actual Constitución, en
la que cupiéramos todos. Dicho texto obtuvo además un refrendo
abrumador, con unos amplísimos consensos, que quienes abogan por su
modificación deberían tener en cuenta a la hora plantearse su
reforma.
¿Qué
pretende Pedro Sánchez con la exhumación por decretazo de los
restos de Franco? Mucha confrontación social no habrá, como ya he
señalado, el verdadero franquista es una rara avis. Lo que
verdaderamente presenciamos es la manida estrategia de la cortina de
humo para ocultar la realidad: la minoría del actual gobierno, las
inmensas dificultades que encaran para llevar a cabo el más sencillo
de sus proyectos y las presiones de sus (tan deseados como poner el
pie descalzo en un nido de escorpiones) "socios", que se
ven en una posición privilegiada para exigir concesiones leoninas o
directamente ajenas a la realidad.
Las prisas
son malas consejeras. La celeridad con que el PSOE está llevando a
cabo los trámites para la exhumación de los restos de Franco del
Valle de los Caidos, pretende evitar que recordemos que no es la
primera vez que los socialistas están en el poder. Poder del que han
gozado, además, con mayorías notablemente holgadas en el pasado,
incluso cuando no eran absolutas, y que les habría permitido, si
tanto interés y tan importante consideraban la cuestión, debatirla
de modo más transparente, en lugar de a escondidas y por la puerta
de atrás a través de un Decreto Ley, publicado, para más inri, un sábado en pleno agosto.
Todo con el
único objeto de, como reconoció en una monumental metedura de pata
el Ministro de Cultura, José Guirao, evitar que la familia Franco
pudiese recurrir. Franco puede no ser santo de mi devoción, pero
estamos en un Estado de Derecho, con una Constitución que garantiza
el derecho a la tutela judicial efectiva. Por otro lado, recordando
un poco de historia, el entierro de Franco en el Valle de los Caidos
fue una idea de Arias Navarro, contra la voluntad de Carmen Polo y el
resto de la familia. Esto significa que posiblemente habría habido
medios más suaves y menos mediáticos de llevar a cabo la
exhumación, aunque posiblemente con menor cobertura mediática y
fuego de cobertura para olvidar los temas realmente importantes que
afectan a los españoles.
Sería más
sensato convocar nuevas elecciones. Es cierto que ningún partido
lograría una clara mayoría, pero quizá los posibles pactos
posteriores se hicieran sobre bases más sólidas y permitieran una
mayor estabilidad y llevar adelante políticas más consensuadas que
tuvieran como objetivo final el ciudadano, y no los malabarismos
partidistas.
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